LA MUJER, SÍMBOLO DE UN GRAN CAMBIO

Una reflexión de Marcos Martínez Solanilla para ColumnaZero
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Una reflexión de Marcos Martínez Solanilla para ColumnaZero

El surgimiento de los felices años veinte constituyó uno de los periodos clave de esperanza para el avance definitivo de la mujer hacia el reconocimiento y la plena igualdad de derechos con respecto a los varones. En épocas anteriores, habían sido las víctimas de una injusta situación que, en determinadas zonas, todavía se prolonga en nuestros días, manifestando de este modo que ni veintiún siglos de progreso en el uso de la razón han bastado a la humanidad en su conjunto para aprobar la igualdad absoluta, sin atención a las características físicas o personales de la persona en particular.

De este modo, la finalización de la Primera Guerra Mundial, el contacto que EE.UU experimenta con la cultura europea, el intercambio de ideas entre continentes, y el boom económico que pronto brillaría por su ausencia, constituyó la erupción que tanto le hacía falta al género femenino.

El bienestar de la población, experimentado por las élites y, en menor medida, por las clases medias sobre todo en Estados Unidos, trajo consigo un amplio marco de modificaciones sociales. Ahora ellas constituían piezas fundamentales del nuevo sistema, uno caracterizado por el protagonismo de la espectacular sofisticación de una moda que dotó al mundo de su color original, olvidado desde, al menos, los comienzos del horror en 1916; la rápida integración de la mujer en el mundo del deporte; y la aproximación por parte de este segmento de la sociedad hacia las inquietudes intelectuales y artísticas que permitieron negar a la sociedad la condición que tan injustamente se les había asignado de “seres mentalmente inferiores”. Recibieron el apoyo de unos - especialmente de escritores, periodistas e intelectuales-, y el rechazo de otros, sobre todo de la Iglesia Católica, que reducía el papel de la mujer al de ama de casa, de manera que potenciaba el sometimiento al género masculino.

Símbolo de este gran cambio de siglo, y con él, de sistema ideológico y social de gran parte del mundo, fue la creación de Betty Boop. El personaje animado que tanta repercusión alcanzó en su momento y que tantos estudiantes llevan hoy en sus carpetas de estudio, no es sino uno de los sellos históricos de aquella mujer que a principios del Siglo XX se convirtió en lo que es. Creada en 1932 por el propio Natwick, Betty deja firme sentencia de la libertad con la que la mujer de aquella época podía expresarse: pendientes de aro, maquillaje, labios pintados de color rojo, vestido corto y ligero, un pecho notorio mostrado parcialmente en su escote, y de carácter coqueto e incluso imponente. La influencia ejercida por el dibujo animado también puede ser observada en la creación de otros personajes animados posteriores, como Minnie Mouse; pero a diferencia de los demás, Betty era la única que se mostraba físicamente como una mujer al completo. Todo ello fue lo que provocó la extraordinaria explotación comercial de su imagen. Ahora Betty Boop y su Boop Boop a Doop eran irremplazables.

El trágico crack de la bolsa de nueva york en 1929 puede considerarse como una alerta no sólo de retroceso económico mundial, sino también del progreso social recientemente explicado. Especialmente en Europa -y en el caso español, con el golpe de estado de Primo de Rivera y posteriormente con la dictadura- el auge del fascismo, como reacción de los países violentamente sacudidos por los ciclones económicos, supuso el equivalente a la reducción de salarios con posterior congelación de los mismos que el actual gobierno español ha puesto en marcha.

De nuevo, la mujer, como grupo, volvió a ser la víctima muda de la población en determinados segmentos territoriales de nuestro delirante planeta. Finalizó, una vez más, este periodo en 1945 con el fin de la Segunda Guerra Mundial y el triunfo de las democracias, año en que se inició una revolución social que duraría hasta 1990. En este largo periodo de tiempo, la mujer no sólo mantuvo la imagen que años atrás había conseguido, sino que continuó avanzando, ahora ayudada por el potente movimiento social reivindicativo a su favor. La incorporación de la mujer en el mundo laboral aumentó- de forma que, por ejemplo, en 1940 en EE.UU, mientras que las mujeres que ganaban un salario mensual representaban el 14% de la población total, en 1980 constituían algo más de la mitad- y ejemplo de esta acrecentada conciencia sexual fue la rebelión de las mujeres que habían sido proclives al apoyo de los países tradicionalmente católicos, contra determinadas posturas poco populares de la Iglesia. La fuerza de este nuevo movimiento se manifiesta en la legalidad que un país como Italia permitió del divorcio en 1974. En la década de los noventa el proceso quedó completado; ahora la mujer, como antes sólo hacían los hombres, ocupa en muchos hogares el papel de cabezas de familia.

La Primera Guerra Mundial fue, entonces, la que inició el proceso de mejora social de las mujeres, y la Segunda Guerra Mundial fue la que impulsó la imagen de las mismas en la sociedad con un éxito que bien se puede observar en nuestro presente. Si nos atenemos a este criterio, ¿podemos verificar que sólo los mayores conflictos de nuestro siglo vecino han permitido el cambio? Las actuales medidas más “democráticas” de aquellos de los que dependemos, ¿son fiables? Hechos como el que ocurrió hace un par de días en Francia, en que dos homosexuales sufrieron una paliza por ir de la mano, muestran, bajo mi punto de vista, que no es tan importante la democratización de las medidas legales como la de la conducta de ciertas personas que no respetan y, según las fuerzas ocultas del Karma, no serán respetadas.

Marcos Martínez Solanilla

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