
Los neumáticos se deslizan sobre el asfalto hirviente como una serpiente sobre la pedregosa superficie de un yermo olvidado. Atravesamos la geografía nacional para asistir a un joven festival de música en Chipiona, Cádiz. Andalucía acoge la sexta edición del Al Rumbo Festival (ARF), cambiando su situación física a la zona de Punta Ballena, tras anteriores citas en Rota. Cinco días de camping y tres de conciertos que reúnen algunos de los grupos musicales más conocidos del panorama. Un festival de playa, arena y sol en la costa atlántica. ¿Cómo negarse?
La llegada no plantea ningún problema, más allá de la escasa señalización del evento. Punta Ballena es una urbanización a las afueras del archiconocido pueblo de Rocío Jurado: chalets y palmeras, franquicias y avenidas que arden reflejando el calor en el asfalto. Alcanzo a pie la garita de las acreditaciones de prensa. Mientras intento sacudirme la sensación de tener una diana pintada en la espalda, conozco al responsable de prensa, que me facilitará el acceso, la acreditación y la información sobre las entrevistas que podré realizar. Un tipo majo.
Mis camaradas Hezra Ponz y Alexander Hoffman me conducen al parking de pago B. Está situado a unos dos o tres kilómetros. Una distancia insignificante, si no tuviera que ser recorrida con treinta kilos de peso bajo la canícula sahariana. Arrastrando penosamente nuestras pertenencias, pienso en militares en fila recorriendo el desierto, arreados por algún mando intermedio que vocifera algo sobre un futuro mejor.
Lo cierto es que la afluencia de público se deja sentir. Por todas partes, gente apiñada en las estrechas sombras. La media de edad está entre los 20-23 años. Cuerpos tostados, modelados en tierra andalusí, camisetas promocionales sin mangas de clases de spinning y fullcontact en Sevilla, Córdoba… Gorras planas y camisetas de la NBA, pelo corto o largo, cabellos teñidos de rojo por doquier. Piercings, numerosos tatuajes en cualquier zona de piel disponible. Perfiles esculturales, cincelados por el sol y las fiestas, chorrean agua y sudor perlado.
Las zonas de sombra proporcionadas por la organización, son insuficientes. La malla de plástico negro apenas alcanza la mitad del terreno de camping. Por supuesto, estas zonas de sombra fueron ocupadas por campistas que llegaron el día antes. Nos toca sitio de sol, con el aforo aún por completar. Según nos explican en las taquillas, el viernes es el día de la avalancha. De nuevo me asalta un pensamiento marcial, militarizado, de conflicto armado en un campamento de refugiados. Se me pasa enseguida, cuando conocemos a nuestros vecinos de enfrente, sevillanos tatuados hasta los ojos de expresión vacía.
El Dr. Hoffman me pasa otra lata de cerveza. Es de noche y estamos en la, aparentemente, amplia playa de Punta Ballena. Mañana comienzan los conciertos y entrenamos duro empinando el codo. El agua del mar está en calma, se menea oleosa en vaivén milenario.
La playa ya está llena de basura cuando llegamos. Resulta difícil creer que la gente pueda comportarse de forma cívica, pero no costaba nada intentarlo. Nos instalamos al lado de un pequeño montón de plásticos y latas vacías que parece inofensivo. Los contenedores llenos a rebosar, indican cierta inquietud por mantener un ambiente “ecofestivalero”, como proponía la organización en su publicidad. Sin embargo se veían claramente superados por la circunstancia. Según fuentes, el ARF ha estado en todos los “momentos críticos apoyando a las instituciones municipales de limpieza tanto de Chipiona como de Rota. En todo momento, el Festival ha tomado medidas y enviado personal para estas acciones, encontrándose en contadas ocasiones con problemas fuera de su alcance y de su responsabilidad”, cosa que es de agradecer.
Llega la tarde, y con ella el concierto de Los Chikos Del Maíz, grupo de rap valenciano que no me despierta especial simpatía. Ponz vibra extasiado, solo es la enésima vez que presencia el mismo espectáculo. El Dr. Hoffman y yo hacemos barra fija, descubriendo nuevos cócteles y sensaciones mientras hablamos con la camarera, una rubia andaluza la mar de simpática. “Planeta Mazorca”, “C.O.P.S”, son algunos de los temas que el Nega y Tony El Sucio lanzan a los micros.
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Dub Inc, grupo de hip hop francés, suena en el escenario principal. Ellie me dice algo que tiene que repetir. Una chica de 1,50, morena, con gafas de pasta, me habla con una chancla en la mano. Me dice que se le ha roto mientras bailaba. Con una sonrisa como la luna, dice que es catalana. Ellie se pierde entre el público, danzando entre la gente como una estrella en el universo.
Al día siguiente, nuestros cuerpos están débiles pero nuestras mentes se mantienen fuertes. Como si de un ejercicio de ascetismo hindú se tratase, Ponz se jacta de no tener que acudir a los retretes portátiles en días. El trance por el que cualquier festivalero debe pasar: hacer cola para aliviarse en un cubículo de plástico, en el mejor de los casos, de interior apocalíptico.
A la vuelta, observo a la gente que duerme en las sombras de los estrechos jardines. Largas filas de personas con sillas de playa, grandes grupos durmiendo, como roedores hibernando juntos en sus madrigueras protegidas de los rigores del sol. Me doy cuenta por primera vez de la procedencia de multitud de tópicos sobre los andaluces y su tierra. Ya no es que se les represente ignorantemente como vagos, pasotas o lentos. Es que en su identidad cultural se encuentra la disolución, el calor agobiante, la asombrosa capacidad para no preocuparse por ciertas cosas que a otros nos quitan el sueño. Es la posibilidad de vivir en un ambiente relajado, amistoso, cordial, que vive el respeto como un valor reseñable. Su música refleja su sociedad, su aceptación de sistemas alternativos de convivencia. Sus ganas de vivir, de patear con chanclas los polvorientos caminos herencia de una orgullosa raza. Su gusto por la conversación, la belleza del contacto humano. Sin lugar a dudas, una sociedad especial.
