
El último Oliver Stone en el Festival de San Sebastián 2016.
Se está dando la costumbre, cada vez más morbosa, de hacer que el cine vaya muy pocos pasos por detrás de los acontecimientos reales, especialmente los referentes a política y actualidad. Glosas de sucesos como el atentado del 11-S o el escándalo de Wikileaks no esperan veinte años a ser revisados por la industria cinematográfica, apenas un lustro es suficiente para tengamos en nuestras salas una versión fílmica de este u otro hecho. Venden las propuestas anti-stablishment, atraen al espectador con el resplandor de las respuestas que ofrecen a las preguntas que sugieren las noticias de los informativos: ¿Quién? ¿Cómo? ¿En qué me afecta la manipulación de los estados y los mass media? A sabiendas de que el espectador ya conoce o intuye muchas de estas respuestas, las películas suelen ahondar en detalles y tramas que imitan o vuelcan los sucesos ya conocidos, dotándoles de dramatismo que a buen seguro tienen, pero que, en definitiva, el espectador, en su condición de oyente del material mediático suministrado por los medios, no puede sentir como próximos.
Oliver Stone siempre ha sido un cineasta comprometido, un progresista en el sentido que los norteamericanos entienden la progresía, es decir, una actitud levantisca combinada con una grata sumisión a un sistema que se jacta de ser una democracia plena, pero con muchas imperfecciones que el ciudadano común tiene el deber moral de pulir. Esta progresía establece una perpetua pugna entre la escalada del stablishment para controlar al ciudadano, y la obligación de éste, como buen norteamericano, para denunciarlo, todo en un plácido status quo del que siempre tiene visos de ganar la primera parte. La nueva película del cineasta norteamericano es Snowden (2016), un thriller que cumple al dedillo las premisas didácticas y de entretenimiento que marcó su cine a partir de la transgresora JFK, su última pieza decididamente izquierdista, a partir de la cual su filmografía se ha acomodado en productos prácticamente inocuos; ahí tenemos la innecesaria World Trade Center (2006) y antes, la localista y estéticamente sobreactuada Nixon (1995). Snowden recorre el camino del thriller político con agilidad, incorpora un estilo visual más matizado, pero en la onda infográfica que se ha sofisticado y popularizado a partir de la saga de Jason Bourne; en muchos sentidos, sobre todo en el del género, Snowden es una pieza interesante, aunque obviamente escasa en lo que supone la verdadera peripecia de Edward Snowden, el analista de la CIA y desertor.
La película comienza mostrando la actitud patriótica y dedicada de Edward Snowden en el cuerpo de Marina. Tras un accidente, debe relegar su actividad como soldado y decide ponerse a servicio de la NSA (Agencia Nacional de Seguridad), organismo que controla la totalidad de las comunicaciones privadas de todos los ciudadanos del país y puede que del mundo entero. Los principios morales de Edward Snowden le obligan a traicionar a su país y denunciar todo el tinglado de la NSA, montado para atrapar a quienes quieren destruirlo pero que implica una amenaza para la libertad individual. En este momento de la película, la pugna entre ciudadano y Estado comienza su dinámica andadura, convirtiendo a Edward Snowden en un traidor pero también en un referente de las libertades a nivel mundial.
El visionado de Snowden no precisa de un gran conocimiento sobre las tecnologías ni sobre política, su base argumental está construida en torno a la figura de Edward Snowden, mitificada y convertida en un héroe de acción cuya peripecia es servida en bandeja al espectador de forma esquemática y aderezada con un ritmo bastante correcto. El actor Joseph Gordon- Levitt encarna a Edward Snowden de forma energética, aportando el nervio que necesita el filme para vibrar en frecuencias más altas a las de un thriller más anodino como fue El Quinto Poder (The Fith State, 2013), otra reciente película anti-stabilshment sobre Armand Assage y su organización Wikileaks, y dirigida por el notable Bill Condon. Snowden es cinta que tiene un valor intrínseco como vehículo de entretenimiento, pero si el espectador busca un acercamiento a los acontecimientos reales, el documental Citizen Four (2014) es una herramienta aún más valiosa. Desprovisto de drama cinematográfico, que no de interés y emoción, este documental reconstruye, con el propio Edward Snowden como protagonista, toda la peripecia del ahora prófugo de la justicia estadounidense.
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Alfredo Paniagua
@columnazerocine