CATALUNYA: 27S, EL VOTO EMOCIONAL

Un artículo de Cenzo A. de Haro para ColumnaZero.
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Un artículo de Cenzo A. de Haro para ColumnaZero.
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Catalunya vive hoy el primer gran día del llamado “proceso”. Sea cual sea el resultado, todos los partidos han acabado aceptando como histórico el momento que representan unos comicios admitidos como plebiscito. Relatamos qué hechos nos han llevado hasta la situación actual y analizamos de forma amena el previo a los resultados electorales.

En el año 2005, en el Govern de Maragall, tanto Catalunya como la totalidad de España vivíamos una época que podríamos llamar “dulce”. Había crecimiento económico, se transmitía un avance y desarrollo del Estado de Bienestar y las relaciones entre el Estado y las autonomías parecían estrecharse positivamente. Los Estatutos de Autonomía cobraban importancia como carta de derecho hacia un federalismo a la española donde todos cabían y todos podrían ver sus competencias ampliadas. Una gran mayoría de presidentes autonómicos demandaban reformas, pero muchos de esos mensajes parecían dirigidos más por la catalanofobia que a favor de sus propios ciudadanos. La “clausula Camps” es un ejemplo claro. En 2006 el Congreso recorta el Estatut surgido del Parlament y aprobado en referéndum por el 74% de los votantes. En el 11 de septiembre de 2010, con Montilla como President, muchos catalanes salieron a las calles contra el Tribunal Constitucional por los recortes a los que éste volvió a someter a un Estatut ya bastante descafeinado. Zapatero también recibió lo propio por incumplir esa célebre promesa electoral de apoyar la reforma del Estatut que aprobara el Parlament. Por entonces la crisis, aunque se sentía, seguía siendo tabú. La mala gestión y comunicación económica, sumado a la irritación en el eje territorial donde ciudadanos que ya daban por bueno el Estatut refrendado avanzaban hacia el independentismo como única salida posible a sus demandas, provocó un histórico descenso de voto al PSC que obligaba a Mas a formar Govern. Artur Mas, el delfín de Pujol, aquél líder en construcción que se quedaba jugando con el perro en la puerta del despacho del Presidente en Moncloa mientras Aznar y Duran i Lleida hablaban de cosas de mayores, de cuestiones de Estado, en el interior.

Por entonces el “España nos roba” se extendía como un cáncer en el argumentario llano para los partidarios y detractores de la independencia. El pacto fiscal que lanzó en 2011 le servía de base para dialogar con el Gobierno de España, como era tradición. Esa “catalan way” es uno de los mayores legados de Pujol a sus pupilos. Pujol, como buen adalid de la burguesía catalana, sabía usar el catalanismo y el independentismo como moneda de cambio frente al Gobierno central. Las peticiones satisfacían al sector más independentista de Convergència y solían acabar en una negociación a puerta cerrada que servía para obtener competencias fiscales, compromisos y pactos electorales y una foto de reconciliación en Madrid. Es esa proyección europea que ahora empuñan los cabeza de cartel de Junts pel sí como justificación a su candidatura abierta al mundo. El problema para Mas es que en 2012 y tras el 15M, con una sociedad movilizada y cabreada contra el gobierno central y contra la clase política en general; con las convocatorias de rodeo del Parlament; con un Govern y CiU a la baja y en desintegración; con una solicitud de rescate de Catalunya; con un President falto de liderazgo y una ERC decisiva y potente, esa “catalan way” no es suficiente ni aun llenando de almas la Avenida Diagonal. Pero, a pesar de todo, Mas es el President, y como tal tiene competencias totales para la convocatoria electoral y la elección de su gobierno. Lo tuvo entonces y, si gana, lo tendrá hoy. Cuando fue consciente de su papel se le presentaron dos opciones: dirigir un gabinete que podría pasar a la historia por dar los peores resultados económicos de Catalunya, por ser el que externalizara los servicios públicos, que redujera más competencias autonómicas y aplicara más recortes presupuestarios por mucha publicidad que les anuncie como “el Govern dels millors” –el gobierno de los mejores-; o tirar por el eje político emocional, pasar totalmente de la autonomía como fin y convertirse en el primer President que inicie el proceso hacia la independencia de Catalunya. En las elecciones autonómicas de 2012, con el mensaje de “derecho a decidir” y la intención de valorar el apoyo que podría tener en un referéndum, Mas se convierte en independentista.

