EL NAZISMO DESDE EL PUNTO DE VISTA SOCIOLÓGICO

Un artículo de Marcos Martínez Solanilla para ColumnaZero.
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Un artículo de Marcos Martínez Solanilla para ColumnaZero.

Pensar en el fenómeno del nazismo conlleva a concluir que fue algo terrible, pero sin explicación; un capítulo de la historia que muestra el apogeo de crueldad que el ser humano puede llegar a experimentar. Las respuestas al por qué de tal episodio, entre otras muchas, quedan en blanco; no encontramos causas, sólo consecuencias evidentes que hieren nuestra sensibilidad.

Zygmunt Bauman, sociólogo, filósofo y ensayista polaco, profundiza y da respuesta a muchas de las cuestiones del nazismo en su libro Modernidad y Holocausto.

Hitler, en un principio, fijó su objetivo del nazismo en “librarse de los judíos” y sobre todo en que los territorios del Reich fueran judenfrei, es decir, “libres de judíos”. Para ello, se llevó a cabo la emigración de los judíos que se encontraban en territorio alemán a otros lugares de Europa. A medida que los judíos eran trasladados a otros países, el imperio nazi incrementaba incesantemente sus territorios hasta convertirse en la “Europa nazi”; de ese modo, todos aquellos territorios en los que se encontraban los judíos que en un principio habían sido trasladados desde el territorio inicial iban siendo adheridos al imperio de Hitler, motivo por el cual, el 1 de octubre de 1941, se tomó la decisión de suplantar la exportación de los judíos del territorio nazi, por el exterminio físico de estos; ello suponía la adopción de una medida más favorable al cumplimiento rápido y eficaz del propósito nacional.

¿Por qué Hitler volcó toda su violencia contra los judíos?

El motivo fue el hecho de que estos, ya que a lo largo de la historia no habían tenido un “hogar”, un Estado territorial, solo podían participar en la lucha por sus derechos recurriendo a métodos “indecentes, subrepticios y turbios”, lo que les convertía en el enemigo perfecto. Ya no bastaba con la separación territorial de los judíos en guethos, en los que tuvieron que vivir durante siglos, sino que ahora no podían mantener ningún tipo de relación, excepto de carácter formal y funcional, con el resto de las personas. Ello fue fácil ya que la comunidad judía constituía una minoría de la sociedad alemana, lo que permite la lucha de un “nosotros” contra los otros, contra “ellos”.

Para llevar a cabo esa lucha sin dificultad, el nazismo llevo a cabo operaciones poco a poco, haciendo que tanto los ciudadanos como los encargados de ejecutarlas, vieran la situación como algo normal. Una vez conseguido, el civil se convirtió en “esclavo” del poder, que tenía como única obligación la obediencia sistemática a lo que decían los altos cargos. Ello exige al funcionario “una elevada disciplina moral y la negación de uno mismo”. Las actuaciones de estos grupos contaban con el firme apoyo del Gobierno: la disciplina de estos era ejemplar y estaban exentos de todo juicio moral por lo que hacían.

¿Por qué utilizaron las cámaras de gas como instrumento de muerte judía?

Bauman analiza también el motivo del uso de las cámaras de gas como instrumento de muerte judía. Todos aquellos que ejecutaban a las víctimas del momento, no presentaban, en su mayoría, problemas mentales. Ello, en parte, presentaba un problema emocional: cualquier persona, aunque tenga una obediencia ciega a otro, no sería ella misma ante una situación en la que se viese obligado a disparar y matar a alguien, lo que suponía un obstáculo para la satisfacción del poder. Por ello, debido al conocimiento de que el asesinato podía llevarse a cabo de una forma “menos perjudicial para la conciencia individual” mediante la invisibilización de esta, se tomó como opción llevar a cabo la matanza en las cámaras de gas. Resultó ser una idea que en el momento se convirtió en el modelo único de exterminio, ya que en la fase de los Einsatzgruppen, en que se llevaba a las víctimas acorraladas frente a las ametralladoras y se les mataba directamente, se corría el riesgo de que los soldados se vieran vencidos por la humanidad que el poder quería cegar.

Otro aspecto a destacar la participación de los propios judíos en su proceso de aniquilación. En este sentido, Bauman explica que se trata de una estrategia de manipulación por la cual los nazis mantenían inactivas a las víctimas, persuadiéndoles sobre su destino y engañándoles sobre el fin que les esperaba con el objetivo de fomentar su participación e involucramiento en las distintas actividades y así garantizar la obtención de beneficios. Los judíos no eran ordenados a participar en la guerra debido a la posibilidad de su anti patriotismo; por ello, la explotación se convirtió en una forma eficaz de aprovecharse de ellos antes de su exterminio.

Judíos: los grandes enemigos de cualquier régimen totalitario.

