CRÍTICA CINE: LO QUE HACEMOS EN LAS SOMBRAS

Una crítica de Adrián para ColumnaZero Cine.
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Una crítica de Adrián Abril para ColumnaZero Cine.

Desmontando a Drácula.

Los vampiros son el mito número uno en ventas y han sido, hasta la fecha, el último refugio del romanticismo. Sean crueles depredadores o víctimas de una posesión maligna, los vampiros han dominado las nuevas fantasías de amor eterno -una noción ficticia de las relaciones sentimentales que sólo resulta digerible cuando sucede entre criaturas mágicas-. Sin embargo, la película procedente de Nueva Zelanda Lo que hacemos en las sombras es un verso suelto en la oda de Nosferatu. El film ocupa un dormitorio en el mismo castillo que habitan El Conde Drácula, Edward Cullen y Bill Compton, pero no entra por una siniestra puerta principal, sino por una vulgar puerta trasera. Y desde el humor y el realismo que ofrece el formato del falso documental nos invita a conocer la rutinaria existencia de los no muertos.

La idea es suculenta: un grupo de documentalistas filman la vida cotidiana de tres vampiros durante un breve periodo de tiempo. En función de dicha propuesta, Taika Cohen y Jemaine Clement, directores del film, seducen a los espectadores gracias a una hilarante desmitificación de la figura del hombre-murciélago, mediante la cual seres sofisticados y tenebrosos adoptan el aspecto de criaturas marginadas y deficientes. Toda propiedad mítica es susceptible de sátira, y la burla no cesa hasta que la película desvela las tres tragedias del vampiro: la eternidad produce nostalgia, la vida nocturna es violenta y dormir en ataúdes dificulta la masturbación.

El humor del film radica en un principio básico de la comedia: toda cuestión que sirve de inspiración dramática también funciona como elemento de burla. Todos nos hemos reído, de forma velada o manifiesta, con bromas sobre fenómenos brutales como el cáncer, el hambre o el Holocausto. En mi opinión, el humor negro, pese a ser controvertido por necesidad, es un perfecto mecanismo para tomar distancia de asuntos dolorosos que exigen una nueva mirada exenta de odios y temores. El humor negro nos libera por un instante del peso moral y emocional que produce el recuerdo de determinados sucesos. En las últimas semanas los medios de comunicación nacionales han alentado un debate sobre los límites del humor en las redes sociales. Un debate que, a mi modo de entender, posee un enunciado erróneo. No existe una frontera que divida el humor admisible del humor censurable, puesto que el humor, en el mejor sentido del término, tiende a la provocación. Sin embargo, existe un sentido de pertinencia en la publicación de todo comentario que exige el respeto a las normas de un pacto tácito establecido entre lectores y escritores.

En definitiva, la originalidad de Lo que hacemos en las sombras no reside en transformar el terror en comedia, sino en la elección de un punto de vista. Taika Cohen y Jemaine Clement filman a los vampiros con una voluntad costumbrista. Así elaboran la principal broma de la película, que consiste en buscar el realismo dentro de un universo fantástico. Y en dicho sentido, el documental resulta el formato idóneo.

Lo que hacemos en las sombras centra la sátira en el glamour y en el aura romántica del hombre-murciélago y, por tanto, es una parodia de films esteticistas como Todos los amantes sobreviven (2013) antes que de productos mainstream como Crepúsculo (2008). Sospecho que los espectadores de mirada rígida considerarán la película como una mera broma, pero una mera broma, si es buena, también debe ser tomada en serio.

Adrián Abril (@PublioElio_)

@ColumnaZeroCine

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