A toda prisa, me levanto de la cama y empiezo mi día como otro cualquiera. No sé cuántas ganas tengo de salir de casa, sabiendo que fuera no deja de llover y que probablemente no me vayan a contar nada nuevo. Veo el edificio blanco a lo lejos y me invade la pereza. Decido entrar y dar el paso. “Vamos, tú puedes” repito una y otra vez en mi cabeza. Veo gente de todo tipo pero que tienen una cosa en común: me hacen dudar de si están vivos. En ese edificio blanco, reinan las cabezas gachas, las caras de duda ante cualquier pregunta y la pena por no saber qué va a ser de ellos mismos. A veces dudo de si estoy en un cementerio lleno de gente que parece que no respira, que no siente ni padece, pero me choco con la realidad en el momento en el que toda esa gente que tiene la cabeza gacha se despiertan al unísono para competir por una décima más. Bienvenido a la facultad de comunicación, siéntese.
Llego a cafetería y me pregunto por qué empecé a estudiar periodismo. Pido un café y me encuentro con más gente que parece que va a la universidad por inercia. Yo pensaba que el ambiente que reinaría sería de gente muy activa, con ganas de comerse el mundo y de cambiar la terrible crisis en la que se encuentra inmersa el periodismo. Llevo tres años estudiando un doble grado de periodismo y de comunicación audiovisual, convencida de que la universidad me aportaría lo necesario para llegar a donde quisiera y comerme el mundo de la comunicación en general. Creo que todos entramos con ese propósito, pero poco a poco se ha ido viniendo abajo. “Iros un año fuera que aquí no hay mucho que hacer” decía mi profesor de “la noticia periodística”, una asignatura que cursé en Madrid hace un año. Yo deseaba que su frase acabase con un “de momento”, pero no tuve esa suerte. Sigo con la mirada perdida mientras remuevo el café hirviendo y pienso en la suerte que he tenido con los grandes profesionales con los que nos hemos encontrado mis múltiples compañeros y yo (y digo múltiples porque en tres años he estudiado en dos universidades distintas). Todos, tanto los profesores como los alumnos, estaban de acuerdo en lo mismo: “hay que cambiar la forma en la que entendemos de hacer periodismo”. Lo irónico empieza en el momento en que los docentes nos lo cuentan pero pocos han sido los que nos han dicho cuáles son esas posibles nuevas formas.
Cuando me acabo el café, decido ir a clase. Como de costumbre, el profesor intenta iniciar un debate, pero son pocos los alumnos que se atreven a responder. “Nos encontramos en una situación en la que sabemos que hay una crisis tremenda en la credibilidad del periodismo provocada por la exacerbada politización de todos los medios” se escucha en el aula. Estamos hartos de hablar de lo mismo, pero lo triste es que no sabemos muy bien por dónde tenemos que empezar a trabajar. “Y por supuesto, una tremenda crisis esconómic…” que en mi cabeza suena como “blablablá”. La clase me deja con la misma sensación con la que entré: ¿por qué decidí estudiar periodismo? Salgo de la universidad y llego a casa pensando en si yo seré una de esas 600 personas afortunadas (de 60.000 licenciados al año) que encuentran trabajo en la profesión. Me siento y veo a mi compañero de piso (y de la carrera) leyendo un artículo sobre la posibilidad de que todas las carreras de comunicación se fusionen en un único grado. Hablamos sobre nuestro futuro y me acuerdo del año pasado, cuando tuve que realizar una investigación tutorizada por Matile Eiroa, que se centraba en el futuro del periodismo y en la posibilidad de que el periodismo local fuese la clave para miles de periodistas licenciados parados. Muchos fueron los periodistas que hablaban de la dificultad para encontrar trabajo en un medio, debido a la crisis del papel, las reducciones de plantillas, la tendencia a contratar becarios con sueldos bajos… Recuerdo dos entrevistas en particular que hice en Madrid, que me marcaron por diversos motivos; la que realicé a Ángel Sánchez, director del periódico local Crónica Norte, y la de Arturo Vallejo, director del periódico La Quincena, entre otras ediciones locales. Ambos habían trabajado en populares medios de comunicación españoles y decidieron montar su propia editorial porque confiaban en una nueva forma de hacer periodismo; ambos sentían esa vocación (para mí la vocación no es solo cosa de médicos como muchos dicen) de montar su propio periódico para hacer un periodismo en el que ellos creyesen.
