En el Tercer Reich, los propagandistas nazis se encargaron de persuadir a la población nacional e internacional durante los doce años de poder, ayudando a que el Partido Nazi ejecutara sus macabros propósitos gracias al apoyo de una población manipulada y engañada. En ColumnaZero analizamos la propaganda como base del nazismo.
Sólo el brillante uso de la propaganda por parte del Partido Nazi puede explicar el paso de Adolf Hitler de un personaje poco conocido, a uno de los principales candidatos en las elecciones alemanas de 1932. Para ello, utilizaron las técnicas de propaganda moderna, basadas en el lanzamiento de mensajes breves y concisos, a menudo acompañados de una imagen fuerte del candidato del partido. Entre 1919 y 1933, el Partido Nazi denunció la corrupción política existente y la ineficacia e impasibilidad de Weimar; sostenía que los demás partidos políticos sólo miraban por su propio bien; defendía el restablecimiento del orden tras una época de fuertes revueltas civiles, y prometía dar trabajo a los 6 millones de parados que había en la Alemania del momento. Esto hizo que los alemanes, ansiosos por salir de una situación monótona e inestable, apostaran por el cambio.
Hitler estaba convencido de que Alemania había perdido la Primera Guerra Mundial por la excelente labor propagandística de los vencedores, basada en mensajes simples que tranquilizaban a las tropas y que hundían la moral de los alemanes. Por ello, desde el primer momento favoreció la imagen, los símbolos y los eslóganes políticos sencillos en busca de conmover a los ciudadanos.
Una vez en el poder, los propagandistas nazis llevaron a cabo una campaña de “consolidación” de la figura de Hitler. Describían al líder como el espíritu de la fuerza alemana, el salvador de un país humillado por los tratados llevados a cabo por los vencedores de la Primera Guerra Mundial. Consiguieron que la población asociase al führer con la estabilidad. Al mismo tiempo, el Partido Nazi ordenó la producción de millones de copias de Mein Kampf (1925) como forma de dar a conocer la ideología del nuevo líder. También ordenó la fabricación de miles de pancartas con la imagen de Hitler, para facilitar la rápida normalización de la figura del führer en las calles y casas.
“El primer deber de la propaganda estriba en conquistar hombres para la organización” (Hitler, A. Mein Kampf, 1925).
Comunidad Nacional.
La propaganda tuvo un papel muy importante en la propagación del mito de la “Comunidad Nacional”, que serviría para afiliar a todos aquellos que deseaban una nación fuerte y unida.
Cuando la propaganda había garantizado la consolidación de este mito, centró su actividad en definir qué personas entraban en esa comunidad y quiénes eran los excluidos (judíos, gitanos, personas con enfermedades mentales, discapacitados físicos, alcohólicos, drogadictos, ciegos, sordos y homosexuales). El argumento de que esas personas eran peligrosas para el régimen, sirvió.
Se fomentó un especial odio contras los judíos, que eran presentados como extranjeros infiltrados en Europa, que se aprovechaban de la economía del país receptor y explotaban a los civiles. Una raza incapaz de crear una nación propia. Este aspecto era compartido por la mayoría de los países, al menos europeos, entre 1939 y mediados de 1945.
La mayoría de los alemanes aceptaba la discriminación contra los judíos, pero no la violencia antisemita. Por esta razón, la propaganda se diversificó, y ofreció el mismo mensaje en distintos formatos. Unos más sutiles que otros, en función del público al que se dirigía.
Sin que la población alemana se diese cuenta, los propagandistas alemanes ya habían invadido las calles y los medios de comunicación de una campaña que promovía el uso de la violencia contra los judíos. Estos mensajes sirvieron para alentar la pasividad y la aceptación de las medidas tomadas por el Gobierno. Asimismo, fue útil para la aceptación de medidas cada vez más duras, como los masivos desalojos de judíos a los campos de trabajo.
Todos, alemanes y no alemanes, debían acatar las normas establecidas por el régimen. Para prevenir cualquier altercado civil se recurrió a otro importante recurso: el miedo.
