
Seria para llamarse comedia.
No todo espectador quiere reírse según de qué cosas. Día a día y drama tras drama aprendemos la necesidad de la tolerancia y la cautela, a la par que aprendemos a combinarlas con la libertad de expresión. Negociador (2015) es resultado de esto. Narrativamente agradable, en ningún momento incómoda, a pesar del tema que trata; Manu Aranguren, interpretado por Ramón Barea, político vasco, intermedia entre el gobierno español y ETA en las negociaciones sobre el final de la banda armada.
No obstante, como comedia es ligera, en ocasiones más dramática que cómica. Las casualidades, los malentendidos y la relación personal entre ambas partes marcan el rumbo de la negociación, como resultado de las relaciones extragubernamentales. Quizás se encuentre ahí su lado más entrañable, considerando el delicado tema del film. Sin embargo, es esa delicadez la que convierte Negociador en una comedia donde el barómetro de la carcajada es más ligero de lo que el género nos tiene acostumbrados.
Todo ello no es un desprecio a la película, sino un alago a su sutileza en cuanto a la concepción existente de libertad de expresión a la hora de narrar historias que puedan crear resentimiento en ciertas comunidades. El terrorismo etarra y las negociaciones con la banda terrorista son un tema delicado para valientes que tratan de explicarlo desde un determinado punto de vista sin resultar ofensivo. En este sentido, la clave de Negociador no es atacar al hecho sino a lo humano, por lo que la película evoluciona sobre las dificultades de comunicación y el error humano.
Paralelo a la sutileza, la película arrastra un problema de guión y es la falta de profundidad en el asunto de las negociaciones entre gobierno y ETA. Es un trabajo muy sólido, pero el tema no es tratado con suficiente profundidad como las expectativas nos pueden hacer creer. No es una cuestión de equilibrio en la profundidad de cada una de las partes, sino una lacra narrativa que parece más bien un gesto de cortesía para no incomodar resultado de la necesidad de la tolerancia y la cautela, a la par que aprendemos a combinarlas con la libertad de expresión, pero llevado al exceso. Es pertinente tolerar, lo que no es sinónimo de evitar profundizar en los asuntos que requieren de esa incursión intelectual. Quizás debido a la magnitud del tema, Negociador nos hace esperar más de lo que finalmente es.
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Alverto Sánchez (@heyalver)
@ColumnaZeroCine