
¡Oso oseyo! Bienvenidos al Restaurante Pyong yang. ¿Mesa para dos? Sí, síganme por favor. ¿Les parece bien esta mesa? Muy bien, ahora les traigo el menú. ¿Qué demonios hacemos aquí? Sencilla respuesta. Saciar nuestra curiosidad por el país más distanciado del mundo mientras Corea del Norte hace caja. Estamos en uno de los dos restaurantes norcoreanos de Yakarta (Indonesia), franquicias del régimen, escaparates de talento musical y dotados de una excelente oferta culinaria.
Se calcula que en el mundo hay alrededor de un centenar de estos restaurantes, la mayoría ubicados en China y países con buenos lazos con Corea del Norte, en particular Laos, Camboya y Vietnam. Pero otros lugares como Indonesia en incluso Holanda tampoco se quedan fuera, a las afueras de Ámsterdam la sucursal de Pyong yang acaba de reabrir sus puertas bajo el nombre de Haedanghwa.
La primera vez que escuchamos hablar de estos restaurantes fue a través de un compañero surcoreano en Yakarta, quien nos aseguró que estos extraños establecimientos no eran más que una tapadera de los servicios secretos para convencer a empresarios del Sur a prestarse como colaboradores del Norte.
Cierto o no esto, no cabe duda de que su clientela más importante son hombres de negocios surcoreanos atraídos por el exotismo de brindar con soju prohibido y de ser servidos por el enemigo entre sonrisas y canciones. Y una vez llenos, terminar su velada cantando en una de las salas con karaoke en el segundo piso.
Para encontrarlo nos desplazamos a Gandaria, un barrio en el sur de la capital con gran presencia de expatriados surcoreanos. El edificio en el que se ubica carece de ventanas, está alejado de otros restaurantes y su fachada es… ¡rosa!; una engañosa apariencia para un restaurante, tan solo delatada por el prominente letrero en inglés y coreano: Pyong yang Restaurant.
Una vez dentro la cajera y una camarera nos invitan a sentarnos en una de la docena de mesas del pequeño comedor, el té es servido y el menú es abierto ante nosotros con un pulso mecánico. Acostumbrados a la brevedad e indiferencia con la que los restaurantes de Yakarta suelen tratar a sus comensales, la pulcra atención de una joven camarera norcoreana nos deja atónitos.
Nuestra torpeza manejando la lista de platos delata que somos nuevos, por lo que la camarera se lanza a recomendar copiosos platos de pescado, marisco o carne: los más caros. Finalmente nos decantamos por algo más ligero: kimchi (col fermentada con chile), calamares estofados, dos aguas con gas y una botella de soju (un adulzado licor coreano).
Las miradas de las camareras no se desprenden de ninguna de las mesas, las otras dos ocupadas con grupos de surcoreanos de mediana edad. Pero llama todavía más la atención la ausencia de otra atenta mirada, la del líder supremo Kim Jong-un, su progenitor, o su abuelo. En el comedor no hay rastro de imágenes, banderas o símbolos del régimen, lo único distintivo acerca de Corea del Norte son los coloridos murales de paisajes, en particular del Monte Paektu, considerado el origen ancestral de la etnia coreana.
Las camareras tampoco evitan responder a preguntas, incluso a vista de la encargada. Una de ellas, Kim Hye Soo (pseudónimo), nos explica con su limitado indonesio que llegó a Yakarta hace más de un año, no le gusta el sitio por ser demasiado caluroso y aprendió un poco de indonesio al poco tiempo de llegar.
Admite también que no tiene días libres, ya que aparte de servir a los comensales, ella y las otras dos camareras deben actuar diariamente en el número musical que caracteriza a los restaurantes Pyong yang: una mezcla de canciones folclóricas coreanas (como Arirang) y algunos clásicos de pop occidental de los años 70 y 80.
El espectáculo es la guinda de la visita. Durante casi media hora, las tres camareras alternan instrumentos, voz y dan la bienvenida a los huéspedes con canciones folclóricas como Arirang o una con el simple coro de “encantada de conoceros”, seguida de apretones de mano entre todos.
Pero en lugar de aplaudir o vitorear la actuación, los comensales deben recoger ramos de flores de plástico de una cesta al pie del escenario y entregarlas a la chica correspondiente. Cada gesto es anotado en una libreta, y por cada ramo 7 euros en propinas son añadidos a la factura final.
Tras la actuación, la caballerosidad de los comensales surcoreanos hizo sumar unos 100 euros de propinas a la recaudación de la noche, en completa ignorancia de la ley de Seguridad Nacional surcoreana, que acarrea duras penas para cualquier ciudadano del Sur culpable de colaborar con el Norte.
En el Restaurante Pyong yang, las discrepancias ideológicas se desdibujan con hospitalidad y dinero.
Sospechas y rumores
El menú de Pyong yang no dista mucho del de cualquier restaurante surcoreano: carnes a la parrilla, estofados varios, fideos y una lista de licores y cerveza; todo acompañado de pequeñas tapas de algas y verduras fermentadas. Pero los precios duplican los de la mayoría de competidores surcoreanos en Yakarta –o hasta diez veces los de un restaurante local– lo que limita bastante la clientela; la cuenta para los dos se queda en 30 euros, casi una cuarta parte del salario mínimo mensual en esta ciudad.
El alcohol sin embargo es más barato que en la mayoría de restaurantes, y las botellas servidas carecen del sello impositivo que acompaña a licores y cervezas en Indonesia; esto nos hace sospechar de que su importación desde Corea del Norte no ha sido del todo regular.
Como tampoco lo parecen ser las camareras. Todas son tituladas de una escuela de hostelería en Pyongyang, concurrida por hijas de familias pudientes o bien relacionadas dentro del régimen. Tras superar el curso de tres años, las mejores graduadas son seleccionadas para ser enviadas al extranjero a trabajar en una de estas franquicias.
Pero en papel, las restricciones del gobierno indonesio de cara a trabajadores extranjeros deberían haber sido suficientes como para haber dificultado el proceso. Según la ley indonesia, un trabajador extranjero solo puede ser patrocinado por un negocio local si este desempeña una labor de gerente o supervisora. Además, patrocinar a un trabajador extranjero costaría a la empresa unos $100 mensuales por trabajador – demasiado dinero para un negocio así.
Según un reportero del diario The Jakarta Globe, el propietario es un tal Mr. Han de la embajada norcoreana, y su mujer es la encargada del restaurante. Es posible que esta protección diplomática es lo que haga posible el negocio.
En cuanto a su tributación como franquicia del régimen, según un disidente norcoreano en declaraciones para la revista surcoreana Newsweek, cada restaurante debe abonar una cuota de entre 10 y 30 mil dólares anuales dependiendo del número de trabajadores.
En el reino ermitaño, las divisas extranjeras que redes empresariales como esta remiten, ganan valor y uso dada su dependencia del mercado negro para evitar sanciones internacionales y la ineficacia de su propia divisa.
Recientemente, un estudio realizado por la ONU reveló que varios negocios en Singapur con conexión a la embajada norcoreana servían como tapadera para reunir fondos canalizados a la compra-venta ilegal de armas.
Sea cual sea la misión de esta cadena de restaurantes, una cosa parece clara: su amor por la comida coreana no parece ser su mayor motivante.
Eduardo Mariz