
Sin querer profundizar en los motivos ni los culpables que han llevado al país heleno a una de las situaciones más difíciles y duras de la crisis económica, en este artículo reflexionamos sobre el referéndum que convoca a los ciudadanos griegos.
Aproximadamente desde marzo de 2011, y más frecuentemente durante las últimas campañas electorales, parece que hayamos asistido a un curso intensivo de democracia. Entre los éxitos del proceso consta haber readquirido fácilmente para nuestro lenguaje diario frases como “no nos representan”, “que el pueblo decida”, “acatar la voluntad de la soberanía ciudadana” o “derecho a decidir” entre otras tantas. Podríamos identificar perfectamente lo que es y no es democrático; y qué procedimiento para la toma de decisiones es el más democrático de todos. Si nos lo preguntasen, no dudaríamos en señalar el referéndum. Artur Mas ha contribuido mucho en esta asignatura. Muy concretamente en el subtema que habla de los límites legales de las consultas populares. Irlanda votando el matrimonio homosexual o Escocia diciendo “no” a la independencia, sin contar las numerosas experiencias suizas, también han servido de ejemplos prácticos que, a nivel internacional, animaban a vislumbrar los derroteros por los que parece que va a transcurrir el futuro de la política patria; mejor dicho, esa nueva forma de hacer política que algunos gobiernos autonómicos y municipales recién nombrados proclaman.
Con todo lo que hemos aprendido sobre consultas populares últimamente es normal, viendo las reacciones de la Comisión europea ante el anuncio del referéndum griego de hoy, que haya una parte importante de españoles que opinen que Europa es antidemocrática. Si, además, se le suma el genético victimismo de la España de la izquierda frente a las élites capitalistas, el mensaje es de cajón: las instituciones europeas están siendo excesivamente crueles e intransigentes con Grecia, país al que están castigando porque Syriza ganó las elecciones y gobierna.
Entre una cosa y otra, es imposible valorar la situación griega sin partir de una posición ideológica y pasional. Sobre todo es imposible valorarla desde una cultura y una experiencia que no poseemos, la griega, con lo que cualquier información que nos llega desde ese lado del continente lo miramos a través del prisma de lo propio, de lo cercano, de lo que nos toca. El mal no afecta sólo al ciudadano/espectador nacido allende de las fronteras helenas; también, y sobre todo, lo sufren partidos políticos, gobiernos y medios de comunicación entre otros actores que lideran nuestra opinión.
Lo que el pueblo griego está sufriendo esta semana es la escenificación del primer acto de la guerra partidista en Europa, que es igual que decir que el sufrimiento del pueblo griego nos importa lo mismo que el niño africano que vemos pasar hambre en la tele o las decenas de muertos en atentados de Oriente Próximo; es decir, bien poco. La realidad es esa. Lo que pase con el referéndum sólo nos interesa en cuanto pueda afectar a nuestras cuentas bancarias o al gobierno resultante de nuestro voto. Tampoco tenemos que culparnos por eso, nuestra falta de moral es muy humana y tampoco somos responsables de ello. Desde luego, de toda esta crisis ni nosotros ni los propios ciudadanos griegos estamos bien informados; además no tenemos un buen ejemplo a seguir si nos fijamos en nuestros dirigentes. Los máximos responsables de los países de la Eurozona se están comportando de forma igual de interesada y cobarde, usando a una población que, con la crisis del Euro, ya dejó hace años de interesar. La población griega, como mercancía, puede ser la fórmula que transforme miedo en votos. Reflexionemos mejor sobre los hechos.
Syriza ganó las elecciones presentando propuestas de reestructuración de la deuda, de identificación de cantidades ilegales cuyo pago no deberían asumir y anunciando el fin de las políticas de austeridad. Abanderaba el “representémonos a nosotros mismos” ensalzando la soberanía nacional frente a la de los acreedores; proclamando que el pueblo griego no tenía que sufrir más y que los ciudadanos deben de ser los dueños de su propio futuro, no lo que imponga la troika. En el ADN de Syriza ya estaba consultarle al pueblo griego aquellos temas de interés nacional que comprometiese su futuro. En este sentido, la convocatoria del referéndum por parte de Tsipras es totalmente coherente con su ideario. Además, y en su defensa, el referéndum cumple con cierto marco de validez, no sólo respeto el tema de la consulta en sí –que afecta a la totalidad de la ciudadanía y no sólo a una minoría-; sino que también goza de una claridad y transparencia respecto al censo de población convocado y la imparcialidad, aunque el gobierno abogue en este caso por el “no”, está más o menos garantizada.
