Llega un día en la vida de cualquier persona en el que te planteas qué quieres ser en un futuro. Unos eligen ser médico, otros abogado, otros carpintero… Y, así, uno a uno. Después de todos ellos, hay un grupo de personas que deciden ser periodistas de guerra. Esos, están hechos de otra pasta. José Couso era reportero y tenía 37 años cuando el 8 de abril de 2003 un misil procedente de un tanque estadounidense impactó contra la décimo quinta planta del hotel “Palestine” en Bagdad. Couso estaba en la habitación 1403, justo debajo de la que recibió el bombazo. Muchos dirán que son gajes del oficio, cuyo precio suena bastante alto; otros, que lo que ocurrió fue un crimen de guerra. En definitiva, han pasado 10 años y 3650 días y José Couso nunca volvió de Bagdad.
Ser periodista no es tarea fácil. Apenas se duerme, se come mal (cuando se come), necesitas estar disponible las 24 horas del día por si ocurre cualquier cosa. Da igual que seas redactor en Nueva York o en Alcorcón: ser periodista es vocacional. «Yo quiero ser uno de esos que lo cuenta, un periodista, pero no de los del boli sino de los de la cámara», le decía José Couso a su madre cuando era un niño.
Después de aquella frase, el reportero gráfico nacido en Ferrol estudió Ciencias de la Información y de la Imagen en la Universidad Complutense de Madrid. Pero no es la carrera lo que nutre a un periodista, sino la experiencia. Couso narró a través del objetivo de su cámara la guerra del Kosovo en 1999, los bombardeos de Bagdad de 1998 o el secuestro de quien fue su amigo y compañero, Jon Sistiaga. Sin olvidar el incidente del Prestige o los conflictos del islote Perejil
La guerra es dura, pero también debe ser contada. El mundo tiene que saber qué es capaz de hacer el ser humano. O, al menos, en eso consiste la libertad de expresión. Aquel 8 de abril de 2003 las tropas estadounidenses desplegadas en Bagdad para la inminente toma de la misma no parecían estar muy conformes con el significado de “libertad de expresión”.
Hacía solo dos semanas que había comenzado la guerra de Irak. Aquella famosa guerra de las también famosas e inexistentes armas de destrucción masiva. Solos 15 días pudo narrar Couso lo que allí ocurría. Todo periodista de guerra sabe que para contar lo que pasa en un país, debes desplazarte a dicho lugar. Eso hicieron todos. El conjunto de periodistas se encontraba reunido en el hotel “Palestine”, entre los muros del hotel cámaras, libretas, micrófonos, bolígrafos. Todo lo necesario para contar la historia más simpática de todas y también la más cruel. Utensilios básicos que, para muchos militares, también pueden ser armas.
Frente al citado hotel, al otro lado del río Tigris un grupo de militares americanos se enfrentaba a disparos de granadas y fuego de mortero. Desde la habitación del hotel, los periodistas podían contemplar sin problemas el combate. Los militares también podían ver a los periodistas.
José Couso cogió su cámara de vídeo e hizo lo que un buen periodista sabe que debe hacer: contar la verdad. Lo último que grabó su objetivo fue el impacto de un misil procedente de un tanque M1 Abrams estadounidense. Couso no estaba solo, su compañero Jon Sistiaga también narraba la guerra junto a él. No murió en el acto, sino en el hospital San Rafael de Bagdad.
Las dudas que dejó la muerte del cámara todavía no se han resuelto. El Pentágono quiso cerrar el caso asegurando que los militares no tuvieron culpa de la muerte de los periodistas. José Couso murió haciendo lo que siempre había querido hacer: ser un periodista de esos de cámara.
Andrea Díaz Sánchez
@andreadiazsz