LA HERENCIA RECIBIDA: LA CORAZONADA TRISTE DE LA COMUNIDAD SERIÉFILA

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Un artículo de Juan Antonio Navarro para ColumnaZero Tv.

A pesar del hype del que disfrutan actualmente algunas series de televisión, y de la expectación con la que se espera la enésima Lost de la década, sobrevuela la comunidad seriéfila cierta corazonada triste.

Como si ese proceso de acumulación y revisión que tiene lugar en cualesquiera de las artes hubiese comenzado aquí, en la televisión, a girar cada vez más torpemente, ofreciendo simples caricaturas wannabe de lo que un día fue un estallido de creatividad. Un presentimiento que parece mamar de una especie de antítesis del trillado discurso gubernamental: la culpa, por brillante, es siempre de la herencia recibida.

Hace casi año y medio de aquel tuit que Bryan Crastron (Walter White en Breaking Bad) dedicara a la memoria del entonces recién fallecido James Gandolfini. La segunda parte de aquel condensadísimo pésame venía a resumir lo que la innumerable lista de actores que han interpretado a antinhéroes televisivos desde Los Soprano han cargado en su corazón todos estos años: «Quite simply, without Tony Soprano there is no Walter White». Podríamos borrar ese Walter White y anotar a Al Swearengen, Jax Teller, Nucky Thompson, Frank Underwood, Tommy Shelby, Rust Cohle, John Tackery… Ninguno de ellos habría sido posible sin aquel episodio, Universidad, en el que Tony Soprano desafiaba a una audiencia hasta entonces cándida a enamorarse de un criminal. Aquel episodio cambió la historia de la televisión.

LA HERENCIA RECIBIDA: LA CORAZONADA TRISTE DE LA COMUNIDAD SERIÉFILA

Pero porque no todos los días se descubre la penicilina, es imprescindible discriminar entre el mero acercamiento conceptual y el atrevimiento de tomarle, con talento, el pulso al pasado. La cuarta entrega de American Horror Story, Freak Show, no hace sino transitar torpemente -ni aterroriza ni conmueve- un camino abierto once años atrás por la misteriosa Cárnivale, de la cual, esta vez con clarividencia, otra gran serie ha sabido absorber el carácter atmosférico y mitológico: la archiconocida True Detective.

En la sitcom tradicional, la fórmula Chuck Lorre se extiende como el Monstruo Bú mientras la sombra de Friends acecha desde un DVD. Una sombra que Carter Bays y Craig Thomas ocuparon durante años con una intermitente pero admirable Como conocí a vuestra madre. La otra comedia, la frankesteniana, la que tiene lugar en la región más sórdida de la mente y que parió un tal Ricky Gervais desde una oficina de ventas británica, alcanzó cuatro años atrás -y continúa superándose- su máxima expresión con Louie. Una serie que no se conforma solo con tomar la herencia recibida como estado anímico alrededor del cual girar sino que ambiciona transgedir los límites de ese universo y marcar la pauta de lo que ha de venir -o habría de venir-, empujando el arte un pasito más allá. El Fin de la Comedia, la serie de Ignatius Farray, Miguel Esteban y Raúl Navarro, propone el mismo mecanismo pero partiendo esta vez desde Louie, dando lugar a una obra cómicamente contemporánea -y por ende anglosajona- pero espiritualmente española: el derrotismo y la hipocresía elevados a la cuarta.

Este proceso de deconstrucción a partir del cual una serie puede ser rastreada en sus herencias resultaba enormemente difícil con aquellas obras genuinas de principios de esta edad de oro de la televisión. Sin embargo, en éxitos recientes como Transparent resultan fantasmalmente traslúcidas las influencias de Six Feet Under y Girls. En Gomorra, una de las más ambiciosas e injustamente poco mediáticas series que nos ha dejado este 2014, es incuestionable el impulso chasesiano y simoniano que la mueve por las peligrosas calles de Nápoles. En The Knick vibra el adn madmeniano que aspira a someter al hombre a los cambios paradigmáticos de su época, de la misma forma que vibra en Masters of Sex.

Son los checkpoints de la televisión. Puntos iniciáticos o culminantes que han marcado la trayectoria de la televisión y la agenda de las productoras y que, con mayor o menor fortuna, se han ido materializando en innumerables obras derivadas. Distinguir, no desde el futuro sino desde las mismas entrañas del proceso, si la genialidad sigue respirando en estas nuevas obras o si por el contrario nos encontramos, como muchos críticos afirman y la corazonada generalizada advierte, ante el final de la tercera edad de oro de la televisión, es una tarea espinosa. Sea como sea, algunas de estas series han demostrado que a veces, la herencia no es necesariamente, por brillante, una carga. Solo una carta que jugar con ingenio.

Juan Antonio Navarro Cádiz

 

1 Comentario

  1. Precioso paseo por el árbol genealógico de las series. No podría estar más de acuerdo con todo.

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