El surf es, posiblemente, uno de los deportes más espectaculares y complicados que existen. Requiere dedicación, gran demanda física, ganas de aprender y sobre todo perseverancia. No hay que engañarse, parece fácil y no lo es. Para llegar a dominar medianamente la técnica lo más probable es que acabemos dedicándole más tiempo del que inicialmente teníamos pensado. Y es que antes de llegar a ser el rey de las olas hay que conseguir ser el rey de la espuma.
Con orígenes difíciles de datar, el Surf cuenta con asiduos en todos los continentes. Australia, EE.UU y Europa del sur se han convertido en las grandes sedes internacionales, si bien la meca de fama mundial se encuentra en Hawaii, de donde proviene lo que se conoce como el surf moderno.
La teoría para practicar surf es bien sencilla: conocer la tabla y la técnica. En toda escuela de surf nos darán una nociones básicas sobre la tabla, lo cual es muy, muy importante ya que la elección de la tabla suele ser el primer gran error del novato. Existe una gran variedad de tablas en función de la modalidad de surf que se quiera practicar, el nivel del surfista, la altura y su peso. Son muchos los que nada más empezar compran una «shortboard pro» (la usada por profesionales) por el simple hecho de ser más cool (la «era postureo» en todo su esplendor). Esta mala elección suele causar dos grandes problemas: el primero, que el material de estas tablas es más duro y por tanto los golpes son más fuertes; y el segundo, que su grosor y su tamaño hacen que su inestabilidad sea mayor y por tanto, el ponernos de pie se convierta en misión imposible.
Para empezar, lo ideal es usar una tabla de espuma, que aporta estabilidad y causa cero daños si hay algún golpe. En cuanto a la técnica, muchos coincidirán en que la aparente sencillez acaba en la orilla de la playa, cuando el agua roza los pies. El cuerpo debe de estar centrado en la tabla para así mantener el equilibrio. Se comienza practicando la remada, suave al principio y más intensa al final. Luego pasamos a los tres mágicos pasos, que más adelante acabarán por convertirse en uno solo.
- El primero consiste en colocar las manos sobre la tabla, a la altura del pecho para así impulsarnos hacia arriba.
- Para el segundo paso tendremos que colocar nuestro pie de atrás (aquel que se considera el dominante y siempre se coloca en la parte trasera de la tabla) a la altura de la rodilla contraria.
- Finalmente impulsaremos el otro pie hacia delante situándolo justo en medio de donde inicialmente habíamos colocado las manos. Una vez de pie sobre la tabla no hay más que flexionar las rodillas y mirar al frente.
A partir de ahí solo queda disfrutar de esa calma que precede a la elección de la que creemos que será la ola perfecta. Sentir cómo te impulsa, cómo la tabla se desliza suavemente convirtiéndose en una prolongación más de la ola. Sentir, disfrutar y no pensar. No pensar nada más que en las olas. No pensar nada más que en surfear. Dejar todo lo demás en tierra y entrar en sintonía con el mar.
Resulta casi imposible no sucumbir a un deporte que desde sus orígenes es sinónimo de pasión y espectáculo. Un deporte que lejos de ser solo eso, deporte, se ha convertido en un estilo de vida que va más allá de coger olas, vestir bermudas y afrontar la vida en cholas (chanclas). Que va más allá de tener el cuerpo bronceado todo el año y el pelo dorado teñido por el sol. Es una filosofía, una forma diferente de entender y vivir la vida.
«El surf es como la mafia. Una vez que estás dentro no hay manera de salir» Kelly Slater.
Elena López