
Claves para entender la naturaleza propia de las encuestas y desmontar las mentiras que presentan sus resultados en campaña electoral.
El ex primer ministro británico Benjamin Disraeli dijo –aunque algunos se lo atribuyen al escritor Mark Twain- que había tres tipos de mentiras: mentiras, malditas mentiras y estadísticas. Los datos que ofrecen las encuestas, al igual que las imágenes, suelen presentarse como fidedignas a la realidad; pero lo cierto es que son herramientas manipulables que, debido a su alto poder de persuasión, ayudan a generar audiencia, vender diarios y fortalecer mensajes partidistas. Tal y como apuntaba en una entrada de mayo previa a las elecciones municipales, el protagonismo de las estadísticas está siendo tal que la cobertura mediática que han recibido los partidos políticos ha venido determinada por el peso que los datos demoscópicos han otorgado a cada fuerza. No se entiende de otra forma la marginalidad a la que están sometiendo a Alberto Garzón o a UPyD –aunque el descarte de la formación magenta también se lo haya ganado con méritos propios-. Lo importante parece, pues, cocinar titulares acordes a las encuestas. Especialmente en esta campaña –empezada en 2014- la comunicación que realizan los diferentes líderes políticos y sus eslóganes -reconvertidos en hagstags- también tienen su explicación desde los sondeos de opinión. Retengámoslos para que podamos usarlos durante el artículo: #EspañaenSerio (PP); #Remontada (Podemos); #UnFuturoParaLaMayoría (PSOE); #ConIlusión (C’s).
La encuesta es una foto borrosa y morbosa.
Lo que ofrece la encuesta es información del momento, algo en constante fluctuación y cambio, un instante. Aun así se consume sin mirar el prospecto, la ficha técnica y la fecha de caducidad. De hecho suele decirse que las encuestas son el único producto que legalmente puede consumirse caducado. Se consume masivamente y en pack con encuestas anteriores. Así se ve la tendencia porque, como ya sabe cualquier hijo de vecino, lo importante de las encuestas es eso: la tendencia que marca en el tiempo.
Comparar una encuesta con otra es tónica diaria desde que emergió Podemos y Ciudadanos. Lo que interesa a la opinión pública es ver quién la tiene más larga, quién sobrepasa a quién y confundir más si cabe al indeciso. Aun así las tendencias tampoco sirven para ver, fotograma a fotograma, la película que te explica el sentido de voto en España. En cualquier caso sí programan una película, una sólo apta para científicos sociales. Los periodistas o el ciudadano medio a lo más que pueden llegar es a entrecerrar un poco los ojos y mirar los datos como quien miraba las películas codificadas del Plus, imaginando que aquello que se mueve son las partes del votante. Tiene morbo la cosa. Un ejemplo:
Desde el debate a cuatro del pasado lunes las encuestas publicadas no han sido favorables a Pedro Sánchez. Algunas noticias incluso apuntan a que el PSOE está preparando su funeral político. Portadas como, por ejemplo, la de El Confidencial, que sitúan al PSOE como cuarta fuerza política incurren en una doble falacia. La primera es que el instante de realización de la encuesta de DYM es inmediato al debate televisado, lo que ofrece una estimación de los efectos de dicho debate sobre la muestra seleccionada. Nunca una encuesta destinada a averiguar el impacto de una acción concreta puede servir para trazar una tendencia ya que la confección está destinada a un instante concreto: ¿quién ha ganado el debate?
La segunda, y más grave, es que sólo pueden generarse tendencias si se usan siempre las mismas muestras. Por ello dibujar las encuestas de DYM en progresión con las del CIS donde los criterios en el diseño y selección de la muestra como el número, la confianza y los errores obtenidos son distintos, es enseñar una secuencia tramposa de la realidad.
Las encuestas es puro azar. No sirven para saber quién va a ganar las elecciones.
