
La filmografía del griego Yorgos Lanthimos puede llevarnos a engaño.
Vemos como sus primeros títulos son enteramente herméticos y, progresivamente, sus películas van tomando formas menos angulosas, aparentemente menos crípticas y más accesibles al público generalista. La primera película que llegó a España, traída de la mano de la crítica especializada, Canino (2009), y que obtuvo el premio Un Certain Regard en el Festival de Cannes de 2009, supuso la entrada de Yorgos Lanthimos en la escena de cine de autor europea, regalándonos un filme duro y alegórico, fruto de la tensa situación económica y social que vivía Grecia en los años aledaños a su producción. Su siguiente título, Alps (2011), que fue ganador del Premio al Mejor Guión en el mismo festival, esta vez en el año 2011, no abandona la pátina de formulismo hermético de Canino, pero la lleva a un contexto más cotidiano, aún teniendo en cuenta lo excéntrico de la historia. Pero fue Lobster (2015) la cinta que le aúpa definitivamente a la calificación de realizador de autor apto para todo tipo de público inquieto; película más accesible que las anteriores, resulta gratamente interesante ver a Lanthimos dibujar un futuro distópico en el que la idealizada relación de pareja romántica queda deconstruída mediante la imposición de unas particulares convenciones sociales, un estimulante punto de partida que contó con un reparto internacional (Rachel Weisz y Colin Farrell) y una producción en la que se involucraron compañías de cinco países. El siguiente paso en su filmografía se llama El Sacrificio de un Ciervo Sagrado (2017), una consecuencia lógica de su experiencia con Lobster, en lo que ya tiene su cine de internacional y «popular». El Sacrificio de un Ciervo Sagrado vuelve a ser galardonado con el Premio al Mejor Guión en el Festival de Cannes 2017 y cuenta con el mismo protagonista que Lobster, Colin Farrell, actor éste que está pasando por convertirse en fetiche del realizador al vestirle con el sayo de prototipo kafkaino, de hombre seco y atribulado. Le acompaña en el reparto Nicole Kidman, en sustitución de Rachel Weisz.
Si Lobster trataba sobre el miedo a vivir solo y aún más sobre el miedo a vivir acompañado en pareja -males contradictorios pero endémicos a nuestros tiempos-, El Sacrificio de un Ciervo Sagrado ataca a las convenciones burguesas y sus protagonistas: él es un cirujano de prestigio y ella una célebre oftalmóloga que tienen dos hijos. Los cuatro forman una familia acomodada cuya situación social les permite contar con un buen hogar sin sufrir estrecheces económicas -nuevamente la crisis que aún sufre Grecia se hace patente, aún de forma velada, dentro de sus guiones-. El personaje de Colin Farrell conocerá a Martin, un chico de dieciséis años sin padres al que decide proteger. En ese momento el guión dará un siniestro vuelco y la feliz familia se verá abocada a una impactante espiral de destrucción.
La puesta en escena de Yorgos Lanthimos en El Sacrificio de un Ciervo Sagrado redunda en los planos largos, en la exhibición de espacios fríos e impersonales que determinan de forma contundente el carácter de los personajes. No abandonan éstos ese hálito kafkiano que hasta nos hace confundirles con esos ladrones de cuerpos de cualquier título -ya hay un buen puñado- en el que unos alienígenas suplantan a los humanos y les despojan de sus emociones, creando sociedades asépticas y deshumanizadas. Lanthimos no llega a ese extremo, pero el peso de la dirección de los actores y de la puesta en escena en la trama es tan decisivo que se pueden contar como factores indisolubles a la personalidad de la cinta: los sujetos se neutralizan y se diluyen, sirviendo a objetivos más elevados, a oscuros psicodramas cuya resolución conducirá a los personajes a un inevitable y dramático cambio en sus vidas.
El Sacrificio de un Ciervo Sagrado es también una historia de venganza, una venganza que se sirve fría, una trama que enmaraña y se queda pegada a la psique del espectador como un parásito, haciéndole incesantes preguntas que deberá responder poniéndose en lugar de los personajes. Quienes creían que Yorgos Lanthimos, por contar con dinero más dinero para hacer esta película y contratar a estrellas de Hollywood, es un director que está siendo domesticado por la fama y los premios, no podían estar más desacertados. La película que el director griego estrenó en España durante el Festival de Sitges 2017 -donde obtuvo Ex aequo el Premio de la Crítica- es más accesible que sus títulos anteriores pero no es una cinta fácil de digerir, y la publicidad que la etiqueta como un thriller oscuro y enfermizo es solo veraz a medias: El Sacrificio de un Ciervo Sagrado es Yorgos Lanthimos en estado puro, más estilizado, más grande, cuenta con una mejor producción, es evidente, pero su marca de fábrica está presente en cada fotograma, y su angustia existencial recorre cada plano de la película, buscando una esquina por la que salir y salpicar al público. Lo consigue, nos incomoda y nos inquieta, es Yorgos Lanthimos.
Alfredo Paniagua
@columnazero