LA PUERTA DE ATRÁS DE CZ: TOMASÍN

Un artículo de Jesús Úbeda para su sección "La puerta de atrás de Cz"
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Un artículo de Jesús Úbeda para su sección «La puerta de atrás de Cz»

Tarde primaveral y alérgica en Argüelles, atómica atronante de tormenta falsa y tomista discordante de recuerdos: la última fiesta buena, en el sentido etimológico de las tres últimas palabras previas a la anterior coma, me la pegué con mi amigo Tomás, de Granada, hará como hace un mes, o un mes y pico, más bien mes y pico, sí, y más pico de alcaudón o de gavilán que de gorrión o golondrina, ya puestos a especificar en el campo de lo ornitológico.

Tomás de Mayaray en casa o Barceló en la discoteca, hola Yisus, esta noche a ver si cae alguna, lo partimos, hay ánimos, ¿otra copita?, venga que te sirvo una, al centro vamos a pata, que en diez minutos nos plantamos, vaya temita bueno que están poniendo, yo voy a por esa, Yisus, fíjate, que me la he comido, pues nada, que me ha mandado a tomar por culo, que no, Yisus, que ahora dice que me lleva a su casa, y cinco o seis horas después de las crónicas intermitentes del Serengetidiscotequero, el puñetero móvil sonando en el Ecuador doloroso de la resaca, qué, Tomasín, hubo suerte, sí, tío, anda que no le iba la marcha a la nena, y así, que en este texto no entro en detalles, aunque siempre nos contábamos los detalles, claro, porque eramos amigos, somos amigos, y eso lo hacen los amigos que salen de caza.

Y todo buen español que se precie buen español, o sea.

Mi amigo Tomás fue mi último reducto velocirraptoril en esa época en la que el resto de los miembros de mi manada o bien se retiró a la relación formal, o bien empezó a pensar -imbéciles- que en la discoteca no se conseguía nada -de follar, me refiero-. Él era el caballero elegante de mirada entornada y sonrisilla picantona; yo, el dinosaurio descontrolado que mostraba los dientes y las garras sin querer -o sin querer queriendo, no lo sé-. Lo conocí hace seis años, cuando me instalé en los Madriles; la relación se fue intensificando, diría yo, a partir del tercer año; luego vino la constancia, el hábito, el Paquillo, ¿viene Tomás?, y el día siguiente, claro. En los últimos encuentros nos pusimos un poco trascendentales, conscientes, quizá, de que un mundo construido a lo largo de todo un sexenio se erosionaba por culpa, principalmente, del final de nuestras carreras.

Tomasín me llama cuando se encuentra en la Puerta de Andalucía, en el parón del viaje autobusero Madrid-Granada -y viceversa-, al laíco de Despeñaperros, para contarme que ya se ha ido, que cenó con Paco, que no lo hizo conmigo -y es verdad, jodó, que si lo es- porque estaba en el puto -esto lo agrego yo por la ocasión perdida, claro- pueblo, que allí, en Granada, entre familiares y diodenares, empieza y termina mejor el trabajo de fin de carrera, pero que viene para junio, y que en junio habrá que correrse alguna buena, y que siempre nos quedará Roquetas y la discoteca esa en la que estuvimos a punto de acabar a hostias con unos gilipollas de acento ininteligible -el caso es que no fue en Roquetas-, Madrid y el Palace, Granada y la Mae.

Y como la Mae, ninguna.

Tomasín, qué va a ser de nosotros, que la cosa está muy mala, bueno Yisus, tú tienes lo de Libertad Digital, bueno, Tomasín, y tú tienes lo del inglés, no te jode, ya, tío, Yisus, la verdad es que estoy aprendiendo un cojón, y tú qué tal llevas lo del Vaughan, pues hasta los huevos, Tomasín, hasta los huevos, yo creo que hay que irse para aprender, lo del Vaughan cansa, yo para los idiomas soy tan vago como la chaqueta de un guardia, ya, si es que lo de irse es lo suyo, sí, porque aprendes o te hostias, y el inglés te entra por cojones. Cuánta razón teníamos.

Jesús Úbeda (@jfubeda89)

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