CRÍTICA CINE: LA CURA DE YALOM

Una crítica de Adrián Abril para ColumnaZero Cine.
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Una crítica de Adrián Abril para ColumnaZero Cine.

Desde el diván.

Irving David Yalom, protagonista del documental que nos ocupa, es un psiquiatra y escritor norteamericano, descendiente de judíos rusos, que ha divulgado, mediante la publicación de ensayos y novelas, los principios teóricos de la psicoterapia existencial. Y pese a mi desconocimiento de dicha materia, la labor de Irving Yalom ha obtenido un rotundo éxito comercial, sobre todo en Israel y Estados Unidos, donde libros como El día que Nietzsche lloró (1992) han compartido la estantería de best sellers con obras de Stephen King o Haruki Murakami.

Sin embargo, La cura de Yalom no busca altas recaudaciones en taquilla. Una aspiración que sería utópica, dado que la película trata sobre un anciano intelectual con una biografía menos divertida que el pasillo de un tanatorio. Sin tramas que originen sucesos violentos, sin turbias relaciones amorosas y sin otro obstáculo para el héroe del relato que enfrentar la cercanía de la muerte de una forma lúcida y apacible. La negación de la espectacularidad es una decisión coherente de la directora Sabine Gisiger que, de hecho, bordea el extremo opuesto, cediendo ante una prudencia visual demasiado rigurosa. La película, en el plano formal, es una sucesión de bustos parlantes, imágenes de archivo y tomas de parajes californianos, que en contadas ocasiones resultan evocadoras.

La directora ha borrado todo indicio de ornamento, riesgo y experimentación para que nada eclipse los testimonios del ilustrado psiquiatra y su esposa, la historiadora feminista Marilyn Yalom. Y sin duda, las consideraciones de ambos sobre el sentido de la vida, sobre las relaciones sentimentales, la senectud y la psicoterapia son cautivadoras. Irving Yalom es un intelectual modélico, un erudito dedicado a estudiar la psicología humana, cuyos rasgos faciales componen un revelador collage de Sigmund Freud y Mahatma Gandhi. En cambio, Marilyn Yalom es una mujer de acción, una prestigiosa investigadora con media docena de libros publicados, entre ellos Hermanas de sangre (1993) y Cómo inventaron el amor los franceses (2012). En el documental, ella define su matrimonio con Irving como un pacto basado en el respeto, la ternura y la cooperación, donde el pragmatismo domina a la fantasía y donde la infidelidad no es un agravio, sino la satisfacción de un deseo natural.

Irving Yalom, durante una de las entrevistas, compara la vejez con el cielo nocturno. El psiquiatra afirma que, cumplidos los ochenta años, la vida pierde intensidad y vigor, pero dicha perdida nos ofrece una nueva realidad, menos convulsa pero también emocionante. Así como el brillo del sol desaparece para regresar fraccionado en constelaciones, la vida adulta da paso a la vejez. La reflexión de Irving, desde una perspectiva menos optimista, sirve como metáfora de La cura de Yalom, una película con momentos interesantes, pero carente de vitalidad. El film permanece envuelto en el aire somnoliento de la alta burguesía. Los entrevistados son agradables millonarios, que residen en elegantes mansiones y, en consecuencia, el poder dramático de la obra es escaso.

Disfruto con las observaciones del sabio Irving Yalom, pero prefiero los relatos entusiastas y problemáticos -como el que elabora Asif Kapadia en el documental Amy, estrenado hace dos semanas- antes que los relatos cómodos y contemplativos. En mi opinión, las cámaras de cine filman mejor bajo el hiriente sol del mediodía que bajo un plácido manto de estrellas.

Adrián Abril (@PublioElio_)

@ColumnaZeroCine

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