Dibujado este mundo ideal, la consulta tiene en contra todo lo demás. Para empezar diremos que Grecia tiene muy poco margen con el que poder sentarse a la mesa y negociar. Es un país arruinado y dependiente, y cualquier propuesta aceptable que presente pasa por recibir ayuda de los demás. Por otra parte, los que se sientan al otro lado de la mesa, el resto de los países de la Unión, no parecen estar dispuestos a seguir rescatando una economía anquilosada y sin capacidad para valerse por sí misma. Si bien la coherencia ideológica de las actuaciones de Syriza es admirable, también por testaruda; el resto de países europeos capitaneados por Merkel, tirando del mismo orgullo soberano y supremo, se deben no sólo a sus programas e ideario –en particular hablamos de menos sector público y más mercado- sino, sobre todo, a sus electorados. La canciller alemana salió reelegida anunciando que no le perdonaría ni un céntimo de la deuda a Grecia, exigiendo al país heleno que aprenda a entrar en el juego, que empiece a hacer bien los deberes y dinamizar una economía de no-dependencia. El resto de gobiernos de países de la Unión, entre ellos el de Rajoy, también se encuentran en posiciones a corto plazo muy comprometidas electoralmente, con lo que no pueden presentar ni aceptar soluciones que no les benefician a nivel interno. Esa famosa frase de esta semana de Rajoy de “no vamos a ser solidarios a cambio de nada” es fiel ejemplo de lo que decimos. A su vez se está usando el tema griego como chivo expiatorio de cara a las próximas generales. Algunos medios de comunicación llaman a Syriza “el aliado griego de PODEMOS” mientras Errejón recuerda que Rajoy apoyó a Samaras. Y vamos así, sumando declaraciones. Dirigentes del PP dicen que el PSOE está pactando gobiernos con Syriza y los mensajes/amenaza que auguran una situación parecida para España si llegase a haber un gobierno PSOE-PODEMOS están teniendo cierta permeabilidad sobre la opinión pública. Unos y otros juegan a la búsqueda de culpables mientras exponen su ideario, tirando de nombres con cierto currículum e independencia partidista para argumentar su “sí” o su “no”; pero, ¿se sabe exactamente qué se vota?
La pregunta es la siguiente: “¿Debe aceptarse el plan de acuerdo que fue propuesto por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el FMI en el Eurogrupo del 25 de Junio de 2015 y se comprende en dos partes que constituyen su propuesta final? El primer documento se titula “Reformas para completar el programa actual e ir más allá” y el segundo “Análisis preliminar de sostenibilidad de la deuda”. Ahí es nada. Además de ser una pregunta bastante ininteligible, se refiere a dos documentos técnicos de difícil acceso y peor comprensión. De hecho no sabemos si finalmente han sido traducidas al griego de cara a la jornada de hoy. El “sí” o el “no” significa reducir a un binomio un debate, como vemos, bastante complejo y centrado en una propuesta que ya fue retirada por las instituciones nombradas en el momento en el que se anunció el referéndum. Desde este punto y aunque el gobierno apoye el “no” como pretexto de tener más fuerza para negociar; y que la Eurozona y la amplia mayoría de medios de comunicación griegos apoyen el “sí” como único garante de permanencia de Grecia en el Euro y fin del corralito, las lecturas de los resultados, los motivos de los ciudadanos por decantarse de uno u otro lado y, sobre todo, el objeto final de la consulta queda muy difuso y de difícil interpretación, aunque nuestros políticos se empeñen en simplificarlo y adaptarlo al entorno nacional.
Lo único que queda claro es que quien pierde en este choque de egos y orgullos, en el debate entre nueva política y vieja política donde cada uno se explica en off qué lenguaje debe usarse en una no negociación donde las partes no se entienden, es el propio proyecto europeo, que no nació para dividir ni forzar salidas ni dar como opción posible la marcha fuera de la Unión. Nadie quiere una Grecia fuera del Euro ni el sufrimiento de una población europea; pero sin embargo parece que ese sea un mal menor y necesario. Desde luego, un proceso que debería de ser democrático está siendo más perjudicial y dañino para sus ciudadanos que beneficioso. Al final del día no habrá ganado nadie.
Cenzo A. de Haro
@columnazero