Dicho y hecho. Mientras hablaba, mi compañero me escuchaba con atención y juntos empezamos a crear ideas y a pensar en posibles negocios relacionados con la profesión. Sigo hablando y le cuento como estos periodistas llevaron a cabo sus propias editoriales locales: con mucho esfuerzo, contando con plantillas de dos personas y algún que otro freelance. Me emociono mientras lo cuento, pensando un “todo es posible” que retumba en mi cabeza. Veo los ojos de mi compañero que quiere que siga hablando y que le siga contando que conseguir algo relacionado con lo que nos apasiona es posible. Le cuento que una de las conclusiones de nuestro trabajo, fue que el futuro del periodismo, más que la ardua tarea de buscar trabajo en los medios convencionales, está en la propia “autocreación” de trabajo. Un yomeloguisoyomelocomo en toda regla. Empezamos a divagar. Que si la estabilidad de los medios depende de su constante renovación con la tecnología, que si muchos son los periódicos que han cerrado su versión impresa y se han pasado al lado oscuro de Internet, que si lo que tenemos que hacernos ahora es un blog y conseguir muchos seguidores…
¿Qué hacemos? Nos preguntamos todo el rato. Que no cunda el pánico. La desmotivación está cundiendo demasiado, pero el pánico de momento no. No sabía si todo ésto eran sensaciones mías y de mi compañero en una tarde cualquiera, así que el instinto periodístico pudo conmigo y me decidí a preguntar formalmente a varios compañeros de la carrera, tanto de mi universidad de Madrid (UC3M) como de la Universidad de Santiago. Me comuniqué con ellos a través de Internet y decidí marchar a Madrid unos días para poder reunirme con la gente variopinta (la mayoría emigrados a Madrid) para que pudiesen contarme algo más sus sensaciones. No podían ser sólo una o dos personas, quería que todo el mundo que pudiese conseguir me contase su experiencia personal y que me hablasen de cómo se sienten en la carrera. Me planteé que el hecho de hablar con gente de una misma universidad no me iba a ayudar a sacar conclusiones claras, por lo que también decidí interesarme por estudiantes de Santiago. Han sido muchas las personas, tanto en Galicia como en la capital, que me hablaban de su frustración al ver que estudian una carrera que tiene “poco futuro profesional”. Está claro que salidas profesionales hay muchas, pero parece ser que puestos de trabajo hay pocos. Mi compañero Joel, el cual estudió la mitad de la carrera en la Universidad de La Laguna y después en la Universidad Carlos III de Madrid, me decía que “el problema de los estudiantes de periodismo es que nos han educado para buscar el reconocimiento pero no unos conocimientos”. La constante sensación de estudiar algo que no tiene futuro profesional (en este momento, por dios, en este momento) nos ha llevado a competir los unos con los otros y simplemente luchar por tener la máxima nota.
Abro mi libreta roja y consulto una serie de estadísticas que extraje de unas encuestas que le realicé a las personas a las que entrevisté. Me sorprende un cien por cien, que alude al sentimiento común de que hace falta un cambio en el plan de estudios de las carreras de periodismo. Pienso y hago un repaso de los planes de estudio, tanto de la UC3M como de la USC y lo que veo es un inimaginable número de asignaturas teóricas, que siguen dándose prácticamente igual que hace 30 años. ¿El periodismo no debía estar en constante renovación conforme las sociedades avanzan? Eso me enseñó mi profesor Raul Magallón en primero de carrera, el cual ha sido de los pocos docentes que han intentado enseñarnos esa nueva visión periodística a través de un ordenador. La actualización tecnológica hoy en día, en un mundo en el que todo está en constante digitalización debería ser la primera obligación y requisito para que un docente adquiera un puesto de trabajo. Me río de pensarlo. ¿De verdad me va a enseñar algo renovado y con aspiraciones de futuro un señor que no sabe encender el ordenador y conectarlo al proyector? Creo que hasta un dibujo animado tendría serias dudas sobre ello.
Decido levantarme de la cama y encender el ordenador. Resulta que tengo que hacer un trabajo para “Diseño y composición visual”, una asignatura en la que me están enseñando cómo se maqueta un periódico a la “antigua usanza”, es decir, en papel. Abro InDesign y me pongo a trabajar en el periódico que tengo que maquetar. Lo hago con desgana, porque no puedo dejar de pensar en Borja Ventura, un profesor de periodismo en la red que me aseguró que nosotros no llegaríamos a trabajar en un medio convencional. Y con ello, el eterno debate de cuándo desaparecerán los medios convencionales. Ni los propios profesionales de la comunicación tienen una conclusión clara, como para arriesgarme yo a apagar el ordenador y no hacer el trabajo. Pero sí que pienso una y otra vez que en el periódico que tengo que maquetar, aprovecharé para meter un artículo en el que hablaré sobre la importancia de que los profesores den los contenidos de sus asignaturas teniendo una opinión común sobre dónde está el futuro de la profesión. Mezclamos pitos y flautas y quieren que sepamos de lo antiguo pero también del misterio de los “nuevos formatos”. Al final, solo me queda seguir “haciendo filetes” en InDesign y pensar que cuánto más polifacética pueda ser, mejor. Ya, claro.
