
Al sur de Francia, en las faldas del majestuoso Pirineo, se encuentra Pau, una pequeña ciudad que tiene su origen en una fortaleza medieval renovada en el siglo XIV por Gaston Febus, y transformada luego en un castillo renacentista por los vizcondes de Bearn, futuros reyes de Navarra. Cuna de personajes relevantes en la historia del país, como Enrique IV o el mariscal de Napoleón Jean Baptiste Bernadotte, esta pequeña ciudad de apenas 90.000 habitantes alberga bellos monumentos y lugares dignos de mención. Sea de paso o viniendo desde alguna de las ciudades cercanas, como Toulouse o Burdeos, la ciudad del río Gave merece una visita y un día es suficiente para ello.
Sobre una pequeña colina, al oeste de la ciudad, se alza una fortaleza medieval transformada en renacentista tras la llegada de Enrique de Albert y Margarita de Angulema, reyes de Navarra. Aquí, en el Château de Pau, nació Enrique IV, primer rey de Francia y de Navarra, y en una de las habitaciones, bajo el yelmo dorado que utilizaba en sus batallas, se conserva el caparazón de tortuga marina que hizo las veces de cuna del primer Borbón. Bajo la exquisita ornamentación nos adentramos en las diferentes estancias, que albergan numerosas obras de arte. Un jarrón gigante hecho en porcelana de Sèvres, con decoración japonesa; una selección de tapices, en su mayoría de los Gobelins, que cuelgan de las altas paredes de las salas y que representan diferentes escenas mitológicas; o una colección de cuadros que no por ser menos conocidos dejan de ser impresionantes. Mientras, nuestra mirada se cruza con los ojos del monarca, que nos observa desde los atriles sobre los que descansan las abundantes esculturas. En una visita guiada, lamentablemente en francés, de aproximadamente una hora de duración (no es posible la visita por libre), visitamos la mayoría de las estancias del edificio. Todo un lujo para los amantes del arte. Un gusto para la vista.
Una vez terminada la visita paseamos por el jardín renacentista bajo la atenta custodia de la fortaleza, para luego dirigirnos al Boulevard des Pyrénées, un paseo que recorre la ciudad de este a oeste con vistas privilegiadas a la nevada cordillera. En el camino, antes de llegar al emblemático funicular que facilita la comunicación entre la zona alta y la zona baja de la ciudad, llegamos a la Place Royale, presidida por el ayuntamiento. Si tenemos la suerte de visitar Pau en fechas navideñas, vamos a disfrutar de un precioso alumbrado y un parque dedicado a los más pequeños que sacará de nosotros nuestro lado más navideño.
Siguiendo hacia el este por el Boulevard des Pyrénées llegamos al Palais Beaumont que, construido como palacio de invierno en 1900 sobre el parque con el mismo nombre, ahora es centro de congresos y casino. Tras un pequeño paseo por el parque, tapizado de verde, marrón y amarillo, y antes de continuar hacia el Museo de Bellas Artes, nos desviamos unos minutos de la ruta prevista para echar un vistazo al Jardín de Kofu, un pequeño rincón japonés en el punto más oriental de la ciudad. Un poco decepcionados por lo descuidado del lugar damos la vuelta sobre nuestros pasos y nos dirigimos al museo.
Atravesamos Square Besson, un largo paseo flanqueado por altísimos abetos que componen un vecindario de aves instaladas en sus copas, y llegamos a la Rue Bonado, que nos llevará directamente al Museo de Bellas Artes de Pau. Allí disfrutamos de “San Francisco recibiendo los estigmas”, de El Greco, o de “Oficina de algodón en Nueva Orleans”, del maestro impresionista Edgar Degas, entre otras obras de maestros de escuelas flamencas como Rubens, o del Barroco, como el español José de Ribera y Zurbarán. Un conjunto excepcional de pinturas donde no podía faltar la obra del artista romántico local, Eugène Devéria, dedicado a la pintura de paisajes pirenaicos y que bien merece una visita.
Al pie de las Galerias Lafayette, el Corte Inglés francés, nos adentramos en la Place George Clemenceau para pasear entre las casetas de madera que conforman el acogedor mercadillo que se ha montado con motivo de las fiestas navideñas. Allí, después de comer un enorme “americano”, una baguette con carne de hamburguesa, ensalada y patatas fritas muy típica en Francia; y entre gofres, churros y enormes berlinas rellenas de Nutella, nos sentamos a tomar un par de vasos de vino caliente especiado para entrar en calor y en risas tontas. Allí pasamos un rato observando el ir y venir de la gente local y de otros visitantes, con el sonido de la fuente de la plaza de fondo y el suave sol de invierno cayendo sobre las montañas, dejando los últimos rescoldos de luz naranja sobre el celeste del cielo del Pirineo francés.
Mientras termina de caer el sol, y con él la temperatura, dejamos atrás la cada vez más concurrida plaza y nos dirigimos al Musée Bernadotte para terminar nuestra visita. Esta casa típica bearnesa del siglo XVIII, fue el lugar de nacimiento de Jean Baptiste Bernadotte, cuya familia vivía de alquiler en el segundo piso de la vivienda. Jean Baptiste, un hombre de origen humilde, llegó a convertirse en compañero de armas de Napoleón Bonaparte, fue mariscal del Imperio Francés y, posteriormente, rey de Suecia y Noruega. Actualmente, el museo ocupa los tres pisos de la casa, y alberga una gran colección de documentos de guerra, cuadros, retratos y gran variedad de objetos. En la segunda planta encontraremos la parte más llamativa de este humilde museo: la cocina. Intacta desde hace más de dos siglos, conserva incluso los cacharros que se utilizaban y nos permite hacernos una idea de las costumbres de la época. No es un gran museo, pero encierra una gran historia y, aunque lo que se conserva en esta casa no es una gran colección de obras de arte y documentos históricos, vale la pena volver al pasado al entrar en su cocina.
Volvemos al frío de la calle con nuestra ruta terminada, pero aun nos quedan fuerzas y decidimos deshacer nuestro camino, de nuevo hasta la Place Clemenceau. Allí, ya de noche cerrada y con nuestras bocas refugiadas en los cuellos de nuestros abrigos, terminamos la jornada compartiendo vino caliente, churros y alguna que otra carcajada con la gente local.
Sergio del Pino (@ser_delpino)
excelente crónica! Felicidades al redactor!