CRÍTICA CINE: FAMILY TOUR

VN:F [1.9.22_1171]
Rating: +3 (from 3 votes)
VN:F [1.9.22_1171]
Rating: 9.0/10 (2 votes cast)
Una crítica de Clara Gavilán para ColumnaZero Cine.

Me despierto descansada. Creo que he dormido unas once horas, a pesar de estar en una cama de noventa. El edredón está tan remetido bajo el colchón en el que me planteo muy seriamente cómo voy a salir ahora de este estado de momificación absoluta. Estoy tan dormida que no puedo responder a la pregunta de “Entonces, ¿cómo carajo conseguiste meterte dentro anoche?”. Paso por serias dudas antes de decidirme a hacer ese sobreesfuerzo mañanero que requeriría tirar del edredón con todas mis fuerzas…. Pero huele a café y a bizcocho caliente, así que hago acopio de valor y consigo salir por fin de ese absorvente micromundo de cama nido. Por cierto, “cama nido”. No me detendré a analizar su entrañable significado, pero daría para una buena reflexión.

Siguiente reencuentro: zapatillas de andar por casa de peluche. Sí, también se merecen una mención especial de honor. Exhausta tras la “lucha edredonil”, me detengo a contemplar la paradoja hecha calzado. Me gustaría conocer al diseñador o al jefe de esa empresa que realiza un boceto sobre estas zapatillas y dice: “Sí, adelante, esto es lo que queremos vender”. Sentada sobre la cama nido de sugerente significado, me imagino a este señor que, orgulloso, saca al mercado unas zapatillas como éstas. Un festival de colores flúor, que consideró que no eran lo suficientemente alegres, y decidió bordar sobre su empeine algún detallito extra que haga aún más placentera tu estancia en el hogar. Por ejemplo, un osito enamorado, rodeado de corazones rojos, rosas… y violetas, no vaya a ser que decaiga, hombre. Y yo me pregunto: si ese hombre, director de empresa de zapatillas de andar por casa, duerme a pierna suelta cada noche de su vida, ¿por qué yo, mujer treintañera, que vive de la escritura y no hago mal a nadie, paso las noches en vela pensando si mi trabajo realmente aporta algo al mundo?. No puedo seguir adentrándome en mi maremágnum de cuestiones trascendentales, porque mi madre me llama a grito pelao. El café se enfría, y esto sí es una cuestión de vida o muerte.

Atravieso el pasillo, y me veo caminando con mis zapatillas de oso amoroso, mi pijama de franela (probablemente diseñado por el primo del director de empresa que duerme a pierna suelta cada noche de su vida) y mis restos de maquillaje de la noche anterior. Imagen lamentable, ¿verdad? Pues no, error. Me veo a mí misma y me dan ganas de quedarme ahí, quieta en el pasillo, viendo la vida pasar. Qué maravillosos esos veinte, cuando ya tenías la edad suficiente para salir hasta que te diera la gana, y, aunque ya no tuvieras edad para que tu madre te preparara el desayuno y te comprara los pijamas, tu madre te preparaba el café y te compraba los pijamas, y punto pelota. Y, aunque estuvieras de resaca, pues el domingo se iba a casa de los abuelos a comer, y más punto pelota. Y sí, te comes el bizcocho, porque tú tienes claro que estás engordando pero tu madre defiende que cada día estás más delgada… Así que te comes el bizcocho, y otros dos punto pelota más, por hablar. Hasta ahí llegaba la complejidad del asunto. Punto pelota. Una cama nido elevada a la enésima potencia, que, aunque evocadora, seguiré sin analizar.

Café y bizcocho caliente. Ahí estamos. El bizcocho es de limón, mi preferido. Primer mordisco y bum, explosión de sabor. En la soledad de mi apartamento-agujero he intentado hacerlo un par de veces, juro que siguiendo la receta paso a paso, y ha sido imposible… ¿cómo conseguirá mi madre que se quede húmedo en la superficie y jugoso por dentro? Entonces siento su presencia… Sí, es la autora de tal obra de arte. Me da los buenos días y me besa la frente. Se sienta a mi lado, sonriente, para disfrutar del simple hecho de verme comer su bizcocho. Silencio, del bonito, del de casa, del de taza humeante, mientras fuera hace tanto frío como en mi apartamento-agujero. Mastico cada pedazo de ese salón, de esas paredes llenas de fotografías, de ese aparador que… “Cómete otro pedacico de bizcocho, anda”. Ésa es mi madre, que ya no quiere más silencio del bonito. Yo por mi parte, tengo claro que no quiero más bizcocho. Pero mi madre me corta otro trozo y me lo pone en el plato. Por lo visto, no era una sugerencia. Bum, explosión de rabia. ¿Por qué me pone otro trozo si no quiero más? El oso amoroso de las zapatillas me mira con su sonrisa estúpida. Entonces entra mi padre en el salón, vestido de domingo y, como siempre, apurado: “Venga niña, vístete que nos vamos a comer a casa de los abuelos”. A casa de los abuelos a comer. Y todavía me queda un trozaco inmenso de bizcocho. Bum, más rabia. El pijama de franela me está dando demasiado calor. Bum. Mi madre me dice que ya va ella a hacerme la cama que yo no sé remeter bien el edredón. Bum. El oso amoroso sigue mirándome y parece directamente satánico. Bum. Mi padre dice que nos espera abajo, en el coche. Bum. Remata con un punto pelota. ¡¿Punto pelota?!. Bum, bum, bum.

Respiro. Mastico bizcocho como una autómata. Pienso mantenerme firme en mi decisión de no profundizar en el perverso concepto de cama nido.

Family Tour, una película de Liliana Torres Expósito que nos muestra la vuelta a la casa familiar. Los reencuentros y las apariciones de aquello que ya tenías olvidado, o quizás, de todo aquello por lo que algún día decidiste marcharte porque no aguantabas más. Family Tour, un traslado a ese momento en el que vuelves, ves a tu familia, sientes su esencia, y aprecias que todo sigue igual, que el bicho raro, ahora, tal vez seas tú. Ellos permanecen como el día en el que te marchaste, igual, esperándote verte regresar.

[vsw id=»V111PXF8NlU» source=»youtube» width=»425″ height=»344″]

Clara Gavilán

@Clara_Gavilan

@columnazerocine

Dejar respuesta

Please enter your comment!
Please enter your name here