
El director de la muy interesante Frank nos trae bajo el brazo una obra que por diferente en lo argumental a su anterior película, también se nos antoja complementaria en muchos aspectos. En La Habitación (Room, 2016) los conflictos de personalidad y de enclaustramiento psicológico que afectan a los dos personajes principales, salvados de la locura de un prolongado encierro por la fuerza de un afecto mutuo que se convertirá desde el primer fotograma de la película en el motor de la acción, es la dinamo que insuflará vida a una historia que a priori nos puede parecer tópica pero que en manos de Lenny Abrahamson es una oda a la sinceridad y al amor, un historia sin aspavientos ni salidas de tono, tan cercana como lejano nos puede parecer el planteamiento de un suceso que nunca creeríamos que nos ocurriría a nosotros.
La primera secuencia de la película parecería sacada de la cinta de Michael Linklater, Boyhood (2014): un niño, Jack (Jacob Tremblay) y su madre (Brie Larson) conviven en una pequeña habitación en la que ella insiste en la educación del niño, haciéndole crecer intelectualmente pese a un extraño y aparente encierro que les limita a contemplar la televisión y a ver el sol por una claraboya. Pronto descubrimos que ambos han sido secuestrados por un maníaco que abusa sexualmente de ella. Un giro en el guión abandona la trama del secuestro y sitúa a los personajes en otras coordenadas. Libres de su secuestrador deben rehacer sus vidas; en el caso de ella su adaptación y el choque con una realidad cotidiana, ya olvidada, y en el caso de él, el descubrimiento de un mundo que sólo había contemplado a través de la televisión. Lo real y lo irreal confunden a ambos y deben apoyarse mútuamente para sobrevivir a su experiencia. La maleabilidad de Jack ante un nuevo mundo y la dificultad de adaptación de ella ante su retorno a la vida normal generan nuevos vínculos emocionales entre ambos, sentimientos que confunden y muestran a los personajes en su completa y profunda humanidad.
La trama de La Habitación huye del sensacionalismo y la vacuidad de una típica película de secuestros o desapariciones -véase la falacia con envoltorio de lujo de Perdida (2014)-, los puntos de giro y miradas a los personajes se hacen siempre desde el respeto a sus sentimientos y a su humanidad; en este aspecto las interpretaciones de Jacob Tremblay y Brie Larson son sobresalientes y aún nos sigue sorprendiendo el hecho de que niños de tan corta edad puedan ser actores tan versátiles. Lenny Abrahamson dirige la cinta de manera sobria, apoyado en una dirección de arte que se fusiona con el guión de forma intensa puesto que el punto de partida, la habitación, es un microcosmos creado por los creativos en el que durante muchos años los protagonistas han derrochado su afecto, aún siendo éste un cubículo de unos metros cuadrados; el final de la película, el retorno a la habitación, es una despedida despojada de rabia del inocente Jack, un colofón lleno de cariño y afectividad. La habitación, pese a ser en la película un evidente icono de la maldad, también es el marco para el desarrollo de la vida, de la conciencia y de las emociones. El guión de Danny Cohen pone en la boca de un niño la elocuencia de un hecho que a cualquier adulto le parecería casi una aberración, la defensa de este discurso sólo encuentra su apoyo en su madre.
Con producción irlandesa, igual que su anterior obra, Frank, la película de Lenny Abrahamson se postula como una de las favoritas para los Oscar; sin duda contiene los elementos suficientes como para hacerse un hueco entre las ganadoras de un certamen cuyas quinielas son tan impredecibles como veleidoso es el gusto de la Academia. Pronto sabremos si La Habitación será reconocida por la industria o quedará como otra cinta de culto de la filmografía de Lenny Abrhamson.
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Alfredo Paniagua
@columnazerocine