Los alemanes no querían una Segunda Guerra Mundial.
Tras la invasión de Polonia en 1939, los alemanes estaban muy asustados. Nadie quería una nueva guerra. Todavía estaban presentes los más de dos millones de alemanes fallecidos en la Primera Guerra Mundial. Descansaba, pues, en la maquinaria propagandística, la función de persuadir a los alemanes y conseguir el apoyo público suficiente para la nueva guerra. Por ello, se llevó a cabo una campaña propagandística que justificaba la invasión. Se presentaba la violencia como única forma para defender la seguridad de una “Alemania que corría peligro en Europa”. También se le otorgaba a la Alemania de Hitler el papel de salvadora del comunismo en Europa.
Para que la sociedad alemana apoyase la invasión de Polonia, que se iniciaría el 1 de septiembre de 1939, se llevó a cabo una brutal campaña en los medios de comunicación, que advertía de las “atrocidades” que los polacos llevaban a cabo contra los alemanes residentes en Polonia. Se aprovechó, al mismo tiempo, para atacar a Gran Bretaña por “incitar al inicio de una guerra”, ya que anunció una intervención contra Alemania en caso de que esta invadiera Polonia. De esta forma, se fomentaba el odio contra ambos países, enemigos, no de Alemana, sino de Hitler.
Una vez comenzada la guerra, con objeto de consolidar la visión que ahora los alemanes tenían de su país vecino, se repartían folletos en los que se exageraba drásticamente el número de bajas alemanas en Polonia. Así, se informaba de que el ejército polaco había matado a 58000 alemanes, cuando había matado a 5000.
Propaganda nazi en Polonia y en el campo de batalla.
También los ciudadanos polacos requerían una explicación sobre el porqué de la aglutinación de judíos en ghettos. Para ello, se realizó una campaña propagandística por toda Polonia que alertaba de que los judíos constituían un peligro para la salud de los habitantes, por lo que era necesario mantenerlos aislados un tiempo hasta su curación. En las escuelas polacas, se obligó a los profesores a explicar que los judíos eran portadores de tifus y piojos. Por otro lado, la falta de comida y agua en el ghetto hacía que los judíos tuvieran un aspecto enfermizo. Todo ello contribuyó a impedir la ayuda pública a las víctimas.
Durante la Segunda Guerra Mundial, los nazis elaboraron panfletos en los que aparecían mujeres desnudas con el objetivo de hacer pensar a los enemigos en lo que se estaban perdiendo al estar en la guerra. Otras postales buscaban que los soldados se planteasen si gustarían a sus mujeres después de la guerra. Estos folletos eran arrojados por aviones nazis en las zonas donde se encontraban los batallones enemigos, logrando que muchos se alejaran del campo de batalla.
Propaganda hasta el final de la Guerra.
Tras la rotunda derrota de Alemania en Estalingrado en febrero de 1943, la tarea de los propagandistas alemanes se hizo imposible. No existía relación alguna entre las noticias oficiales transmitidas a los alemanes y la realidad. En ese momento, muchos alemanes dejaron de creer en la información que los medios alemanes transmitían.
Fue entonces cuando Joseph Goebbels, decidió añadir a la propaganda engañosa, la presión. Para ello, ordenó la circulación por toda Alemania del plan económico que los aliados habían diseñado en 1944 para Alemania, una vez finalizada la guerra. En él, se explicaba que Alemania sería despojada de su industria y sería convertida en un país basado en la economía agraria. Con ello se perseguía intensificar el miedo a la capitulación y fomentar el esfuerzo poblacional por la destrucción de los enemigos hasta el final.
Así pues, la población alemana vivió una ficción que el poder ordenó redactar, y contribuyó a la causa mediante el respaldo de las medidas “terribles, pero necesarias” que se tomaban para salvar a Alemania del “peligro racial”, y a Europa del comunismo.
Marcos Martínez Solanilla