
En 1980, una ciudad al norte de Barcelona, llamada Tarrasa, vio nacer a un pequeño que estaba destinado a marcar un antes y un después en la historia del fútbol español. Xavier Hernández Creus, fue el elegido para llevar a España a consagrarse como potencia futbolística mundial y ser el director de orquesta del mejor Barça de la historia.
En 1991, a la tierna edad de 11 años, recaló en las categorías inferiores del Fútbol Club Barcelona, de donde nunca se movió. Los ojeadores ya habían intentado ficharlo con buen criterio a los 6 años, pero su madre, María Mercé, se opuso a ello. Su padre, Joaquim Hernández, llegó a militar fugazmente en el Sabadell como centrocampista en Primera División, y también fue figura clave para Xavi, inculcándole el amor por el fútbol.
Cuando superó las pruebas de acceso a La Masía, que no fueron sino un mero trámite para el pequeño, Xavi era delantero, llegó como un 9 anotador y rápido. Sin embargo, cuando su primer entrenador, Juan Manuel Asensi, histórico del club culé, le preguntó en qué posición jugaba, el pequeño se limitó a responder “de lo que sea, de lo que me ponga”, “pues serás el capitán. Y jugarás de 6”, le dijo el míster. Asensi, primero, lo colocó de enlace entre el centro del campo y la delantera, para después retrasarlo unos metros y ponerlo a dirigir al equipo.
Otro técnico de la cantera culé le hizo una sabia recomendación. Joan Vilá fue quien lo animó a fijarse en la cabeza pensante del equipo blaugrana de aquel entonces, Pep Guardiola, que batuta en ristre dirigía el juego del glorioso dream team entrenado por Cruyff, el de Koeman, Romario o Stoichkov, entre otras perlas del fútbol mundial; el de la Champions de Wembley de 1992. De esta manera, y gracias al consejo que le dio quien fuera su entrenador, mentor y guía desde su etapa infantil hasta su etapa juvenil, en el pedregoso camino que cruza desde La Masía hasta el Camp Nou, Xavi se fue forjando y erigiendo como el centrocampista modelo.
Aprendió a mirar a su alrededor, se anticipaba a la jugada y sabía lo que iba a pasar nada más soltar el balón, analizaba cada vez con mayor precisión las opciones y alternativas que le presentaba cada partido. Según Joan Vilá, en declaraciones a El Mundo, “fue una conjunción de talento innato, inteligencia y muchísima receptividad”.
Corría la temporada 98-99 y Louis Van Gaal, quien aseguró más tarde tener un jugador que valía por dos (refiriéndose a Xavi, que valía por De La Peña y Amor) estaba al frente de la escuadra blaugrana. Habían conseguido el doblete, ganando Liga y Copa del Rey, y se enfrentaban al RCD Mallorca en la final de la Supercopa de España. Aquel 18 de agosto de 1998, Xavi debutaba con el primer equipo, vestido con el naranja intenso de la segunda equipación, y lo hacía con un gol a pase de Miguel Ángel Nadal. Zapatazo duro y arriba, donde el portero no pudo hacer nada. Aquella temporada el Barça volvería a conquistar el título de liga y el de Tarrasa compaginó el filial con apariciones esporádicas en el primer equipo.
Fue la temporada siguiente, la 99-00, cuando Xavi se hizo un hueco en el once titular. Hasta entonces había estado a la sombra de Pep Guardiola, con quien no dejaron de compararlo. Aquel año, Pep sufrió una dura lesión que lo mantuvo alejado de los estadios durante varios meses, y que permitió al joven mediocentro gozar de una valiosísima oportunidad que no desaprovechó. El año siguiente, Guardiola haría las maletas y partiría rumbo a Italia para jugar en las filas del Brescia, de la Serie A, y Xavi se asentaría como titular. Aquel mágico año 2000 para el jugador, también debutaría con la Selección Española absoluta frente a Holanda, a las órdenes de Camacho.
La historia podría haberse truncado. El A.C. Milán lo intentó fichar. Le ofrecían una verdadera millonada, 250 por temporada, frente a los 40 que cobraba en el Barça. Sin embargo, su familia le instó a que no abandonara el club, que luchara por hacerse un hueco, y así lo hizo. El Barcelona debería estar eternamente agradecido también a la familia de Xavi.
Con la llegada de Rijkaard al conjunto barcelonés, Xavi quedó relegado a un plano secundario dada la poca confianza que le prodigaba el técnico holandés. Sin embargo, y a pesar de haber peligrado su estatus en el equipo, acabó siendo pieza clave en el once. En 2005 Xavi vivió la etapa más dura de su carrera: sufrió una lesión que lo mantuvo apartado de los terrenos de juego durante 5 meses. En el transcurso de un entrenamiento, se rompió el ligamento cruzado anterior, lo que lo llevó al banquillo durante la final de la Liga de Campeones que disputó el Barça de Ronaldinho frente al Arsenal de Henry en París, con aquel gol de Belleti a pase del veterano Larsson, que significó la segunda Champions de la historia del club. Lo que Xavi no sabía es que a pesar de perderse aquella final, el destino le tenía reservada la gloria.
