CRÍTICA CINE: LOS CABALLOS DE DIOS

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Una crítica de Adrián Abril para ColumnaZero Cine.

El séquito del Señor Benz.

Debería resumir el argumento de Los caballos de Dios, debería aludir a las conmovedoras interpretaciones de los actores, a la claridad de los elementos narrativos que componen cada trama y a la inteligencia de abordar una problemática global desde una mirada intimista. Debería, pero he decidido escribir otra cosa, un comentario personal, un relato verídico, una esquela sobre un caballo de Dios nacido y criado en Europa Central.

Una amiga francesa me contó hace unos meses una historia sobre el extraño encuentro que había tenido con un antiguo amigo suyo, de nombre Mohamed. Ellos crecieron juntos en un barrio suburbial de París, compartían escuela y formaban parte del mismo círculo social. Los municipios deprimidos situados en la periferia de las ciudades acostumbran a ser paraísos infantiles. La imaginación de los niños no encuentra obstáculos, así que cada esquina es un nuevo campo de juego. Ellos perciben los entornos precarios como relucientes toboganes. Pero también, la angustia y la violencia acechan a la diversión. Y así vivieron mi amiga y Mohamed durante años, hasta que ella cambió de residencia para estudiar en la universidad.

CRÍTICA CINE: LOS CABALLOS DE DIOS

Tras terminar una diplomatura y vivir una temporada en España mi amiga regresó a París y visitó las calles de su infancia. Nada había cambiado, los inmensos bloques de pisos levantados entre solares y carreteras de escasa circulación, las familias celebrando una festividad en el parque, el graffiti que ella misma había pintado con doce años en un muro de cemento, el mercado de frutas, verduras y productos de segunda mano, y la Torre Eiffel, no demasiado lejos, pero tampoco demasiado cerca. Una novedad que mi amiga advertiría días después era la presencia de un vehículo de alta gama, un Mercedes Benz blanco, siempre aparcado en las inmediaciones de la mezquita municipal. No era frecuente encontrar un coche así en el barrio y menos con las cuatro ruedas hinchadas y los cristales intactos. El conductor del Mercedes era un hombre elegante de unos cuarenta años, por costumbre acompañado de media docena de jóvenes. Y entre ellos, entre el séquito del Señor Benz, mi amiga reconoció a Mohamed. Ella corrió entusiasmada, pero él reaccionó con una frialdad estremecedora. Mohamed fue educado, de la misma forma que es educado un burócrata que atiende una reclamación. Conversaron durante un breve periodo de tiempo, hasta que Mohamed, desviando la mirada con una leve sonrisa, continúo caminando.

Antes de regresar a España, mi amiga supo gracias a otro amigo, que el Señor Benz era un captador. La labor que desarrollaba en el bario consistía en seducir a jóvenes desalentados que, con el tiempo y la formación necesaria, terminarían siendo los nuevos soldados de la yihad islámica.

Los caballos de Dios posee diversos paralelismos con el relato de mi amiga, pese a que los sucesos narrados en la película ocurran en un país musulmán como Marruecos. De hecho, una de las conclusiones que el espectador extrae del film de Nabil Ayouch es que el embrión del fundamentalismo no es la fe radical, sino la miseria. Al Qaeda y el Estado Islámico no reclutan a personas de firmes creencias religiosas, sino a gente desencantada, cuyos gobiernos y familias no han ofrecido el sustento social y emocional que exige la educación de un ciudadano. El problema radica en la ausencia de oportunidades. Negar la libertad de elección produce un grado tan extremo de angustia que la víctima prefiere anular toda voluntad personal y servir a una causa que no admita dudas o cavilaciones. En dicho sentido, la disciplina y la estructura jerárquica de las organizaciones paramilitares implican una forma de alivio antes que un castigo para los futuros yihadistas.

Diversos partidos y asociaciones de ultraderecha han descrito el Islam como un virus social. Pero la realidad muestra que el fundamentalismo –y no el Islam- actúa como un cáncer o una enfermedad autoinmune, pues no surge por efecto de un agente externo, sino que nace en el seno de nuestra sociedad y crece de forma silenciosa, estimulado por el abandono, la marginación y la precariedad.

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Adrián Abril (@PublioElio_)

@ColumnaZeroCine

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