Los judíos eran el gran enemigo de todos los regímenes totalitarios. En una época en que las naciones estaban en proceso de formación, los judíos, que estaban presentes de manera dispersa por todo el mundo, representaban en todas las naciones la limitación de la identidad individual y de los intereses comunales que el criterio de nacionalidad debía determinar con absoluta autoridad. En todas las naciones constituían el “enemigo interior”, ya que eliminaban la diferencia entre anfitriones e invitados, lo que ponía en peligro la auténtica identidad nacional. Además, en un momento como la Segunda Guerra Mundial, se despertó la duda sobre la fidelidad de los judíos a la hora de luchar contra los enemigos de la nación, es decir, había dudas sobre su patriotismo debido a la pertenencia a una nación física, pero no emocional. Esta sospecha quedó confirmada por la marcada tendencia de los judíos a reflejar su inclinación por los “valores humanos”, por “el hombre como tal”, por el universalismo y por otras consignas igualmente antipatrióticas.

Una vez analizados cada uno de los elementos que participaron visible o invisiblemente en el proceso contra los judíos, el autor cuestiona la aparente imposibilidad de que en nuestros días se produzca algo semejante. Parece improbable que el cumplimento de un proyecto de ingeniería social a gran escala se haga a través de instrumentos de racismo antisemita, pero el autor alerta de que debemos tener en cuenta que se trata de un acontecimiento histórico llevado a cabo por el ser humano contra parte de la humanidad. Por ello pudiera acontecer que en un futuro, como especifica, no previsible y no muy lejano, las sociedades occidentales, orientadas al consumo y centradas en el mercado, se encuentren en una situación que exija que el Estado asuma un control directo de la administración social de modo que la perspectiva racista podría resultar útil.

En la actualidad- especifica Bauman- los judíos forman parte de las clases medias y altas, ocupando importantes cargos que suponen la conexión no inmediata con las masas, los grupos antagonistas que deberían preocuparse por la necesidad diferenciadora de las distintas clases sociales en caso de que se produjera una situación tan terrible como la analizada serían, en los países occidentales, los trabajadores inmigrantes.

A partir de todo ello, Zygmunt Bauman reconoce que la responsabilidad de un hecho que, si bien con mayor grado de violencia, puede servir como representación de tantos otros episodios históricos que han demostrado la ausencia de la justicia a lo largo de los tiempos, podría recaer en la propia sociedad moderna. Sería- anota- como la cara oculta de la sociedad en la que vivimos, que se manifiesta en contadísimas ocasiones pero que, cuando lo hace, deja desenmascarada la violencia y demás aspectos negativos que han sido utilizados, al mismo tiempo, a lo largo de la historia para la formación de la propia estructura social.

Algo semejante al nazismo podría ocurrir en la actualidad; en cualquier lugar.

La concepción que se tiene del holocausto hoy, es producto de una serie de elementos morales cuya formación ha dependido, en gran medida, del tipo de gobierno existente. De este modo, como establece el estudio realizado por John R. Roth, catedrático estadounidense, si el poder nazi hubiera prevalecido, hoy en día se consideraría que no se había violado ninguna ley natural y que no se habían cometido crímenes contra la humanidad en el holocausto.

En este sentido, Auschwitz deja de ser el símbolo del apogeo de la agresividad humana para convertirse en el espacio en que transcurrió algo que podría ocurrir en cualquier sitio. Así pues, el autor concluye diciendo que si nos atenemos a esta visión, la angustia surgiría del hecho de que la falta de medidas adoptadas para impedir por todos los medios que nuevas catástrofes, cuyo nivel de violencia sea semejante al caso de la Alemania nazi, postula la posibilidad, por remota que sea, de que un caso semejo pueda producirse incluso en la sociedad más democrática de nuestros días.

Parece que la ignorancia sobre la realidad exterior nos lleva a calificar tal fenómeno como algo perteneciente al pasado e irrepetible debido a la “correcta evolución democrática” en la que nos encontramos. No obstante, situaciones como la que vive Grecia, país en que un partido nazi, Amanecer Dorado, ha obtenido uno de los mejores resultados de su historia en la actualidad, y que ha llevado a cabo la expulsión inmediata de los inmigrantes en su territorio, puede demostrar cómo el holocausto, si bien hay que dejar claro que es un caso extremo, no representa una ceguera provisional del ser humano, sino un fallo de la sociedad en la que vivimos.

La costumbre histórica ha hecho que solo nos sorprendan aquellos acontecimientos en que un elevado volumen de personas ha sido asesinada; quizá esto haya hecho que el malestar individual no sea atendido y, por tanto, sea improbable la corrección de los pequeños defectos de la sociedad que, en situaciones dramáticas, pueden agravarse hasta volver a producir un caos como el analizado.

Marcos Martínez Solanilla

@marcisum_ms

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