En noviembre de 2012 CiU pierde 12 escaños pero más de dos tercios del Parlament apoyarían la consulta. La estrategia no le fue del todo mal, teniendo en cuenta que lo que Mas quiere es sumar fuerzas tras su persona y no tras sus siglas. Eso explica la creación de otra marca unitaria y plebiscitaria para concurrir a unas elecciones. A su vez, no encabezando la lista de Junts pel sí, ahonda en la imagen de líder abocado a emprender el proceso que su ciudadanía, tras el apoyo electoral de noviembre de 2012 y tras la consulta del 9N -¿quién recuerda ahora de forma fiel esos resultados?- le ha demandado. Mas es el Mesías que ha de aceptar con obediencia compacta, sumisión y cierta humildad el papel que la sociedad y la historia le tenían reservado para él. Trabajar en dirigir a Catalunya a la vía de la independencia significa seguir la voz del pueblo y darle importancia a los ciudadanos. Son los catalanes, sus demandas y necesidades, los protagonistas. Evidentemente detrás de todo esto hay algo más que interés en el futuro de Catalunya.

Aún hoy cuesta creer a Mas cuando en los mítines levanta la mano y muestra cuatro dedos; incluso cuesta creerle cuando aparece soberbio en la televisión defendiendo las bondades del nuevo Estado. Al verle queda un poso, una percepción, de hombre superado por sus propios sueños y deseos, sabiendo que el sueño de Mas no era ver una Catalunya independiente ni una coalición de partidos rota. Ver a Mas es ver algo parecido a una de las víctimas de una ruptura de pareja, el fracaso de una relación, el desengaño con su padre y mentor, el hombre que tira de orgullo cuando se sabe no comprendido, solo, incompleto, y hace recuento de los recursos que tiene para seguir adelante, intentando sobrevivir en el escenario de cambio que la vida le ha propinado: sin Unió Democràtica de Catalunya, sin Pujol, sin Duran i Lleida e iniciando un proceso que le dejará fuera del Estado español.

El cambio de estrategia de Convergència Democràtica de Catalunya y la separación de UDC se explica por la propia configuración de los electorados independentistas. Los recursos electorales con los que cuenta Artur Mas en su nueva etapa no son moco de pavo. El independentismo está muy bien organizado y la presión y el poder de movilización que realiza Omnium Cultural y ANC es comparable a otros grandes lobbies de la política europea y americana. Por ejemplo, los datos de participación del último 11 de septiembre, contando que sólo los inscritos se aproximan al medio millón de personas, presume que estas asociaciones tienen la capacidad de movilizar a más del 9% de los votantes, que es una cifra brutal. Ante estos datos, y dejando de lado la naturaleza legal de las elecciones de hoy –autonómicas- y centrándonos en el plebiscito, la probabilidad de éxito del “sí” es altísima por dos motivos:

Uno. Ha calado el mensaje de la situación histórica que vive actualmente Catalunya, no sólo por las candidaturas a favor de la independencia sino también las que abogan por la permanencia en España. Los comicios son fundamentales, además, para las futuras elecciones generales, el papel que pueda ocupar Ciudadanos o la fuerza con la que parta el PSC, muy necesario para la mayoría del PSOE en el congreso, son datos importantes para augurar estrategias de cara a la Moncloa.

Dos. Existe la posibilidad real de constituir un Estado propio. La hoja de ruta está marcada tanto por Mas como por la CUP, la autonomía o el federalismo no es la solución; si bien esta convicción es más honesta en la CUP que en Junts pel sí –hace un par de días saltó a la prensa declaraciones de un convergente que afirmaba que con una reforma del Estatut aceptarían cancelar el proceso-. Esta aceptación de que la única salida hacia adelante es la independencia y que lo importante es sumar fuerzas independentistas provoca que, en estas elecciones autonómicas, el voto no se entienda desde el eje tradicional izquierda-derecha sino desde el sentimiento de pertenencia, pudiéndose producir incluso el caso en el que independentistas de izquierdas apoyen la candidatura de Junts pel sí. La justificación del voto hacia Mas por parte de alguien posicionado ideológicamente a la izquierda también tiene que ver con los mensajes lanzados por Junts pel sí: no desperdiciar voto en alguna candidatura que, aunque pro independencia, pueda no conseguir un porcentaje suficiente para el reparto de escaños.

Antonio Baños, cabeza de lista de la CUP, también corrobora este motivo. Hay un solo eje independentista y allí conviven diferentes ideologías, aunque advierte que no votarán la investidura de Mas como President. El razonamiento que justifique que haya independentistas de izquierdas que voten a Mas se entiende porque la auténtica revolución social vendría con la creación de la República de Catalunya. Una vez constituida, ya se ocuparían del Mas.

En cualquier caso y viendo la capacidad organizativa de las asociaciones pro independencia y la alta movilización del votante independentista, la presidencia de Mas estaría asegurada. Dicho esto, es normal que Mas abrace el proceso que escribirá su nombre en la historia y tenga que creerse su papel, aunque a algunos votantes les cueste acabar de créele a él o le voten tapándose la nariz.

