Un verdadero canto a los comienzos de séptimo arte.
Tras casi nueve años desaparecido, Pablo Berger, sale a la luz catapultado a lo más alto con una película revolucionaria y reivindicativa en todos sus esquemas, Blancanieves. Surge así una obra maestra de cine de autor que a pesar de ser muda, ha roto el silencio entre todo tipo de públicos acumulando ya 30 nominaciones y 32 premios nacionales e internacionales.
Tras la genuina Torremolinos 73 (2003), el director nos brinda un retorno a nuestro pasado, a la niñez. Un maravilloso cuento, de intenso tono folclórico, pero que trabaja en todo momento con el imaginario universal del espectador, con la infancia, con los sueños, con la fantasía de los cuentos.
La película crea una historia adaptada al mundo real de 1929, en la que dentro de la propia realidad fílmica, se esconde un cuento que evoca una crisis, una realidad, una cuestión social y que a través de la lírica con la que ha compuesto esta obra, el espectador revive puramente el desgaste socioeconómico tan presente en 2013. La obra de Berger nos muestra la crisis del ser humano, una crisis social que es reflejo de que los que más tienen, más quieren tener y por este hecho arrebatan todo lo que pueden a los más pobres. Una imagen de la crisis identitaria de España, de la crisis identitaria mundial que el espectador vive en la década de los años 20 y despierta en la actualidad, como si el proceso evolutivo del ser humano hubiera quedado estancado.
Dreyer, Murnau ó Griffith, como maestros de todo cineasta, son espejo en toda la película en elementos como el maquillaje contrastado; la fotografía, puramente expresionista, evocada a través de la iluminación, con sombras enormes, idénticas al conocido El Gabinete del Doctor Caligari, de Robert Wiene (1920). Lleva a cabo un trabajo de creación sobre las bases cinematográficas, recreando en el espectador la raza del cine, debido a que el cine mudo llegó a consolidarse a través de numerosos recursos produciendo metrajes a lo largo de más de treinta años. La brillantez del mudo en esta maravillosa historia se encuentra en la forma con la que consigue construir a través de las imágenes y de la banda sonora, un poema trepidante sobre la belleza, sobre la nobleza. Con una música dinámica, con la que Alfonso Vilallonga aporta su toque de la década de los veinte a lo largo de cada melodía, algo que te mantiene vivo durante toda la película.
Un fenómeno a destacar es el desarrollo que esta forma cinematográfica está teniendo a lo largo de la última década del siglo XXI, debido que Blancanieves es una capa que pertenece a un pastel que se está comenzando a elaborar. En el 2008, Karla Jean Davis estrenaba Golgotha, reviviendo el romanticismo de Murnau. Dreyer igual que es retratado en Blancanieves, enmarca la estética de Silent, de Michael Pleckaitis. Y como película insignia de los últimos años y que ha dado lugar a la apertura del cine mudo del siglo XXI en el ámbito comercial, The Artist, por Michel Hazanavicius.
Por otro lado, el imaginario colectivo de los cuentos, de las fábulas y metáforas. Los enanos que la ayudan, el enano que por envidia la traiciona, el que la cuida y se enamora. La fantasía del sueño eterno, la fantasía del despertar de Blancanieves. Todo un conglomerado asociado a la inocencia, la honestidad, la infancia del ser y lo onírico. Un mundo que parece estar olvidado en la sociedad de hoy en día. Un mundo que está destruido por el dinero y que Berger resalta y revive como objeto de lucha contra el propio sistema actual.
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David López Fernández
@DavidLF_cinema