Corro a la zona de prensa tras el aviso urgente del responsable. Debo estar listo para realizar sendas entrevistas. Saco las preguntas que les haré a Rapsusklei y Asian Dub Foundation de mi libreta. Mientras espero, veo llegar a la señorita Lauryn Hill en un automóvil blindado y negro, con las lunas tintadas. Lentamente, como un submarino, el automóvil se mete hasta el fondo de los camerinos, para que la señorita solo tenga que poner un pie en la tierra y otro en el escalón de su tocador personal. Parece cansada, mayor. El concierto lo desmiente, pues resurge con rabia la cantante de The Fugees con su directo acústico.
En el escenario suena Asian Dub Foundation. Directo explosivo, como nos cuenta Steve Chandra “Chandrasonic”, el guitarra de la agrupación. Despliegan sus temas de estreno, pues vienen a presentar su nuevo disco, “More signal, more noise” (2015) y las canciones preferidas del público, como “Naxalite” o “Flyover”. Despierta un pogo festivalero con gusto delicado, del que salimos con apenas un par de rasguños.
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Nos despedimos con Steve Aoki, en pleno subidón de ego. Un espectáculo decepcionante. La fórmula del disc jockey parece ser meter unos segundos de bombos a todo volumen y luego una parrafada extraña en medio de una mezcla insólita e inasequible. Recursos de cambio de ritmo para “sorprender” a la gente. Mezclas mediocres, arranques de egolatría y el vacile de lanzar tartas sobre el público. No será conmigo, señor Aoki. Las lucecitas muy bonitas.
Por la tarde, el directo de Nach suena compacto, decidido, profesional. El mc alicantino cuenta con unas de las mejores tablas del panorama rap nacional. Repite, cuenta y transmite las sensaciones de siempre, poniendo sello de calidad a lo que hace. Aunque las canas le atacan sin compasión, el cantante pone toda la carne en el asador con temas como “Efectos vocales”, “palabras” o “disparos de silencio”.
Tras él, Kiko Veneno presenta su sonido perfectamente identificable, que le caracteriza como uno de los artistas más importantes de la escena. Temas como “Héroes de barrio” o “Volando voy” no pueden faltar en el directo del maestro Veneno, con el que siempre es placentero echarse unos bailes o unos “cantecitos”.
El público corea impertinentemente el nombre de Cypress Hill antes de que Kiko haya terminado su espectáculo. Una densa bruma aromática lo invade todo. Llega el concierto que todos estábamos esperando, no cabe ni un alfiler. La arena tiembla cuando B. Real pisa el escenario y el ARF se viene arriba. El conjunto californiano se pone ante los micrófonos, recibiendo el calor de un público enfervorizado que corea sus canciones como hipnotizado. El grupo hace un recorrido extenso por sus grandes éxitos, no dejándose ninguno en el tintero. “Dr. greenthumb”, “superstar”, “hits from the bong” y por supuesto “Insane in the brain”, resuenan en el eco de 150.000 gargantas gritan mientras cantan sus himnos. Había quién decía que estaban viejos, que llevan más de veinte años haciendo las mismas cosas, que están acabados. Sin embargo, puedo verlos en el escenario, llenos de energía, en plena forma. Sen Dogg, hasta se marca unos bailes que hacen que el público estalle en aplausos. “¿Están listos para volverse locooooos?”, pregunta Sen Dogg, en su castellano familiar con el cual no responde preguntas a la prensa. Otra vez será.
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Durante el festival, algunas ambulancias corren arriba y abajo. Lipotimias, borracheras y magulladuras son el motivo, no teniendo que lamentar males mayores. “Hace mucha caló” comenta un responsable de la Cruz Roja. En cuanto a la presencia policial en el interior del recinto, es patente en los “checkpoints” a la entrada del campamento y la zona de conciertos. Me pregunto si realmente es necesaria la figura de la Guardia Civil para mantener el orden.
El cansancio acusa en el campamento. Investidos por el frescor de la noche y tras una breve deliberación entre cabezadas, nos dirigimos al concierto de Buraka Som Sistema, el grupo de música electrónica portugués que presume de ser pionero en el uso del “kuduro progresivo” de inspiración en música de baile angoleña. “Buraka Som Sistema es un grupo para dar mucha fiesta, mucho ruido y mover el culo” asegura ante el micrófono Kalaf Angêlo. No es para menos, sus temas “Vuvuzela (Carnaval)”, “Wegue wegue” o “Hangover (bababa)” ya son clásicos del ritmo a las seis de la mañana. Al límite de nuestras fuerzas, entregamos el resto a la autoridad kudura, entre bombos africanos y la voz sensual de MC Petty.
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Tras la correspondiente espera de un par de horas para acceder con nuestro vehículo, nos encaminamos hacia el norte. Atrás quedan cinco días cargados de experiencias, calor sofocante, duchas mixtas y nuevos amigos que están en nuestro recuerdo. El Dr. Hoffman necesita dormir un rato. Me encargo del volante. El paisaje no cambia en todo el camino de vuelta. Pero algo hemos dejado en aquel paraje atestado de gente y desperdicios. El mundo se extiende ante nosotros, lleno de luz. Nos vamos, pero algún día volveremos, Al Rumbo Festival.
Beni Díaz
@columnazero
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