
Todos los pronósticos apuntan a que, tras cuatro nominaciones, este año el Oscar a mejor actriz llevará su nombre, desafiando la mala fortuna de las actrices que rondan los cincuenta.
Julianne Moore (Carolina del Norte, Estados Unidos) no es una actriz como las demás. Así lo ha demostrado alejándose de la faceta más amarilla de Hollywood y con la discreción como arma ante la toxicidad del celuloide -jamás se le ha atribuido ningún escándalo ni ha sucumbido a la cruel y exigente dictadura que imponen los cánones estéticos del bótox y la cirugía plástica-. Su natural y característica melena pelirroja, su tez pálida y su cara pecosa deslumbran en cada alfombra roja que pisa con una elegancia que es siempre incuestionable. Y es que es la elegancia una de las innumerables cualidades que acompañan a esta actriz desde que saltó a la fama.
Ha interpretado papeles de todo tipo, y no todo en su filmografía son obras dignas de recordar. Sí lo son Boogie Nights (1997), Magnolia (1999), El Gran Lebowski (1998), Las Horas (2002), Lejos del Cielo (2002) y Un Hombre Soltero (2009), entre otras, pero lo cierto es que siempre dota a todos sus personajes de un estilo personalísimo y exquisito.
A lo sumo, en las entrevistas que concede, se muestra afable, cercana y con un fantástico sentido del humor (me pregunto si tendrá algún defecto esta señora). En definitiva: una mujer normal, una mujer trabajadora que tiene que compaginar su prolífera carrera profesional con la crianza de dos niños de edades tempranas. Pero la magia del cine nos hace lanzar un claro veredicto: no eres tan normal, Juli Ann Smith (nombre de pila); tus interpretaciones nos hacen pensar que no eres de este mundo que habitamos los mortales comunes.
Aunque instalada en él como una rara avis, el podio que ocupa la diosa Moore en el olimpo del celuloide se lo ha ganado a pulso con una enorme capacidad de trabajo. Suele decirse que el talento innato de un artista no es suficiente si no hay trabajo amparándolo, pero, en este caso, es la suma de estos dos factores lo que la convierten en el monstruo escénico que ha demostrado ser en todos estos años de carrera.
Y es que mucha suma de trabajo y talento (demasiada) se necesita para conseguir papeles interesantes siendo una actriz que ya ha superado la barrera de los cincuenta. Moore es de las pocas, desafortunadamente, que continúa en activo y rompe la maldición que recae sobre las actrices que rondan su edad. Llama poderosamente la atención que, en esta temporada de premios que son antesala a los Oscar, tanto ella como la también fantástica Patricia Arquette (otra que está cerca de los cincuenta), por su sublime interpretación en Boyhood (Richard Linklater, 2014), se estén llevando todos los galardones a mejor actriz principal y secundaria respectivamente. Ojalá que esta deliciosa venganza siente precedente.
Es más que probable que sea Still Alice, de Richard Glatzer y Wash Westmoreland, en la que interpreta a una enferma de Alzheimer, la que coloque –por fin- tras cuatro nominaciones, la preciada estatuilla dorada en las manos de Julianne. Sería la guinda del pastel no sólo de más de tres décadas de excelente trabajo en la industria, sino de un año especialmente prolífero en el que ha participado, además de en Still Alice, en la última del español Jaume Collet-Serra, Non-Stop (Sin Escalas), en la última entrega de Los Juegos del Hambre: Sinsajo. Parte 1 (ya está confirmada su participación en la siguiente película de la saga) y en Maps to the Stars, de David Cronenberg (por la que también ha recibido excelentes críticas y una nominación a los Globo de Oro muy merecida por su magnífica interpretación dando vida a una histérica estrella de Hollywood venida a menos), además de otros muchos proyectos venideros. Visto lo visto, nos queda Julianne Moore para rato y, nosotros, encantadísimos.
Thara Báez (@tharabaez)
@ColumnaZeroCine