Un muerto viviente.
Los remakes son un fenómeno particular, concebidos por la industria de Hollywood, de rentabilidad comercial variable, y detestados con frecuencia por el público internacional. En ocasiones afortunadas las películas que elaboran relatos contados con anterioridad logran ser dignos homenajes de los relatos primigenios, como sucede en el film de Gil Kenan, Poltergeist. En otros casos menos excepcionales los remakes son una versión efectista y deficitaria del producto original.
El Poltergeist de Gil Kenan, pese a ser un remake decente que respeta las virtudes del clásico film de Tobe Hooper (en el cual Steven Spielberg interviene como guionista y productor), no es una buena película. El eterno problema de los muertos vivientes es que, tras la resurrección, no pierden el olor a cadáver. Los especialistas en artes oscuras de California han dotado de una nueva vida a Poltergeist, pero la criatura carece de la capacidad de pensar de forma autónoma.
La estructura narrativa del film obedece a una sucesión de escenas tan manida como el Canon Pachelbel. Una encantadora familia que padece los efectos de la crisis económica compra una casa humilde en una nueva ciudad con la intención de emprender una vida de felicidad y sosiego. Pero la “casa humilde” (concepto de la élite cinematográfica norteamericana que en España equivale a “chalet de lujo”) resulta ser un hogar plagado de fantasmas. Desde entonces, la familia debe soportar el extravagante comportamiento de los espectros que celebran raves satánicas sin derramar una gota de sangre. En el momento culminante de la fiesta entran en acción un grupo de expertos en sucesos paranormales que proporcionan a la película el contrapunto humorístico. Así comienza una simpática batalla entre el terror y la comedia. La fórmula es idéntica a la empleada por James Wan en films como Insidious (2010) o Expediente Warren (2013), pero sin el talento del director asiático para generar atmósferas turbadoras.
El nuevo Poltergeist introduce comentarios irónicos en la trama que dan un tenue brillo a los primeros minutos del relato. La mujer que negocia con la familia protagonista la compra del temido inmueble menciona que los anteriores residentes sufrieron un desahucio por impago de la hipoteca, de modo que el guionista David Lindsay-Abaire presenta la especulación financiera como el origen de la maldición que acecha a los nuevos inquilinos. Por desgracia, las escasas propuestas originales quedan anuladas por un excesivo sometimiento a las convenciones del género.
Una destacable virtud de la película es la soberbia dirección de actores. Todos los miembros de la familia interpretan los roles asignados con naturalidad, concediendo a la obra una necesaria dosis de realismo. En especial, resulta admirable la actuación de los niños. La hija menor de la familia, Kennedi Clements, posee una gracia innata que Gil Kenan ha procurado transmitir a los espectadores. Y así mismo el niño protagonista, Kyle Catlett, actor principal de la desmesurada El extraordinario caso de T.S. Spivet (2013), sorprende por la seriedad y el elevado grado de consciencia actoral que demuestra ante la cámara.
Adrián Abril (@PublioElio_)
@ColumnaZeroCine