
La cita del titular suena atrevida, pero con una buena explicación, no lo es. Es más que justa. El blues del infierno te atrapa, el Diablo te capta, sabe qué es lo que necesita para convertirte en su fiel devoto. Nada de artificios, con tocar la tecla correcta basta para que le rindas pleitesía incondicionalmente. Aunque quieras, no te dejará escapar.
Debo advertir que me ha sido complicado ser objetivo en estas líneas. ¿Qué es ser objetivo con la música? ¿Dónde está la objetividad? La música gusta o no gusta, suele ser algo subjetivo. Musicalmente, la orquesta sinfónica de cualquier ciudad alemana, por ejemplo, puede ser la cima del mundo, pero… ¿Te gusta o no te gusta?
Guadalupe Plata lo parte y, una vez más, lo partió. La Sala Penélope y la cerveza Alhambra 1925 fueron testigos de cómo se las gasta el Blues del Infierno, de cómo las notas de la guitarra del mismísimo Pedro De Dios, también voz, llenaban rincones y oídos, de cómo se resquebrajaban las paredes cuando estos ubetenses que llevan algo más de 10 años tocando juntos por todo el mundo ‘zapateaban sobre los huesos de la Rata’ o nos vaticinaban ‘Tormenta’.
Su estilo, como reconoce el propio Pedro de Dios, es una “base o esencia de blues” a partir de la que se dejan llevar y, en ocasiones, “pueden sonar también otras cosas más jazzeras o más rockcabilly”. Pero Carlos Jimena, batería, admite que “justo por eso, siempre nos ha costado ponerle una etiqueta a nuestro estilo, pero sí que quiero afirmar que no somos rock, nos gusta el rock pero no somos rock”. Para él rock es algo muy amplio que a Pedro tampoco le gusta como género musical: “el rock siempre acompañado del roll, porque si no es un producto basto que no me coge bien de las tripas”.
Su blues, que “a veces termina tendiendo a una cosa y otras, a otra”,“ tiene otra característica básica que les hace acercarse, de algún modo, a esa esencia de la que hablaban, un elemento que, como reconoce Carlos, les hizo “despegar como un cohete cuando empezaban”. No es otra cosa que el bajo fabricado artesanalmente por Paco Luis Martos, bajista y miembro unido a la banda un año más tarde de que esta empezase, y que consiste en un barreño de zinc, un palo y una cuerda. Un instrumento que resulta ser un verdadero icono. Para él, esto es como “reivindicar el no necesitar grandes instrumentos de gran valor económico para hacer música”.
Además de por este barreño, la imagen del grupo siempre ha estado embadurnada de ese infierno, de un diablo inmediatamente reconocible que ha salido de las manos de Pedro, como las portadas de sus discos titulados siempre “Guadalupe Plata”. Sin más. “La imagen es como el envoltorio de un regalo, algo que te atraiga antes de abrirlo, pero que nunca se debe convertir en lo más importante o funcionar de acuerdo a las demandas sociales de modas”. Según Paco Luis, “nuestra imagen también es algo nuestro que no responde a la demanda social o a campañas de marketing, es parte del grupo y sale también del grupo”. Pero… ¿qué tipo de grupo es Guadalupe Plata?
“Es un poco como el impresionismo en la pintura, donde con pocas pinceladas eran capaces de sacar la esencia de algo huyendo del detalle banal”, afirma Paco Luis. Una pedazo de comparación que, sin embargo, no resulta arriesgada si dejas que Carlos lo explique: “Buscamos agarrarnos a lo que requieren estrictamente las canciones para transmitir cosas. Si una canción requiere pinceladas sencillas, como por ejemplo, en mi caso de batería, que no se necesiten redobles u otras historias de lucimiento personal, pues no se meten. Todo lo que pueda distraer de la idea que tenemos en la cabeza lo quitamos para simplificarla. Nuestra música es algo sincero, sin artificios que engañen al público”.
Entonces surge el debate interno; porque a pesar de elloo, Paco Luis cree que determinados artistas “sin mucha música y sin mucha voz puede tener una gracia tremenda”. Pedro está de acuerdo, pero “para eso hay que ser como Son House, haber mamado, en su caso, el blues desde la cuna, tenerlo en las venas. Porque si no es ese caso, lo que hay que hacer es empaparse de blues hasta reventar para poder empezar a dosificarlo”. “Hay que tocar más, para poder tocar menos”, sentencia el propio Pedro. Vamos, como los impresionistas.
