
El jazz fue el refugio de Amy Winehouse, y el alcohol su autodestrucción. La que fue la diva del soul dejó tras su muerte un halo de misterio que se ha convertido en negocio: polémicos documentales, una línea de moda, Fred Perry, que sigue haciendo sold out, un puñado de joyas en forma de música y, próximamente, un centro de desintoxicación para chicas en Londres.
La historia continúa. El día 22 de agosto, la fundación Amy Winehouse abrirá un hogar especializado en la rehabilitación de mujeres adictas al alcohol y las drogas. Amy’s place es un proyecto de 12 apartamentos que integrará a 16 mujeres por trimestre. Un legado de la artista para todas aquellas jóvenes, que como ella, no tomaron buenas decisiones a lo largo de su vida.
La estatuilla, réplica en bronce de la cantante, se encuentra en el barrio de Candem Town. Parece desafiar a las hordas de turistas que pasean entre los puestos de ropa y comida. Alrededor de los tacones de aguja de metal descansan ramos de flores, cartas de fans, botes de laca. Y en los pubs nocturnos de la zona a veces se oye un desgarrado Valerie. Hace cinco años que Amy Whinehouse dejó el mundo de los vivos para unirse al maldito Club de los 27. The Independent le hizo una pregunta cuando se estaba dando a conocer en la música: “¿Cómo será su vida en una década?”. A lo que la británica contestó “-Me imagino casada, establecida y con hijos”. Una de tres. Casi ganas el pulso, Amy.
Whinehouse era una contradicción. Su letra más famosa, una farsa. «Intentaron que fuera a rehabilitación, pero yo les dije: No, no, no» (Rehab, 2006). Visitó varios centros con el fin de dejar las drogas. Su falta de autoestima y el desamor le llevaba a beber de manera compulsiva. Su ex marido, Blake Fielder-Civil, le inspiraba a la hora de escribir canciones. “- Nadie me había hecho sentir lo que Blake cuando llegó a mi vida” confesaba en una ocasión “Era un amor catártico. Nos tratábamos mal, pero nos amábamos con locura”. Le conoció en un pub de Candem y a los dos meses se tatuó su nombre en el pecho. Una boda exprés de 130$ en Miami, delitos de robo y armas y las idas y venidas de la pareja fueron el martirio- y a la vez, los ingredientes de parte del éxito- de Amy. Tenía cuentas millonarias y nunca se despegaba de su bolso falso y desgastado de Louis Vuitton. Siempre pedía que el cardado fuese más alto. Rociaba de laca su cuerpo y nunca superó el divorcio de sus padres. Era la fragilidad envuelta en la extravangancia pura.
En el documental de Amy, la chica detrás del nombre (2015) dirigido por Asif Kapadia, contaba historias que aún siguen causando revuelo. Su padre, un taxista judío, denunció al director por insinuar en la obra que fue él quien la introdujo en el mundo de las drogas. Actualmente, contó a la prensa que quiere hacer un nuevo rodaje “donde se muestren todas las caras de la historia”. En la pieza hay vídeos caseros de la artista en el estudio, en los camerinos, su primer concierto en Estados Unidos. Fuera de los tabloides, sin toneladas de eye liner ni flequillo cardado. Con 24 años ya juntaba 6 Grammys en sus vitrinas. Una de las pocas artistas británicas que lo ha conseguido. Una joven insegura con una fuerza innata, animal, de la que solo están dotados unos pocos elegidos.
“¿Qué prefiere ser – le preguntaba un periodista de El Mundo - inteligente y fea o estúpida y atractiva?”. Amy soltaba tacos y suspiraba por su corista en secreto. En 2007, en un concierto del Shepherds Bush Empire, se agachaba para apurar la copa entre canción y canción. Luego se erguía, colocaba su minúsculo vestido alrededor de sus muslos y hacía un comentario de humor cuestionable. Cerraba los ojos y entonces su voz, desgarradora y potente, atravesaba el espacio y parecía congelar el tiempo.
“No tengo elección – replicó Amy al entrevistador - Soy imbécil y esperpento al mismo tiempo”.
Ana Romero
@AnaRmro
¡Me encanta! Qué bien escrito. Amy al desnudo.