Rosa Díez, en su primera entrevista televisiva en mitad de un encadenado de dimisiones, renuncias y expulsiones de las filas de UPyD, lejos de sentirse desasosegada apareció ante las cámaras tranquila y segura, aceptando la crisis interna pero pronunciándose firme sobre la solidez de su proyecto a pesar de algunos traidores. En este artículo analizamos la realidad de los magenta y la contrastamos con los mensajes de su portavoz.
Si las elecciones europeas de mayo de 2014 cambiaron la competencia política patria abriendo nuevos escenarios de lucha y modificando el peso de las fuerzas políticas, las pasadas elecciones andaluzas han supuesto la primera sacudida de una criba de la que se obtendrá la gobernabilidad de España. Algunas fuerzas políticas no permanecerán hasta el final. No podemos augurar qué pasará con UPyD tras las elecciones municipales; pero lo que está claro es que no ha superando el filtro andaluz, no sólo ya por su batacazo electoral y la no consecución de sus expectativas –sean estas las de aumentar el número de votos de las europeas obtenidos en Andalucía o suministrar bayetas magentas a los servicios de limpieza del Parlamento andaluz- sino también por la –molesta- fiesta electoral que vive Ciudadanos y Albert Rivera justo en la puerta de al lado.
El sistema de partidos está cambiando; el entorno, la sociedad y los electorados están cambiando; y la forma en que los partidos trabajan para ser electoralmente viables no sólo está cambiando sino que también se fundamenta en una cada vez más acusada distinción de caracteres. Cada vez existen más diferencias entre los partidos con relevancia electoral. Como en la selección natural de Darwin, el éxito y la supervivencia de éstos se daría por su capacidad de adaptación al nuevo entorno; la rapidez con la que adquieren los avances que los otros están experimentando y, si la generación no da para evolucionar, al menos desarrollar el talante por encontrar aliados si se quiere sobrevivir. Las elecciones andaluzas han dejado dos casos claros de posible selección natural ante la aparición de un partido superior: PODEMOS y Ciudadanos; aunque la repercusión para uno y otro es dispar. IU, que ha perdido gobierno en Andalucía y se ha estancado en votantes, no está centrando ningún tipo de atención mediática ni generando especialmente ningún tipo de autocrítica ni avance significativo –más allá que el cambio de cabeza de cartel para las generales-. UPyD, sin embargo, está viviendo un calvario. Los titulares en prensa sobre su crisis son diarios. La presión es tal que algunas declaraciones de la líder vasca rozan el melodrama desgarrado y el victimismo fatídico cuando habla de Albert Rivera; además del terror que le supone pensar en la combinación imposible naranja – magenta para una blusa.
Que Ciudadanos pudiera ser amenaza para UPyD ya se atisbó en las europeas. Desde 2008 que Rivera viese en Rosa Díez la mano que pudiera presentarle al resto del electorado español y formar un partido sólido de centro liberal, ella siempre ha preferido seguir abanderando su autonomía y acudir en solitario a las urnas dando por fallidos los repetidos intentos de negociación de los catalanes. Hasta hace pocos meses esta inflexibilidad que le caracteriza no le había ido mal del todo: en 2011 obtiene grupo parlamentario en el Congreso de los diputados y en 2014 pasa de una a cuatro actas de diputado en el parlamento europeo –más por la oleada de voto útil que disfrutaron la totalidad de las fuerzas políticas minoritarias que por un trabajo específico sobre su electorado potencial-. Sin embargo y a pesar de los resultados, Ciudadanos consigue en 2014 más votos y un diputado más de los que UPyD consiguiera en 2009; además que su forma de penetrar en el territorio es desigual y en perjuicio al partido de Rosa Díez: mientras que Ciudadanos entra significativamente en Madrid y Valencia –con una diferencia aproximada de unos cinco puntos, territorios donde no tenían presencia y UPyD capitalizaba espacio electoral-, UPyD no ha calado en Catalunya, sitio original de los naranja.
Desde su fundación UPyD ha querido ser el partido-conciencia de España. Una vez superada su razón de ser –ETA y la crisis en el Estado de las autonomías- se ha perpetrado como un partido extraparlamentario donde lo importante no es ganar ni escaños ni elecciones sino apuntarse tantos y adoctrinar. Si en su acta fundacional marcan como fecha de caducidad el momento en el que dejen de ser necesarios para la vida política nacional, UPyD ha buscado las razones de su existencia en la legitimidad que le otorga la posibilidad de tener razón, y más si lo acredita un juez. Convencidos de que sus propios principios son suficientes como para atraer al votante hacia sus filas sin necesidad de buscar apoyos para llevar a cabo dichas políticas –también buscan ser los únicos que defienden determinados casos en las instituciones-, su vía de acción ha sido más judicial que legislativa. Desde luego nunca ejecutiva. Ni se les pasa por la cabeza gobernar. Muy al contrario de sus premisas, judicializar los casos de corrupción, la falta de transparencia política y otras preocupaciones de los ciudadanos como el caso Bankia, no ha servido para arrasar en las elecciones pasadas ni llamar la atención del votante, aun cuando el bipartidismo está tocado y sus propuestas programáticas contentan tanto a liberales como a progresistas moderados. Ocupando el espectro político donde más electores se sitúan, podrían crecer mucho más de lo que lo han hecho, sobre todo viendo el creciente éxito de Ciudadanos y contando con que UPyD existe en la totalidad del territorio español desde muchos años antes; pero la sociedad y el votante está evolucionando más rápido que los magenta y éstos son incapaces de mantenerle el ritmo.
El auge del equipo de Albert Rivera no sólo es consecuencia de la pugna PODEMOS-PP, también lo es de la incapacidad de Rosa Díez para presentarse como alternativa clara frente al votante. Lo normal en estos casos, cuando la propia estructura del partido impide que el partido avance, cuando el partido lanza a sus candidatos a las elecciones cual gladiadores al anfiteatro romano, no para ganar sino para defender sus principios, lo normal es que como mínimo aparezcan voces discordantes, que algún candidato con ganas de vivir se queje. Si además, entre las filas magentas ven que sus vecinos naranjas tienen una gran fiesta montada en la que escuchan la música que les gusta, donde visten como les gusta y además se está llenando de gente que les gusta, lo normal es que también quieran echar un trago y unos bailes. Lo que no es tan normal es encontrar un partido político cuyo objetivo no sea conseguir más escaños que su adversario; cuyo fin sea estancarse en sus principios mientras que sus conciudadanos y votantes evolucionan. Pero no hay tutia. Rosa Díez lo dejó claro en la entrevista. No le importa quienes se van sino quienes se quedan. Lo importante es intentar presentar las listas de los candidatos municipales a tiempo con el objetivo de cuestionar el poder, no de conseguirlo. Lo importante también es que, aun en momentos de crisis, haya gente y medios de comunicación que enumeren lo bien que UPyD ha hecho algunas cosas y no cuestionarlas; y que si ella sigue como cabeza de lista y dirigente del partido es porque su democracia funciona. Si UPyD fuese una especie –magenta- y la política española diera para trazar teorías de Darwin, su supervivencia tiene las elecciones contadas.
Cenzo A.de Haro