LA HIPOXIA, ¿ES POSIBLE UNA PENA DE MUERTE “HUMANITARIA”?

Un artículo de Carmen Santaella Arco para ColumnaZero.
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Un artículo de Carmen Santaella Arco para ColumnaZero.

El político y periodista británico Michael Portillo parece haber encontrado una manera de ajusticiar “moralmente” a los reos condenados a pena capital: la hipoxia. Un método de ejecución que no causa dolor a las víctimas.

Según el último informe de Amnistía Internacional de España sólo 21 países de los 198 llevaron a cabo ejecuciones en 2011, lo cual es un descenso notable con respecto a hace una década (en 55 países la pena de muerte esta regulada como forma de impartir justicia) A pesar de esta tendencia, un reducido grupo de países ejecutaron a un ritmo alarmante: China, Irán, Arabia Saudí, Irak y Estados Unidos.

Con el claro descenso del apoyo público hacia esta tendencia en Norteamérica, Michael Portillo ha querido realizar una investigación a fondo centrando su objetivo en encontrar un método de ejecución que no sea doloroso. Para ello, es necesario plantearse cómo se lleva a cabo. “Es difícil para la ciencia buscar una forma humanitaria de matar en el siglo XXI, aún estoy investigándola” Señala el político británico.

Con la creación de un documental titulado “Pena de muerte. ¿Cómo ejecutar a un ser humano? Portillo valora los cuatro procedimientos más típicos de ajusticiar a los presos: inyección letal, cámara de gas, horca y silla eléctrica.

En el primer paso de la investigación se dirige a la penitenciaría de Angola (Luisiana) en la que el 70% de los delincuentes son violentos y, por tanto, mueren allí sometidos al primer método nombrado: la inyección letal. El Doctor Chapman es el inventor de la misma y asegura que, según informes forenses, no se garantiza que el reo no sufra dolor alguno. Esto se debe la inexperiencia de los paramédicos. Cuando Portillo preguntó al Doctor Chapman si podría intentar hacerlo de una manera no dolorosa, éste pregunto: “¿a quién le importa si sufren?”

El segundo paso fue investigar el método que países como Irán, Irak, Japón, Jordania, Pakistán, Singapur y dos estados norteamericanos aún usan: la horca. Hasta finales del siglo XIX este método se realizaba a poca altura, de manera que morían asfixiados y lentamente. Sin embargo, en Gran Bretaña se creó una tabla en la que se relacionaba el peso de la persona con la altura de manera que pudieran morir rápida y humanitariamente. De esa forma, la muerte parece estar garantizada: ya que se daña la médula espinal y el tallo cerebral, el cual controla los latidos y la respiración. Sin embargo, tampoco se asegura que la víctima no vaya a padecer ningún tipo de dolor, ya que depende en todo momento de la anatomía del individuo.

El tercer paso de la investigación le llevó al símbolo icónico de la ejecución desde finales del siglo XIX:la silla eléctrica. Edison inventó este método con el objetivo de “ajusticiar a los criminales” y aún se usa en 10 estados de América del Norte. A pesar de que se sigue utilizando (última vez en septiembre de 2007), no hay estudios concretos de los efectos de la electrocución sobre el preso. Cada descarga consta de 2450 voltios (10 veces más que en un enchufe doméstico). El preso recibirá tantas descargas como sea necesario hasta su fallecimiento. Tras visualizar este experimento en lo más parecido a un cuerpo humano, un cerdo, Michael la califica de una práctica cruel, anormal e incluso de tortura por durar hasta 15 segundos en agonía.

El cuarto y último paso cubre el que, al parecer, es el método menos doloroso. En cambio, Portillo descubre a lo largo del documental que, efectivamente, podría ser el menos doloroso siempre y cuando se cumpla un requisito que resulta imposible: la cooperación del reo. Es la cámara de gas. Esta práctica fue pionera en los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial, posteriormente formó parte del plan genocida nazi y, actualmente, está vigente en cinco estados. El Doctor Christopher Cooper, profesor y bioquímico, explica cómo funciona este mecanismo: “El cianuro penetra en el lugar del oxígeno y las células no reciben la cantidad que necesitan.” Este procedimiento provoca un dolor de infarto cerebral y asfixia, lo cual nos lleva a la única complicación: pedir al preso que coopere manteniendo la calma para que el dolor sea menor. Michael Portillo se pregunta si eso es posible.

Para ello, se somete a un procedimiento que recrea la actividad con un gas muy parecido, no mortal, pero si nocivo para el organismo. Tras el experimento, Portillo confirma que no es posible mantener la calma en esos momentos; ni él mismo, sabiendo que nada malo le pasaría, pudo respirar tranquilo y hondo como le pedían los expertos.

Finalmente, al establecer una serie de criterios para saber cuándo una ejecución podría ser humanitaria y cuándo no, Michael se ve obligado a descartar las cuatro prácticas anteriores, basándose en los siguientes hechos:

  1. No debe requerir conocimientos de medicina porque los médicos no quieren involucrarse por el juramento hipocrático: por lo que la inyección letal queda descartada.
  2. No debe privar al preso de una muerte sin dolor y rápida: por lo que la horca no convence al político.
  3. No debe ser sangriento: Por lo que la electrocución no debería ser una opción.
  4. No puede depender de la cooperación del preso: La cámara de gas tampoco se incluye en sus prioridades como métodos de ejecución.

Michael Portillo no se da por vencido en su investigación y cree firmemente que aún puede encontrar lo que buscó desde un primer momento. Lo que aún no sabía era que varios médicos en Estados Unidos ya la habían encontrado: La Hipoxia. Este procedimiento priva de oxígeno al cerebro y a algunos de los órganos vitales. La doctora que investiga la opción asegura que no es doloroso. No satisfecho con la respuesta, Portillo decide someterse a una recreación del tratamiento. Así cuenta su experiencia filmada en el documental:

“Notaba como mi cerebro iba quedándose sin oxígeno y la sensación que tenía era de embriaguez. Un acompañante, que no estaba sometido a la hipoxia, comenzó a hacerme preguntas de cálculo y lógica. Al principio contestaba todas bien, luego me empecé a sentir como si estuviera borracho y no pude calcular una operación tan fácil como restar 8 menos 5. Cuando estaba a punto de quedarme inconsciente, me pidió que pulsara el interruptor o moriría, sin embargo, yo me sentía feliz y no quería pulsar el botón, sin ser consciente de que si no lo pulsaba en menos de unos segundos, hubiera muerto”.

En conclusión, Portillo afirma que es una manera feliz de morir y, por tanto, perfecta. “Resulta que una bomba de gas, un tubo, y una mascarilla son la manera perfecta para matar ya que es una muerte indolora y eufórica. Hasta ahora, es el único método humanitario de ejecución para mí: una muerte sin dolor”. Al estar completamente seguro de la eficacia y perfección de este método de ejecución, pidió opinión al Profesor Robert Blecker, portavoz de la Plataforma Pro Pena de Muerte en EE.UU. Sorprendentemente, el profesor afirma que es una práctica horrible y que no está de acuerdo ya que según él “es terrible, si los asesinos que rompen la cabeza a sus víctimas con martillos y les cortan el cuello mueren eufóricos… no es justicia”.

A pesar de que Blecker no crea que una muerte humanitaria es lo mismo que una muerte sin dolor, Portillo sostiene que “mientras el estado tenga que seguir ejecutando gente, por lo menos lo debería de hacer de una manera que no cause dolor y que sea lo más rápida posible.”

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Carmen Santaella Arco

@CarmsAndPams

3 Comentarios

  1. Muy buen articulo para una muy buena periodista

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