Tal es su apuesta por ser ellos mismos y por ser honestos con su público que graban sus discos en grupo, tocando los tres a la vez en lugar de por pistas que se mezclan y editan a posteriori. ¿Por qué? “Porque cuando hablamos de músicas como blues, rock and roll o flamenco, músicas donde se busca el contacto visual del grupo para hacer transiciones o encontrar el ritmo, si se graba por pistas, parece como que resulta algo medio muerto. No es por capricho o pijoteo, es porque creemos que nuestra música se debe grabar así”, responde Pedro. Entonces Paco Luis apostilla: “Entendemos que la música debe ser lo que sale del amplificador, que no hay que recargarlo, que para nuestra música la postproducción debe ser poner las cosas en su sitio y poco más”. De momento, parece que todo seguirá igual en futuro próximo porque, como reconoce Carlos, “no hay que dedicarle mucha atención al grupo para ver que en los años impares sacamos disco”. Y 2017 es impar…
Otra seña de identidad del grupo, si se permite decirlo así, es su capacidad para traspasar fronteras. Han actuado por todo el mundo: Estados Unidos, Gran Bretaña, Centroamérica, Sudamérica… Una pregunta al respecto suscita especial interés en la respuesta, pues como admite Carlos, “por el estilo de música que hacemos, el grupo debería funcionar de forma natural, pero Estados Unidos es muy difícil; es un territorio muy grande y por eso es muy complicado hacerte ver”. Pedro responde en términos muy parecidos: “En Estados Unidos nuestro género no es el blues más estándar o comedido que se programa en grandes festivales, como puede ser el de Eric Clapton. Allí también somos, por decirlo así, underground. No es cosa del público americano, lo que pasa allí es que hay muchas más escenas underground igual de pequeñas que, unidas, suman más gente que las de aquí y da la sensación de que es muchísima más gente”. Entonces llega una conclusión, reflexión o pregunta que se hace en alto: “Al final parece que Inglaterra es la que escupe la fama o abre la puerta, parece que tienes que ir allí para luego amplificar en Estados Unidos”.
Pero con quien ellos conectan especialmente es con el público mexicano. México representa ese oasis que aparece inexplicablemente en el desierto, esa cima que, dentro de una cordillera, supera ampliamente a las demás: “Hemos estado en Sudamérica, pero en México hay una aceptación sobresaliente. ¿Será por el idioma? En México sienten la música. Nos ha pasado incluso que tocando en un garito de Inglaterra había unos mexicanos y fueron los que lo dieron todo. No sé por qué hay un contacto especial con México, pero lo hay”, cuenta Carlos.
Para terminar, entramos en un terreno complicado pero en el que da la sensación de que, cada día más, hay que entrar: el tema de los festivales. Hace algunos meses era Panxo, de Zoo, el que nos comentaba que se estaba perdiendo la cultura del concierto de un grupo en sala al que vayan exclusivamente sus fans. En la misma línea opinan los tres miembros del grupo. Lo que para Paco Luis es “la globalización de la música”, para Carlos es “un mero negocio, pues se está, incluso, perdiendo la esencia de lo que es un festival musical temático” al que ir a pegarte, en este caso, una tarde de blues. “Van grupos que, simplemente, están de moda y arrastran a gente, que es precisamente lo que demanda más gente, un macrofestival. Por eso parece que todas las ciudades tienen que tener su macrofestival. Todo tiene que ser macro para ampliar el negocio”.
Es Pedro quien apunta algunos motivos estrictamente musicales al respecto de los festivales. “A los macrofestivales se va más a la fiesta. No es lo mismo un festival mediano o pequeño que se hace en la plaza de un pueblo y que ya cuenta con el aforo limitado de la plaza y hasta que se llene, como el Corriente Alterna que se hace allí en Úbeda”, explica Pedro a la vez que nos da un ejemplo que cierra el debate: “Para músicas como la nuestra o el flamenco, que nacen de lo cercano, cuanto más espacio o volumen les das, más se pierden. Una vez vi a Paco de Lucía en un polideportivo y el concierto, obviamente, estuvo bien. Pero si yo eso lo veo en un ‘tablaíllo’ de 40 o 50 personas sé que hubiera sido para morirse”.
Así es Guadalupe Plata. Una banda cercana, segura de sí misma, veterana, cómplice. Les gusta lo que hacen, pero además son capaces de explicar por qué. Dicen los que saben que así es el Diablo: convincente, seguro de sí mismo, con capacidad para atraerte a él y hacerte creer que siempre está cerca de ti, que es tu cómplice. A él también le gusta lo que hace y es veterano, pues nunca ha dejado de ser Diablo. El objetivo es llevarte al infierno para que nunca salgas de él. Y aunque ese infierno sea un blues, si te dejas atrapar, lo habrás hecho para siempre.
Pablo Cañeque