
Évole y el 23F….
Me lo creí. Muchos nos lo creímos. Es fácil decir a posteriori: “bah, resultaba evidente que no”; “encajaba todo demasiado bien”; “imposible”. Etcétera, etcétera. Lo cierto es que, precisamente porque encajaba todo bien, resultó verosímil hasta cuando la “broma” se llevó a límites… Increíbles. Y eso, creo, no ocurrió hasta cerca del final.
La “Operación Palace” nos deja varias lecciones. La primera, que no es tanto una lección como la confirmación de una lección, es que somos jodidamente manipulables. Máxime por televisión; máxime si se trata de una teoría conspiratoria que a ese conspirador que habita dentro de nosotros tanto le gusta. Lo confirma la psicología.
La segunda lección es que el periodismo del “todo vale”, que dicen algunos, ha venido para quedarse. Quizás el programa tenga su razón de ser más allá de la búsqueda de audiencia a toda costa (de hecho, así lo creo, como luego argumentaré); pero es indudable que los medios se ven cada vez más forzados a buscar fórmulas imaginativas, innovadoras, para captar la atención del público. Qué fue antes: ¿el estreno del programa de Risto en Cuatro, u “Operación Palace”? En cualquiera de los casos, la conclusión es la misma: la competencia manda. Con el 23-F sucede, además, que es un tema sobre el que se han escrito libros y grabado documentales para aburrir. Un tema “manío”, vaya. Al respecto, me gusta especialmente “Anatomía de un instante”, de Cercas. Pero como conozco a más de uno al que no le ha gustado nada, aviso: como pasa con las pelis, decide uno mismo.
Tercero: la política es dada a las conspiraciones. Y lo es, entre otras razones (“quítate tú pa’ ponerme yo”), porque hay cosas que el Estado no puede, no debe, hacer públicas. Es éste un debate interesante y, sobre todo, de gran actualidad. La transparencia que permiten las redes sociales está redefiniendo los límites entre lo público y lo privado. Yo soy de los que opina que no todo debe saberse, porque un Estado, para su supervivencia, requiere secretos. Cuestión distinta es qué debe entenderse por secreto de Estado, por razón de Estado: con frecuencia, el poder se siente tentado a recurrir al concepto para ocultar sus miserias. Y eso, tampoco. Precisamente porque el poder es dado a las conspiraciones, resultaba creíble el relato. Y tampoco resulta(ba) descabellado pensar que, antes de que el golpe estallase, mejor parecía provocarlo (ilusoriamente, claro), asegurando así la continuidad de la democracia.
Cuarto, y quizá, el aspecto más importante: este programa no surge en un momento casual. Surge en un momento en que la Transición, y dentro de ella la Monarquía como principal estandarte, están en Franco declive. La crisis ha puesto patas arriba muchas cosas, y entre ellas, el mito que rodea a la Transición: nos hemos dado cuenta, sobre todo las generaciones más jóvenes, que todo lo que se nos hizo ver como idílico quizás sirviese en un momento dado, pero no ahora. Mundo nuevo, políticas nuevas.
La Monarquía, y todo lo que forjó la Transición, está en crisis. Está en crisis el país, y (o porque, o como resultado) está en crisis uno de los principales mitos fundacionales de la democracia. Y el programa, sabiamente, aprovecha el momento para poner luz donde aún quedan sombras: ¿fue el 23-F tal como nos lo han contado?
Jorge Herrera Santana