En cuanto a la relación entre Catalunya y España cabría entenderla casi como una relación infantil de pareja donde uno y otro intentan llamar la atención esperando ver quién dice antes “te quiero”. En 2010 querían decírselo. Incluso en 2011. Si el trabajo en la etapa Zapatero por la regularización de unas relaciones satisfactorias dentro de las autonomías hubiese tenido éxito, habría evitado, o al menos retrasado, el proceso actual. Como hemos visto, ahora no es ya sólo la percepción de que el sistema autonómico no es viable para una parte nada despreciable de catalanes; sino que las desafortunadas acciones de los gobiernos y los partidos nacionales han alimentado una situación insostenible que ha inflado el proceso, una nueva etapa que probablemente deje como cadáver político al PSC. Sin querer buscar culpables, lo cierto es que el PP ha ayudado mucho al establecimiento de este nuevo marco político.

Algunos comentaristas dicen que el PP es el partido pro independencia más importante. Eso es debido, sobre todo, a una errónea comprensión del problema catalán –o de una excelente visión si lo que se quiere conseguir es la eliminación de actores en la competencia partidista-.El Gobierno, con las querellas a 3 miembros del Govern, con los recientes nombramientos del Tribunal Constitucional y con continuas declaraciones como las del ministro Morenés, no está ayudando a desinflar el auge soberanista sino a todo lo contrario, a movilizarlo.

El PP suele mover sus campañas en unos mensajes muy difíciles de rechazar por la gran mayoría de españoles debido a su lógica aplastante: nadie quiere desigualdad de derechos ni desigualdad entre españoles, por ejemplo. Cuando alguien se pronuncia con matices, es cuando empieza el juego, crea dos bandos y posiciona y etiqueta a los actores: si no estás conmigo estás contra mí, con ellos, con los independentistas, con los amigos de ETA, los malos. En esta última década no ha sido nada extraño e incluso aceptado ver que el PP utiliza Catalunya y la sociedad catalana como ataque, sobre todo, hacia el partido socialista. En 2006 recordemos que emprendió una campaña por radio muy dura contra Catalunya para atacar a Zapatero y Chaves. El equipo de Rajoy reculó una vez hecho el daño e inició una nueva campaña lanzando torpes mensajes de amor para los catalanes con la idea de transmitir que no todos son malos. En ellos aparecía Cobi y se hablaba del pa amb tomàquet y mucho folklore y las “cosas” –en palabras de Rajoy- que los catalanes hacen y están presentes en las casas de la mayoría de los españoles. Líderes nacionales y locales hablaban de los amigos catalanes que tienen y las familias que conocen afirmando que, además de emprendedores y trabajadores, son buena gente. Esta campaña, como otros tantos mensajes lanzados desde Génova hacia Catalunya, sólo sirvió para aumentar la catalanofobia, provocar el enfado de Sánchez-Camacho quien advirtió que sus compañeros de partido le ponían muy difícil unas relaciones de por sí complejas; y para estigmatizar a los catalanes de la misma forma que estigmatiza a grupos sociales y minorías a las que quiere otorgarles una diferencia de trato por su condición y que debe de defender como partido político con capacidad de Gobierno –homosexuales, aborto, violencia de género, dependencia…- En la campaña de 2015, a diferencia de Anzar que sólo hablaba catalán en la intimidad, Rajoy y su equipo han decidido hablarlo públicamente en vídeos que demuestran su amor por Catalunya y los catalanes. Probablemente esta noche Catalunya le diga a Rajoy: “no me quieras tanto y quiéreme mejor”.

Hasta esta noche no se verá si la movilización de las fuerzas del “no” es superior a las del “sí”. No sabremos qué peso habrá tenido la economía o la corrupción o la ideología en estas elecciones. Habrá que descubrir si Catalunya sí que es pot supera a Ciudadanos o PSC; o si la CUP obtiene más escaños de los que le indican las encuestas; o si Albiol consigue más escaños que Sánchez-Camacho. Lo que podemos asegurar es que hace años que la política en Catalunya sólo entiende de sentimientos; frente a los sentimientos no hay voto racional, sólo orgullo, sólo heridas y sólo riesgo de romper relaciones y familias. Nadie que mire a Catalunya ahora mira desinteresado o despreocupado. Lo importante hoy no es sólo saber si se inicia o no un proceso de constitución de un Estado para Catalunya; es saber que también se inicia un trabajo duro de restitución de heridas, de las nuevas y las viejas, de dos bandos –otra vez dos- donde uno va a ganar y otro va a perder; pero no habrá nadie que no haya sufrido por ello.

Cenzo A.de Haro

@cenzoadh

1 Comentario

  1. […] Lo que queda fuera de toda duda es el récord de convocatoria electoral, ya indicado con los primeros datos de participación de la mañana, sólo equiparable a las elecciones generales de 2004 donde el PSC aupó a Zapatero a la Presidencia del Gobierno. Esos 70.000 votantes más respecto a 2004 aun con un censo electoral disminuido, han conferido a las Autonómicas de 2015 el rango de elecciones de máxima importancia, no sólo motivado por el carácter plebiscitario de los comicios sino también por la visible movilización del bloque nacionalista. […]

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