CRITICA CINE: CALABRIA

Una crítica de Adrián Abril para ColumnaZero Cine.
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Una crítica de Adrián Abril para ColumnaZero Cine.

Sólo son negocios.

Calabria, titulada en la versión italiana original Anime nere (Almas negras), narra el encuentro entre tres hermanos implicados en distinta medida en operaciones de la mafia calabresa. Un problema relacionado con el tráfico de drogas propicia que los miembros del clan concierten una reunión en la casa de la familia, ubicada en un mísero pueblo del sur de Italia. Tras años de distanciamiento, los tres hermanos deben resolver un conflicto inminente mientras recorren una aldea poblada por ancianos y cabras, y recuerdan tiempos pasados, entre el desdén y la nostálgica.

Resulta revelador comparar Calabria con otro lúcido film italiano de temática criminal como Gomorra (2008). Las películas son tan similares a nivel formal como diferentes a nivel discursivo. Ambas comparten una narrativa lenta, centrada en la contemplación de detalles cotidianos que convergen con secuencias de una violencia cruda, captada con absoluta frialdad y sin ornamentos. La cámara en mano registra las escenas como una intrusa sigilosa, astuta y carente de emociones. Sin embargo, Francesco Munzi, director de Calabria, elabora un relato que camina en dirección opuesta a Gomorra. Mientras el aclamado film de Matteo Garrone busca una descripción holística del funcionamiento de la mafia para mostrar la corrupción medular de la sociedad italiana, Francesco Munzi confecciona una trama centrípeta que pretende descubrir el origen del fenómeno criminal antes que presentar los daños sociales que ocasiona.

El film plantea un asunto tratado por norma en el cine sobre la mafia con una especial precisión y profundidad. La cuestión central de la película es sencilla: la despiadada lógica capitalista que rige las organizaciones criminales termina siendo el modelo de comportamiento en el seno familiar. Las relaciones domésticas asimilan las estructuras profesionales y desaparecen las fronteras entre la vida laboral y la vida personal; un problema de gravedad cuando la vida laboral consiste en la intimidación, la manipulación y el asesinato. Así la famosa sentencia mafiosa “sólo son negocios” cobra todo sentido en la medida en que expresa una ambigüedad radical.

Otra lectura del film menos evidente, pero no menos sustanciosa, consistiría en entender que la asimilación de los ámbitos profesionales a los ámbitos familiares ocurre en sentido inverso, de forma que las penurias de la vida rural, condenada a la extinción en una sociedad tecnológica, industrial y urbana, son el perfecto entorno para desarrollar un sentimiento de odio que resulta provechoso en ambientes criminales.

En dicho sentido, la miseria, representada en la película por medio de una diminuta aldea invadida de cabras, sería el origen de los trágicos sucesos que acontecen, pero también sería un espacio de inocencia, donde la corrupción moral permanece en estado latente. En cambio, la ciudad es el ámbito del futuro, de la promesa del éxito y de la rentabilidad de los negocios.

Entre las numerosas virtudes de Calabria, que comprenden un guión medido con exactitud y una soberbia labor fotográfica, las interpretaciones de los actores protagonistas brillan con especial intensidad. La devastadora confusión emocional que evoca la mirada de Fabrizio Ferracane, quien interpreta a Luciano, el mayor y menos corrupto de los hermanos, proporciona a la película una autenticidad implacable.

Calabria es una película que erosiona de un modo constante el ánimo del espectador. No es una obra agradable y optimista para disfrutar en familia, pero ofrece una historia conmovedora narrada con un realismo despiadado. En definitiva, Calabria es cine en estado puro.

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Adrián Abril (@PublioElio_)

@ColumnaZeroCine

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