Admiradores y detractores de Quentin Tarantino quedarán satisfechos con su última película, Los Odiosos Ocho (The Hateful Eight, 2015), un título que contiene todas las inquietudes, cinefilias y pulsiones aparentemente desmedidas del director norteamericano.
Siguiendo la línea del western y usando como intertexto este género, las parafilias y cinefilias de Quentin Tarantino nos dejan los peor y lo mejor de su cosecha: extremadamente largas presentaciones de los personajes, diálogos en apariencia absurdos, referencias a exploitation movies, humor negro, explosiones de gore y guiños a los conflictos raciales norteamericanos que nunca faltan en sus películas. Al frente de Los Odiosos Ocho se encuentra un Samuel L. Jackson realizando una de las interpretaciones más empáticas de lo que promete ser esta temporada cinematográfica; sin perder de vista a otros actores, que por mimetismo con sus personajes logran contribuyen a que gran parte del metraje no caiga en un tedio con el que coquetea en muchos momentos.
Los Odiosos Ocho está dividida en forma de actos que le son anunciados al público, como todos los guiones de Tarantino, pero además hay tres partes de la historia que comparten uno o varios de esos actos: la interminable presentación de los personajes, el desarrollo de la trama propiamente dicha y un flashback. Si la primera es de estas piezas es de una longitud innecesaria y adornada por diálogos poco chispeantes, la historia, una vez arranca, y aún con el estatismo de verse recluida en una única habitación, adquiere tonos de comedia negra que se torna más roja en una sucesión de sangrientos tiroteos y exageradas soluciones visuales gore. La película propone un juego en el que el espectador no debe participar, las soluciones le son dadas y él debe dejarse llevar al terreno donde el realizador le quiere llevar, entre humor negro y contundentes impactos de bala que bañan de rojo las paredes de la cabaña; será ahí donde ocho personajes jugarán a un sangriento cluedo por la vida o la muerte de la criminal Daisy Domergue (Jennifer Jason Leigh), que va camino de la horca llevada de la mano del cazarrecompensas John Ruth (Kurt Russell). El resto del elenco está formado por Tim Roth, Michael Madsen, Bruce Dern, Walton Goggins y Demián Bichir que interpretan roles para nada parecidos unos de los otros.
Con Los Odiosos Ocho, Quentin Tarantino realiza un nuevo ejercicio de funambulismo cómico, un todo o nada que apuesta por tres horas de metraje donde cualquier detalle del guión debe ser mascullado por el espectador a la espera de que nuevas pistas le pongan sobre aviso de la alegoría que debe descifrar. Por mucho que se quiera tildar el cine de Tarantino de aburrido, personalista y deudor de referencias pulp -y sin menoscabo de estas afirmaciones-, está claro que el realizador de Los Odiosos Ocho y su anterior western, Django Descadenado (Django Unchained, 2012), es un autor, un creador de películas que tiene un estilo propio, apto quizás, y en su auténtica magnitud, para paladares de cinéfilos sin perjuicios o para los estómagos de sus incondicionales que degustan sus buenas dosis de socarronería y gamberrismo. El juego a dos bandas del cine de Quentin Tarantino, su pulsión autoral y su necesidad de ser amado por el gran público, vuelve a ser una constante en Los Odiosos Ocho, donde nos ofrece una muñeca rusa que se mueve a pasos lentos pero que encierra en su interior un valor cinéfilo siempre estimulante. Aún así, y sumado a los más y los menos que les encontramos a Los Odiosos Ocho, algo de menos de metraje no se hubiese echado en falta, sobre todo en los dos primeros actos.
[vsw id=»KmQji_BVwuk» source=»youtube» width=»425″ height=»344″]
Alfredo Paniagua
@columnazero
