
Una protesta solemne.
El cine tiene un componente mágico. Todas las obras maestras de la gran pantalla cuentan con un elemento de imposible definición que proporciona a las películas un aura única. Una especie de ingrediente secreto del éxito, escrito con tinta invisible en el libro de recetas. Selma es una buena película, elaborada con un guión sofisticado y dirigida con pericia por la afroamericana Ava DuVernay, que, sin embargo, carece de la misteriosa sustancia que poseen los clásicos cinematográficos.
El film relata con una notable exactitud histórica la marcha liderada por Martin Luther King desde Selma hasta Montgomery en 1965. La protesta, surgida en el centro del estado de Alabama, tuvo una importancia crucial en la aprobación de la norma que consolidaría el derecho de voto de los ciudadanos negros de Estados Unidos. La película muestra de forma meticulosa el procedimiento mediante el cual Martin Luther King, gracias a una enorme inteligencia política, presionó a Lyndon Johnson, trigésimo sexto presidente de Estados Unidos, para dar un paso esencial en la conquista de los Derechos Civiles.
El propósito del film de rememorar la figura de uno de los activistas con mayor trascendencia social del siglo XX es encomiable, pero, por desgracia, no logra desvelar quién es el hombre que existe tras el mito. Selma funciona a la perfección como el retrato de un periodo histórico fascinante, sin embargo nunca pierde un exagerado respeto por el protagonista, generando una atmósfera de excesiva solemnidad. Ava DuVernay no describe a Martin Luther King en la medida en que renuncia a presentar rasgos de debilidad. El único detalle que cuestiona la santidad del político es una emotiva y breve mención a su gusto por el adulterio. En consecuencia, el film cae en el principal error del biopic, pese a la buena labor Ava DuVernay en otras materias y a la espléndida interpretación de Tom Wilkinson.
Por otro lado, la presentación del líder resulta impecable en el aspecto político. La película nos muestra a un estratega brillante, dotado de una capacidad prodigiosa para la oratoria, que pese a la ferocidad de la represión, apostaba por las prácticas de la no violencia.
En ocasiones, Selma recuerda a otra obra candidata a los premios Óscar 2015, El Francotirador de Clint Eastwood. Las películas son distintas en el fondo y en la forma, pero ambas comparten un clima aséptico que cubre unas narraciones poderosas y efectuadas con oficio. No obstante, el planteamiento ético de Selma es bastante menos dudoso que el puesto en funcionamiento por el director californiano.
Otro elemento peculiar del film, relacionado con la manifiesta adoración que profesa Ava DuVernay por el líder afroamericano, es el dominio de la palabra sobre la imagen. Los lúcidos y elocuentes discursos que otorgaron fama a Martin Luther King inspiran el guión de la película, dando como resultado unas conversaciones tan inteligentes y profundas como faltas de realismo. Las emociones del film permanecen contenidas en las palabras, excepto cuando el espectador asiste a las brutales agresiones físicas cometidas contra los ciudadanos que decidieron secundar la protesta emprendida por Martin Luther King.
Por último, es necesario que me refiera a la banda sonora de la película, cuya canción original obtuvo el Óscar en la pasada ceremonia, gracias a una sentida actuación de John Legend y Common, autores del tema Glory. En el film, la música resulta alentadora y sugerente cuando suenan melodías de jazz y blues, pero carece del mismo vigor en los momentos de mayor emotividad, donde la selección musical tiende a un exceso de sentimentalismo.
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Adrián Abril (@PublioElio_)
@ColumnaZeroCine