
El retorno de Mel Gibson al cine de acción.
Mel Gibson ¿acabado? Lo cierto es que a estas alturas, nadie daba un céntimo por el futuro cinematográfico del actor australiano. Acosado por los escándalos, en gran parte merecidos por su incontinencia verbal, Mel Gibson ha venido adoptando un perfil bastante bajo en las producciones que casi anualmente llegaban a nuestras carteleras, auspiciadas comercialmente por su nombre en el reparto. El prestigio de Mel Gibson también ha sido minado por la escasa repercusión de los estrenos en los que ha intervenido, situándole entre la lista de viejas glorias del cine de acción que sólo podían recurrir a la autoparodia -Los Mercenarios 3- para hacerse un hueco en las carteleras. No obstante, el protagonista de Braveheart ya ha demostrado ser un superviviente nato en la competitiva industria de Hollywood, y aunque no se encuentre en su mejor momento, para un actor de su edad, embarcarse en un proyecto como Blood Father es un desafío que puede resultar también muy estimulante para el espectador.
Blood Father es, a priori, una interesante muestra de cine negro dirigida por el realizador francés Jean François Richet, el realizador del fallido remake de Asalto a la Comisaría del Distrito 13, su hasta ahora única aventura al otro lado del océano. Muy valorado en Europa, y sobre todo en su país natal, como realizador de cine de acción y polar, con Blood Father consigue un thriller oscuro y perturbador, quizás predecible y poco ambicioso, una muestra de cine de serie B de acción que no por ello puede dejarse de ver y comprobar que Mel Gibson, a pesar de su edad, tiene una forma física excelente y puede seguir interpretando a héroes de acción. La fuerza que imprime Mel Gibson a Blood Father es tan fundamental para el filme como el desasosegante tono de algunas de sus escenas de acción, más en la línea del realismo sucio imperante en las producciones independientes que en la narcótica y limpia estética de las grandes producciones; parece que Jean François Richet ha creado una criatura radicalmente antagónica a su proyecto anterior en Estados Unidos.
El cine pulp -no lo confundamos con aquel homenaje autoral que hizo Quentin Tarantino- se alimenta de fuentes fácilmente entendibles por el espectador más llano, pero a la vez reúne en su definición códigos cinematográficos que le son más simpáticos al devorador de películas, a esa criatura febrilmente amante del cine de género que ahora se ha dado por llamar «cinéfago». Blood Father es un cuento deliberadamente pulp, una amalgama de sensaciones, de aromas y de sabores que nos remiten a un mundo marginal, ajeno a nuestra realidad cotidiana, un universo poblado de delincuentes, moteros y white trash armados hasta los dientes que harán de su locura nuestro paroxismo. El guión de Blood Father no destaca por su complejidad, ni pretende dar un falaz profundidad a los personajes, desde el primer momento son lo que son y hacen lo que hacen, sin espacio para el matiz, y sin resquicio para el aburrimiento, siempre que el espectador asuma que lo que está viendo es una obra de puro entretenimiento, que como extra cuenta con una ferocidad que Mel Gibson hizo gala por última vez en ese estupendo thriller que fue Al Límite.
Quizás Blood Father sea una obra redentora para director y protagonista, pero si el espectador aparta de sí esa percepción, la película de Jean François Richet se puede convertir en un adecuado vehículo para la diversión desprejuiciada, para dar ese salto mortal que hacen que nos emocionemos con la bipolaridad de una película que esconde más claroscuros de los que se aprecian a primera vista; y es que el personaje de Mel Gibson es lo que canónicamente podríamos calificar como un antihéroe, la suma identificación del Bien y el Mal en una sola personalidad, como las caras de una moneda, como nos sentimos, en definitiva, todos los que nos sentamos en una sala a ver cine que no muestra cortapisas a la hora de desarrollar todo su potencial creativo.
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Alfredo Paniagua
@columnazerocine