Ángel Sánchez me dijo que estimaba entre 5 y 10 años de vida para los medios en papel. Pero no sólo él; también lo hacen Raúl Magallón, Asier Aranzubia, Nieves Limón, Miguel Pedrero, Jaime Fandiño, Borja Ventura, Matilde Eiroa, Vicente Mosquete… Y también hay una infinidad de profesores que piensan que los medios convencionales no pueden morir. Esta es la causa fundamental de por qué seguimos centrándonos en la vieja usanza de la profesión. A mí también me da pena, pero igual tenemos que empezar a ser realistas.
Estoy un rato editando y decido volver a la universidad, a unas charlas voluntarias sobre el periodismo digital y el futuro de la profesión. “Futuros periodistas. Fu-tu-ros pe-rio-dis-tas”. Se repiten estas palabras en las aulas y me parece una broma del día de los inocentes. Ya casi acabando la carrera y supuestamente “preparados” para empezar a cambiar las cosas y hacer un periodismo digno. “La generación mejor preparada de la historia, en la que más se ha invertido para su educación” leía de un artículo el conferenciante. Le miraba y me costaba creerme lo que estaba diciendo. Decidí levantar la mano y contar una anécdota: en una asignatura llamada “Documental periodístico”, donde teníamos que analizar diversos documentales y extraer errores que no debemos cometer, un alumno de cuarto de carrera, dijo que había un error y es que se veía “el palo con el que se graba el sonido”. El profesor preguntó que si alguien, de una clase de cuarenta personas, sabía cómo se llamaba ese elemento fundamental, con el que se llevan a cabo mil trabajos periodísticos audiovisuales. Nadie respondió y me atreví a levantar la mano y decir que se llamaba “pértiga”. Se escucharon múltiples “ah, es verdad”, “no me acordaba”, “lo de las pelis”… En cuarto de carrera, le repito. El conferenciante se queda sin palabras y me habla de lo que varía la educación de un sitio a otro y empieza a divagar sobre la importancia de que todos tengamos un blog.
Me voy de la conferencia y enciendo la tele. Pum, repetición de Salvados. Ahí está Jordi Évole. Me recuerda a mi compañera Mayte, estudiante de periodismo y comunicación audiovisual de la UC3M, que me hablaba de las modas y del movimiento fan de la profesión. Enciendo la grabadora y reproduzco su frase. “Ahora se ha puesto de moda ser Sara Carbonero o ser Jordi Évole; la gente ya no se preocupa por formarse y saber de todos los roles de la industria de la comunicación. Como si no fuera difícil, encima queremos saber sólo de lo que nos gusta y no saber de nada más”. Jordi, a la vez, está hablando de las terribles decisiones políticas tomadas por el gobierno, de la situación catastrófica en la que se encuentra este país… Y yo pienso que la cosa está lo suficientemente difícil, como para que nosotros solo queramos aprender de lo que nos gusta. Y cuando nos pidan conocimientos de edición o de sonido, tendremos que rezar para que podamos encontrar un curso a un precio decente. “Ahora ya tenéis que saber de todo” decía mi profesora Nieves Limón. “Las plantillas se están reduciendo porque se están consolidando profesiones que antes desempeñaban varios periodistas en una única persona”. Entonces, me paro y pienso que si la profesión periodística ha cambiado, igual es necesario que los planes de estudios cambien con ella.
El conferenciante empieza a repasar planes de estudios de varias universidades. Como ejemplo, toma la UC3M. Lee el plan y me mira, sabiendo que yo venía de allí. En sus ojos vi que pensaba que había que hacer un cambio en aquel plan. “¿Historia de España del siglo XX? ¿Tenéis una asignatura sólo para esto, cuando se supone que lo acabáis de dar en bachillerato?” me pregunta. Y yo le sonrío y afirmo. “¿Y no tenéis nada de sonido en toda la carrera?”, “¿Y qué son todas estas asignaturas teóricas?”, “¿cuántas veces usáis la cámara al año?”… Sólo me quedo con la última pregunta dándole vueltas.
