
Come demasiada pizza. Llora cuando ve Forest Gump. Dicen que nació con un sombrero pegado a su larga cabellera. O que proviene de una familia de vampiros por su aspecto físico. Mucho y casi nada se sabe del cantante británico James Bay, que a sus 25 años ha conseguido estar en lo más alto de las listas musicales de todo el mundo.
El propietario del pub que fuera debe estar maldiciendo el día en que le despidió de su local. Fue Eric Clapton quien le creó las ganas de agarrarse al mástil de la guitarra española abandonada en su casa. Pasaba horas encerrado en su habitación probando diferentes posiciones. A menudo buceaba entre estanterías y rescataba alguna biblia musical: Michael Jackson, The Stones, Motown, Bruce Springsteen… Y mientras robaba algún suspiro y hacía las maletas rumbo a Londres en busca de algo mejor, llegó el golpe. Mitad suerte, mitad casualidad. Bastaron una actuación de tres canciones y un vídeo borroso para que su voz atravesara el océano y llegara a un despacho en Nueva York en forma de contrato musical.
Desde entonces, todo han sido éxitos. Tras su primer álbum de estudio “Chaos and The Calm” (Republic Records, 2015), el joven inglés ha pasado de ejercer de telonero de músicos como Taylor Swift, Sam Smith, One Direction y Ed Sheeran a recibir premios (consiguió el BRIT al mejor artista británico en solitario) y participar en festivales multitudinarios, entre ellos, el BBK Live en Bilbao. Su single, Hold back the river, se ha situado entre las canciones más populares y vendidas en más de 50 países. Y sus actuaciones reúnen ya a decenas de miles de personas.
Su extravagancia le lleva a adquirir de manera compulsiva guitarras antiguas. “Cuanto más viejas, mejor” cuenta James. Aunque la fama le explotara un día por sorpresa, lo cierto es que mantiene los pies clavados al suelo. “Soy muy de raíces”. Continúa la relación con su novia de hace años y no es capaz de componer una línea cuando está lejos de los suyos. Mientras recorre kilómetros abrazado a su guitarra, piensa en casa. En jugar al fútbol en un campo de Hitchin, su pueblo natal, y en trepar los árboles más altos junto a su hermano. Y mientras asimila todo el revuelo que han causado sus canciones, prepara el siguiente asalto. Si en un año su voz ha conseguido armar tanto revuelo, ¿qué ocurrirá dentro de un tiempo? Aunque es imposible saberlo, un dato es seguro: Aún queda talento por descubrir bajo la forma de ese sombrero.
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Ana Romero