CRÍTICA CINE: NUNCA DIGAS SU NOMBRE

Una crítica de Alfredo Paniagua para ColumnaZero.
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Una crítica de Alfredo Paniagua para ColumnaZero.
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El cine de terror adolescente parece tener un nicho de mercado en una generación de jóvenes que se ven atraídos a las salas al reclamo de emociones de índole psicológica: una colección de sustos, espectros con caras de pocos amigos salidos del purgatorio o maldiciones de incierto origen, provocan atracción a este tipo de público. Desde la sobrevalorada saga Scream hasta la poco atractivas sagas de Crepúsculo y otras similares que surgen a raíz del éxito de la primera, el cine de terror destinado a un público muy joven ha experimentado cierto reconocimiento, se le dotado de una intelectualidad que antes relucía por su ausencia, todo lo contrario. Abanderando esta tendencia, la independiente y majestuosa deconstrucción del slasher que realiza It Follows (2014) y la enfermiza No respires (2016) utilizan a actores muy jóvenes para contar historias de horror donde lo insano o lo sobrenatural campan a sus anchas ejerciendo de implacable body-count.

Las leyendas urbanas son caldo de cultivo para los horrores cotidianos, toda vez que las referencias culturales del terror ya no proceden de las zonas rurales y géneros como el american gothic quedan, por el momento, a la espera de una digna resurrección. Nunca digas su nombre (2017) sigue la estela del neo-slasher marcada por It Follows, combinado con una base argumental que recuerda expresamente a la legendaria Candyman: tres estudiantes universitarios se trasladan a una vieja casa del campus, donde liberan a una entidad sobrenatural conocida como Bye Bye Man. El descubrimiento del nombre de esta entidad desata -al igual que en Candyman- una persecución contra los jóvenes, que a la vez intentan que el nombre del asesino sobrenatural permanezca en el anonimato para no propagar la maldición. Hay buenas intenciones en su planteamiento y una potencial buena historia que, no por menos manida, siempre resulta estimulante, aunque en este caso el resultado es muy irregular.

Nunca digas su nombre está dirigida por Stacy Title, realizadora especializada en cine de terror de serie B y direct-to-video que afronta con esta película su primer título de envergadura. Quizás la directora y los productores nunca se imaginaron que su filme tuviera una repercusión tan grande y las distribuidoras apostaran por el título en su aventura transoceánica, pero así ha sido, las necesidades del mercado superan las expectativas de arranque de películas como éstas. Quizás ha ayudado un reparto muy reconocible: Carrie Ann Moss (Matrix, Memento), Doug Jones (El laberinto el fauno, La Cumbre Escarlata) y Faye Dunaway (Chinatown, Bonnie and Clyde) son los intérpretes reclamo que aportan la madurez a un elenco bisoño y poco experimentado en líneas generales.

La aproximación psicológica al horror de las leyendas urbanas que Stacy Title es, a priori, interesante, pero fallida. Hay buenas intenciones en crear un clima de horror de pesadilla, de regodearse en las obsesiones y debilidades de los protagonistas. Sin embargo el tono general de la película es demasiado plano. Sin duda, hay un lastre importante en el metraje: Stacy Title parece encasillada en una forma de hacer cine que no requiere de gran maestría tras la cámara, siquiera delante del folio en blanco en la etapa de escritura del filme, de hecho parece que el guionista se ha limitado a seguir un decálogo de reglas similar al que nos encontraríamos en las primeras entregas de Destino Final. Todo ello conforma un producto muy estandarizado y que puede ser deglutido por estómagos poco exigentes, no así por aquellos espectadores que esperen encontrar una pieza con animosidad intelectual, aunque en el primer segmento de la película lo parezca. A partir de su interesante premisa Nunca digas su nombre se diluye en un mar de vaguedades y, tras olvidar a algunos de los títulos mencionados (It Follows o Candyman), nos vemos inmersos en el universo caótico, deslavazado y sin rumbo de los peores títulos de Wes Craven.

Los efectos especiales de Nunca digas su nombre tienen mucho que ver en un look visual que, tras el impacto inicial, roza lo baratillo, y muestra de ello son las llamas digitales en las que Bye Bye Man envuelve al personaje de Faye Dunaway, escandalosamente baratas. Otro de los detalles es el aspecto que luce el personaje de Carrie Ann Moss cuando aparece «contaminada» por la maldición de Bye Bye Man, un maquillaje que lejos de ser escabroso, raya lo ridículo.

Nunca digas su nombre tiene vocación de convertirse en franquicia. Lo tiene fácil, solo ha de seguir la línea de la intrascendencia y del deja-vu marcada por esta primera parte -en caso de que haya más-, cada pocos años llegará una nueva entrega con las peripecias de Bye Bye Man y un grupo de jovenzuelos que esperan ser masacrados de una forma distinta cada vez. Una vez ajustados los costes de producción y pudiendo rodar varias entregas simultáneamente usando los clichés preestablecidos, se harán continuaciones hasta el agotamiento o secuelas que irán directamente a alimentar los fondos de catálogo de los canales digitales. El destino de Nunca digas su nombre, al menos a tenor de lo visto, está sellado, ¿no nos recuerda esta estrategia a otras muchas franquicias realizadas con poco arte y aún menos pretensiones?

Alfredo Paniagua

@columnazero

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