Salvados hace una pausa y empieza la publicidad. Alucino porque toda ella está dirigida hacia un target juvenil. Enciendo el ordenador y contacto con Cristina del Pino, una profesora que tuve en Madrid hace un par de años que me enseñó cómo funciona el mundo de la publicidad. Leo su respuesta: “el otro día quedé con el director de Mccann Erickson y resultó increíble lo que me contaba sobre cómo un anuncio de cualquier cosa, se intenta transformar para que llegue a vosotros. La publicidad ahora tiene el horizonte puesto en vosotros; es la primera rama de la comunicación que se ha dado cuenta de que sois el futuro y de que tienen que saber lo que queréis”. Acabo de leer su contestación y, cuando me doy cuenta, Salvados ya está otra vez en antena. Veo imágenes de protestas, de personas movilizadas con un sentimiento común: el rechazo político. Jordi Évole habla del poco caso que hacen los políticos al pueblo, de lo poco que se escucha la reivindicación social y qué donde vamos a llegar. “No nos vamos, nos echan” se escucha de fondo mientras el periodista habla. A mí me parece irónico que sólo la publicidad sea el ámbito que se ha dado cuenta del poder de internet y de lo que puede llegar a hacer en los jóvenes. El periodismo sigue estancado en llegar a un mismo público, sin abrir sus miras y sin aprovechar el boom digital y el enorme mercado de posibilidades que existen. Es bastante evidente que un joven no va a comprar un periódico, pero probablemente visite un portal de internet.
Jordi sigue entrevistando a gente y entre ellos a becarios que trabajan en una empresa de telefonía sin cobrar por su trabajo. Esto me teletransporta en el tiempo, a la cantidad de veces que mis profesores de Madrid me han dicho que nunca acepte unas prácticas sin remunerar, que eso desprestigia la profesión y al final seremos becarios hasta los 30 años. Me agobio de pensar que ahora lo que te piden en todos lados es experiencia, pero claro, los profesores te recomiendan que no trabajes en un sitio sin cobrar un mínimo. Y el problema empieza cuando son pocos los sitios que te proponen “acogerte una temporada” con un dinerito incluido por las “molestias”. Y el problema continua cuando ves que tú estás cobrando dos cientos euros (o nada) por hacer exactamente lo mismo que un veterano que se está llevando cinco veces tu sueldo.
Apago la tele y me meto en la cama. Abro el libro “La vida imaginaria” y sigo leyendo por donde lo dejé ayer. Nata, la protagonista, sigue emperrada y obsesionada con su exnovio, por lo que se tira 5 páginas hablando de que “esto no puede ser”, “las cosas tienen que cambiar”… Y empieza a hablar sobre los cambios, sobre desde dónde hay que empezar a modificar cosas. Me intereso mucho por la historia de la protagonista, la cual decide empezar a cambiar su actitud desde el principio, ayudada por un psicólogo que le hace contar su historia con su exnovio desde que se conocieron hasta que lo dejaron. Después de un día intenso de pensar y repensar mi futuro laboral como periodista, no puedo más que hilar conclusiones. Y pienso que para salir de la crisis del periodismo hay que empezar a educar a los futuros periodistas. Y hay que obligar a los profesores a que estén actualizados. Y hay que cambiar la forma de entender el periodismo (porque ésta ha cambiado). Y hay que fomentar la autocreación de empleo. Y hay que mandar a tomar viento las prácticas gratuitas. Y hay que revisar los planes de estudio. Hay tantos “Y hay que”, que parece que hay más que cambiar que cosas bien hechas.
Blanca Ramos Fernández
Gran artículo. Estudio periodismo bilingüe en la UC3M y me he sentido identificado con muchas de tus reflexiones. Un saludo y enhorabuena.
Me ha gustado mucho tu artículo. Voy a empezar a estudiar periodismo en la UPV/EHU y bueno, al menos aún tienes esperanza, espero encontrarme gente como tú entre mis compañeros, ¿idealista, soñadora? Con ganas de hacer bien las cosas. Ánimo y suerte con la página.
En mi opinión, un artículo muy bueno, que en ciertos momentos me recuerda a una página extraída de una novela. Yo soy una joven escritora cuya vocación parece ser el periodismo,aunque a veces no se si debería hacer una filología, en cualquier caso quizá el curso que viene sea bien recibida en la UMA para estudiar periodismo. Muchísima suerte con todo, y ánimo para continuar con esta labor, porque es un gran trabajo. Un abrazo.