
La saga finaliza con una cinta tan vacía como las anteriores, pero que no decepcionará a sus fieles.
Resulta complicado analizar y criticar una película de estas características, que no aporta nada nuevo al cine y que no hace pensar al espectador de ninguna manera, sino que, más bien, le deja arrastrarse de una forma tremendamente pasiva por una cadena de sucesos previsibles.
Si el espectador está dispuesto a formar parte de un juego con tales premisas, la tercera y última entrega de Noche en el Museo le permitirá abstraerse durante 97 minutos y adentrarse en las hilarantes peripecias de la mano de Ben Stiller. De lo contrario, esta película le sacará de quicio, considerará que ha desperdiciado su dinero por completo y descubrirá que El secreto del Faraón, subtítulo para el cierre de la trilogía, no esconde, en efecto, ningún secreto. Este tipo de cine parece no querer guardar ningún secreto al espectador, sino más bien ofrecérselo todo en bandeja para que su cerebro no tenga que trabajar; y eso, a muchos, nos resulta desesperante e inútil.
No es este tipo de películas sobre las que más me gusta escribir, pero, no obstante, tenemos que recordar que esta saga ha atraído a millones de espectadores en el mundo a los que no se les puede obviar y que, si disfrutaron de las anteriores entregas de Noche en el museo, a buen seguro disfrutarán con esta última. Dirigida por Shawn Levy, responsable de la primera y la segunda parte, y director de cintas (La Pantera Rosa, Doce en Casa, Recién Casados) que siguen la misma línea de películas que parecen pedirle a gritos al espectador que no piense, que se siente de una manera pasiva en la butaca de su cine más cercano, Noche en el museo 3 estará, muy seguramente, entre los primeros puestos de lo más visto estas Navidades. Se trata de una de esas películas afortunadas que cuenta con una distribución tremenda, como la de todas las de este tipo, por desgracia (vaya usted a buscar en algún cine la brillante y española Los tontos y los estúpidos de Roberto Castón y dígame si la encuentra), y más teniendo en cuenta que se estrena el mismísimo 25 de diciembre. Fun, fun, fun.
Lo cierto es que la película, de entrada, no engaña a nadie. No hay nada peor, a mi juicio, en el arte en general -y en el cine en particular- que una película con grandes pretensiones, engañosa y con aires de grandeza cuando tampoco ofrece nada ni al espectador ni a la historia del cine. Noche en el Museo 3 es lo que parece: un blockbuster que pretende sacarle un poco más de tajada a la historia del humilde guarda del museo que descubre cómo, por la noche, todas las figuras y personajes en exposición cobran vida. No descuida, además, sus reclamos más evidentes: los efectos especiales (bastante más espectaculares que en las anteriores) y el entretenimiento para toda la familia.
Tiene un fallido intento didáctico para los más jóvenes, como poner sobre la mesa personajes históricos de la talla de Rooselvelt, Atila, Lancelot o el dios Ra (interpretado por el grandioso Ben Kingsley) y tirarlos por tierra desprestigiando la figura, por ejemplo, de los homo erectus, retratándolos como seres tremendamente estúpido e inferiores; o de los ingleses, a los que se les muestra, a través de la vigilante del Museo de Historia de Londres (la acción transcurre entre Londres y Nueva York), una mujer gorda, poco agraciada, ridícula, lerda, fracasada y que profesa una profunda admiración por Estados Unidos, donde cree que los guardas de seguridad tienen espadas láser. Bochornoso…
Lo único rescatable a mi parecer, además de los ya mencionados efectos especiales (a los que añadiría un potente equipo técnico en general), es la última secuencia donde aparece Robin Williams como el presidente Roosevelt. Montado en un caballo, se despide del personaje de Ben Stiller y de todos nosotros, sus espectadores. En este plano, la fotografía cobra un color blanquecino que parece transportarnos a la atmósfera de un sueño.
Y es que, aunque al recientemente fallecido Williams, uno de los actores más grandes que nos arrebató el 2014, le queda una película póstuma por estrenar en 2015 (Absolutely Anything, de Terry Jones, una sobre aliens que intentan controlar la tierra), esta parece su verdadera y grandiosa despedida. Una lástima que sea en el contexto de una película tan vacua.
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Thara Báez (@tharabaez)
@ColumnaZeroCine