CRÍTICA CINE: LA SOMBRA DEL ACTOR

Una crítica de Alexis para ColumnaZero Cine.
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Una crítica de Alexis Rodríguez para ColumnaZero Cine.

Cuando Hollywood se pregunta por el fracaso.

Hubo una época en la que Barry Levinson era uno de los mejores exponentes del prototipo de director de cine hecho a la medida de Hollywood; era el realizador que cumplía siempre, sin experimentos, sin tomar protagonismo, y desde luego sin ínfulas de autor. Es por eso que, aunque el espectador medio no sepa ubicar quién es este señor, un buen puñado de películas semi-famosas de los 80 y 90 -de esas que todo el mundo ha visto alguna vez porque las pasan por la tele-, son algunas de las que ha dirigido Levinson en su dilatada y francamente irregular carrera como cineasta. Good Morning, Vietnam (1987), Rain Man (1988), Sleepers (1996) o La Cortina de Humo (Wag the Dog, 1997) ejemplifican bastante bien el tono y el estilo de un director que no nos entregaba nada medio decente desde Algo Pasa en Hollywood (What Just Happened?, 2008). Siguiendo en su línea de cumplir eficientemente en su cargo sin arriesgarse lo más mínimo en la dirección, pero ahora haciendo mucho menos ruido con sus obras, La Sombra del Actor (The Humbling, 2014) llega a las carteleras españolas con varios meses de retraso, cuando ya podemos encontrarla en el mercado doméstico en los países anglosajones.

Un veterano y famoso actor de teatro y cine que lleva ya tiempo sin triunfar como lo hacía antaño cae en una profunda depresión e incluso trata de suicidarse. Tras pasar un tiempo en una institución mental, vuelve a casa para disfrutar de un tiempo de soledad en una especie de retiro espiritual que se verá animado por las visitas cada vez más frecuentes de la joven hija de una vecina, quien ha crecido idolatrándole y alimentando con él sus fantasías sexuales. Lo más interesante de la propuesta es colocar a un actor como Al Pacino en el papel del protagonista, ya que funciona como alegoría del fracaso que el propio actor viene experimentando en la vida real durante las dos últimas décadas (y tal vez me quedo corto). El propio Pacino debió darse cuenta hace tiempo, y a sabiendas de que el personaje le viene como anillo al dedo, borda una interpretación sólida y efectiva, conduciendo el ritmo de la película a su antojo y llevándola por la comedia cuando más lo necesita y devolviéndola al tono dramático sin forzar los límites. Barry Levinson declaró en su momento que “Al Pacino es uno de esos actores únicos que ha trabajado tanto en teatro como en cine y no busca hacer algo que no le haya ocurrido de verdad. Lo que le ocurre al personaje de mi película es algo que a él le ha pasado durante su carrera, y se siente cómodo en su piel, sufriendo con él”.

A priori el espectador no podrá dejar de pensar en Birdman (Alejandro González Iñárritu, 2014) viendo la película, por su proximidad temporal y temática, y porque también la recién oscarizada Mejor Película del año funciona así de bien gracias a un excelente Michael Keaton que realiza en ella la misma introspección personal gracias a su personaje –observen el extraño paralelismo entre el desenlace de ambas películas –. Sin embargo, estamos ante un film muy diferente al de Iñárritu en varios sentidos, en primer lugar por el distanciamiento que toma desde los primeros minutos hasta el final del mundo del espectáculo y de la industria, centrándose más en el ámbito personal de los personajes y en los conflictos de corte cotidiano que se suceden a lo largo de toda la trama, lo que facilita una mayor identificación con los personajes de la que podemos llegar a sentir en el caso de Birdman.

Por otro lado, Levinson peca de nuevo de ser demasiado complaciente con el riesgo que asume en sus películas, y donde La Sombra del Actor podría dar un paso más allá gracias al personaje femenino protagonista, explorando de manera algo más firme temas como la búsqueda de la orientación sexual, el inconformismo ante las relaciones de pareja tradicionales o la necesidad patológica que tiene la sociedad de etiquetar a las personas según su sexualidad; en cambio, se conforma con el chiste fácil y el gag resultón al respecto de todos estos temas ante los que Hollywood aún se achanta bastante, y como consecuencia termina caricaturizando –el personaje de Priscilla/Prince termina constituyéndose en el discurso de la película como una mutilación de la persona a través de la transexualidad, visión cuanto menos cuestionable –. Con todo, el resultado es al menos aceptable, y resulta tan duro en las escenas dramáticas como entretenido en las cómicas para relajar el tono. Una película de Barry Levinson, en definitiva.

Alexis Rodríguez (@AlexDeLargo)

@ColumnaZeroCine

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