“Aquí manda usted y que me critiquen a mi”, Luis Aragonés le dio el mando de la selección cuando aun no lo tenía ni en el Barça, reconocía Xavi en la carta de despedida que escribió cuando murió el Sabio de Hortaleza. “Mi equipo son 10 japoneses y usted”, le decía Aragonés, a quien le daba igual a quién le pusieran en la selección con tal de que su mediocentro predilecto estuviera fino, consciente de que era el eje sobre el que giraba toda la maquinaria del equipo nacional. “Donde vaya la pelota, va usted, no le quiero ver en otro sitio que no sea cerca de la pelota”, le decía. Aquel 2008 de gloria futbolística nacional, Aragonés dijo “voy a poner a los buenos, porque son tan buenos que vamos a ganar la Eurocopa”, y España conquistó Austria y Suiza, y levantó el título de campeones de Europa, con gol de Torres y asistencia de Xavi, que fue nombrado mejor jugador del torneo.
Guardiola llegó al banquillo para sustituir a Rijkaard y, tras un mal comienzo, nadie esperaba lo que estaba por llegar. Guardiola, con Xavi y su fiel escudero Iniesta como cerebros del equipo, forjaron a base de tiki taka y goleadas el mejor Barça de la historia, el mejor equipo que se ha visto jamás sobre el césped, según muchos expertos. El que practicaba el fútbol total. Esa fue la temporada del triplete. Levantaron Liga, Copa y Champions. El juego que exhibía aquel equipo maravilló al mundo entero. Solo los más fanáticos seguidores rivales negaban la evidencia y lo tildaban de aburrido y lento. Ganaron las dos Supercopas que disputaron y el Mundial de Clubes, Guardiola rompió a llorar consciente de lo que había conseguido, ganar seis títulos de seis posibles.
Los títulos siguieron llegando y el mundo del fútbol se deshacía en elogios para el centrocampista. Llegó la manita al Madrid, en el que según Xavi fue el mejor partido que ha jugado nunca y en el que abrió la lata de los goles poniendo el 1-0 en el marcador con un movimiento al alcance de muy pocos, control de tacón y vaselina por encima de Casillas. Llegó la Champions de Wembley, repitieron la gesta del dream team y levantaron la orejona tras vencer al Manchester United 3-1. Llegó 2010 y con él el Campeonato del Mundo, en Sudáfrica, a las órdenes de Vicente del Bosque. 2012 y España gana otra Eurocopa, esta vez en Ucrania y Polonia, una proeza que ninguna selección había conseguido jamás. Fue la dinastía roja y Xavi era el rey.
Su último año en el Barça no fue fácil. Acostumbrado a mandar, a ser pieza fija en el once de gala cada partido, Luis Enrique lo desplazó a un plano secundario. Sin embargo, nunca dejó de asegurar que era feliz en el Camp Nou, que la mejor decisión que pudo tomar fue no haberse marchado antes de tiempo. Su última temporada en España se saldó con otro triplete. Liga, Copa y la Liga de Campeones de Berlín. Su octava Liga, su tercera Champions y su segunda Copa del Rey.
Una mente maravillosa. Capaz de mantener la calma aun bajo la presión más asfixiante con una frialdad y una templanza ejemplares, Xavi nunca destacó por ser el jugador más fuerte, ni más alto, ni más físico, ni más espectacular en el dribling. Su juego era otro. Era proteger el balón con el cuerpo, desviar la atención de los rivales con un simple movimiento del cuerpo, una finta certera que le proporcionaba los pocos metros que necesitaba para hacer magia con la pelota; un giro sobre sí mismo, la “pelopina”, para mantener el balón alejado de las piernas rivales, el último pase, una llegada contundente desde segunda línea.
Así fue Xavi, el genio de Tarrasa, radical de un estilo de juego que defendió sobre todas las cosas, sobre todos los césped, sobre las sillas de todas las salas de prensa. El cerebro de la gran España y del gran Barça, el jugador más laureado de la historia del fútbol mundial, con 25 títulos a sus espaldas; el injusto “no ganador” de un Balón de Oro más que merecido, no solo por ser el mejor jugador de la historia de España, sino por ser el mejor centrocampista de siempre.
Xavi dejó Barcelona por la puerta grande, con un sentido homenaje en el Camp Nou en un día en el que solo él fue el protagonista. Partió con destino a Qatar, donde ya marca goles y sienta cátedra con el Al-Sadd. A su ritmo, como siempre.
Sergio del Pino
Grande Xavi y grande el artículo!
a ver cuando os marcáis uno de alguna estrella del Madrid…que se huele la peste a culé a kms