No es la primera vez que Wim Wenders se acerca a una figura relevante relacionada con el mundo del arte. Ya lo hizo en 2011 con su documental Pina, centrado en la coreógrafa de danza contemporánea Pina Bausch. Llamó la atención, en su momento, del mismísimo Almodóvar, que decidió incluirla en unos bellísimos planos de una de sus más aclamadas películas internacionalmente, Hable con Ella (2002), ganadora del Oscar al Mejor guión original.
En esta ocasión (y de la mano del hijo del propio artista), por quien se ha interesado Wenders es por el célebre fotógrafo Sebastião Salgado y por su vasta y prolífera carrera, quien ha presenciado tras su objetivo momentos decisivos para la Historia en todos los puntos del globo terráqueo.
Las fotografías de Salgado han sido observadas por millones de espectadores y, sin ir más lejos, España ha acogido recientemente dos exposiciones relevantes; Mágnum (exposición colectiva de fotografía de los más relevantes fotógrafos de los últimos tiempos) en el Museo Reina Sofía y Génesis, que aún sigue en algunos puntos de España gracias a la Fundación CaixaForum. Tanto las obras incluidas en Magnum como en Génesis, son ejemplos pertenecientes a una compleja y amplia espina dorsal que el director trata de desgranar en este documental.
Con el preciso sonido ambiental, las fotografías de Salgado cobran vida, se vuelven cinematográficas. Y es esta fusión de fotografía y cine lo que resulta impactante. La fuerza de una foto es que en un microsegundo conoces la vida de una persona, mientras que en el cine, hacen falta unas horas para acercarnos a esas vidas, como lo hace aquí Wenders a la vida de este excepcional fotógrafo. Esta preciosa analogía, comentada en el documental, aporta mucha grandeza al largometraje.
El hecho de que Juliano Ribeiro Salgado, hijo del artista, sea codirector y coguionista, hace que el documental sea más intimista y logre descifrar muchos rasgos personales que llevan a comprender mejor su obra. Salgado padre se muestra generoso con la cámara y nos abre su corazón para compartir, sin recelo, muchos momentos privados que le han provocado pisar el suelo de escenarios rodeados de muerte, tragedia y miseria. Supone un lujo presenciar un documental en el que el artista, enfrentando con sus propios ojos ante la cámara, resume con palabras las sensaciones que provocaron en él retratar determinadas situaciones.
Toda historia tiene un comienzo, y los inicios como fotógrafo de Sebastião Salgado, que iba para economista, no pueden ser más fortuitos; su esposa y, en muchas ocasiones, también musa, Lélia, llevó a la casa familiar una cámara que le habían regalado. La primera fotografía que hizo Salgado fue a la propia Lélia y desde ahí, no pudo separarse de la cámara.
La politización de ambos es evidente en la carrera de Salgado, ya que se interesaba por los conflictos mundiales y los mostraba al mundo a través de sus retratos. No le temblaba el pulso para retratar, por ejemplo, a personas enfermas de cólera o personas que tenían que desplazarse por la hambruna que sacudía a sus territorios; el genocidio de Ruanda o el conflicto de Bosnia y Yugoslavia; un padre que abandona a su hijo muerto en una pila de cadáveres… Pero a todas las comunidades a las que se acercaba, mostraba respeto y se integraba como uno más, siendo quizá este hecho el que le ha permitido retratar de manera tan brillante los conflictos que incluyen a personas con nombres y apellidos, con historias vitales.
Lejos de inmunizarse tras presenciar tantas catástrofes y caos mundial, en su último viaje a la triste Ruanda, Salgado concluye que no cree en la especie humana. En la tierra, la propia tierra, encontró remedio a este pesar Salgado. Cuando regresó a su lugar natal por la enfermedad de su padre, retomó su pasión por la foto. Allí se planteó con su mujer repoblar el bosque que existió en esa zona años atrás; un sueño que se hizo realidad como una especie de milagro. Concluye entonces que es el árbol el hogar de todos; el árbol que vive 400 o 500 años, donde “se puede concebir el concepto de eternidad”. Supuso para él un homenaje a ese planeta que tanto caos ha sufrido por nuestra propia culpa y también cerrar un ciclo, completar el ciclo de la historia de su vida. Orgulloso, Salgado observa cómo con la repoblación, la franja ha regresado a su lugar (y también los animales). Comprende entonces, y comprendemos con él, que la destrucción del mundo (y de la naturaleza) se puede revertir. Finalmente, a pesar de todo el caos que es preciso que reciba el espectador, el mensaje es positivo.
Con Génesis, viajó durante diez años y adoptó una visión más positiva del planeta a través de su obra, lo que es, para él, “Una carta de amor al planeta”. Muy bien lo ha plasmado Wenders en el documental, compuesto por bellísimas imágenes y por una banda sonora muy acertada, la cual resulta suave y no tapa la importancia del relato de Salgado. El documental, además de acercarnos al artista y visionar en pantalla grande espectaculares fotografías de nuestro planeta, nos permite descubrir, de manera magistral, esa transición que va desde el momento de hacer la foto hasta que la foto se convierte en una pieza artística en sí misma.
Lo que queda claro tras visionar el filme, es que Salgado es un artista al que le importan las personas. En un momento del documental, se pregunta a sí mismo “¿Cuántas veces tiré al suelo la cámara para llorar por lo que había visto?”. Un recorrido de 108 minutos (y la vida entera de Salgado) centrado en las personas porque, como su propio hijo afirma, “somos las personas la sal de la Tierra”.
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Thara Báez (@tharabaez)
@ColumnaZeroCine