El azar juega un papel importante en la muestra que se usa para representar el universo a estudiar, en este caso el conjunto de electorados españoles. Que se obtenga uno u otro resultado depende del tamaño y del proceso de elaboración de la muestra. Esta selección aleatoria no garantiza la representatividad de todo el electorado, pero sí que todas sus unidades tengan la misma probabilidad de ser seleccionadas; por lo tanto el error en la selección de casos es inevitable, un error que nunca se tiene en cuenta cuando se publican los datos. Con las encuestas, pues, nos movemos en un terreno probabilístico donde los números no pueden tomarse como certezas sino como probabilidades. Intentar predecir desde aquí el sentido del voto es un deporte de riesgo. Tanto que es lo menos importante de toda la encuesta.
Los encuestados tienen derecho a mentir. ¿Por qué no lo iban a hacer también las estimaciones?
Los casos de análisis que estudian las ciencias sociales de forma empírica son personas, individuos. Las encuestas electorales lo que pretenden es romper un principio básico de los sistemas democráticos que es el secreto de voto. No todos los votantes están dispuestos a desnudarse ante un extraño, como es de entender. Hay que tener en cuenta este rango de electores que quieren mantener el derecho del secreto de voto, no sólo entre los que se posicionan sino también en aquéllos que no lo declaran.
El pasado estudio preelectoral del CIS indica que el 6,1% de los encuestados no responde a la pregunta de a quién votaría y que el 19,1% dice no saber a quién votar. Esto representa un nada despreciable porcentaje de indecisos que podrían comprometer seriamente la interpretación de la encuesta. Para salvar esto se le realizan preguntas al encuestado para intentar pillarle. En la recolección de datos se cocinan los resultados, como popularmente se conoce, en base a aquello que han declarado. Lo que se obtiene es una estimación, una última página anexa a toda la encuesta, algo marginal pero que sin embargo salta de inmediato a los titulares de prensa. Lo que haya dicho el votante en las preguntas importa poco. Total, ¿quién va a creer a nadie? Aunque las preguntas que deberíamos de realizarnos son: Si el número de indecisos es tan alto que anula cualquier tipo de conclusión ¿por qué hemos de hacerle caso a las estimaciones? ¿Existe una interpretación intencionada de las respuestas de los encuestados? Y los medios de comunicación, ¿cómo pueden obtener conclusiones objetivas ante datos manipulados?
Veamos lo que han dicho los encuestados:
Lectura de la declaración directa de voto
Antes de abordar los datos miremos la ficha técnica: más de 17.400 personas encuestadas personalmente en sus domicilios y con un diseño de muestra proporcional a los votantes españoles, no sólo a nivel estatal sino por distritos. El nivel de confianza es de un 95,5% -un nivel superior que garantiza que todos los electores tienen la misma probabilidad de ser elegidos- y el margen de error de +- 0,76% -muy inferior al límite aceptado que es de un 3% y que garantiza que lo que sucede en la encuesta también sucede en el caso real- Lo que quiero decir con esto y a favor del CIS es que la encuesta está muy bien hecha y los datos son muy fiables.
Según esos datos vemos que hay dos grandes confrontaciones partidistas: por arriba el PP y el PSOE, muy igualados a puntos -16,2% y 14,9%-; por abajo hay un empate total entre Podemos y Ciudadanos -11,8% y 11,6%-.Dejando de lado las hipótesis, la película que nos cuenta el CIS es la siguiente:
La lectura modificada del CIS
Si nos fijamos, las tendencias muestran estructuras parecidas a la declaración directa de voto, pero también se identifican cosas que chirrían. De entrada al PP le sitúa siempre como primera fuerza política, a pesar de que muchos barómetros le posicionaban incluso como tercera fuerza. El apoyo a Podemos y el aumento de Ciudadanos es mucho más pronunciado, en contra del apoyo que recibe el PSOE que, en comparación al voto declarado, no resulta tan grande tras la elección de Pedro Sánchez como Secretario General y candidato a la presidencia del Gobierno. Esas tendencias las ha mantenido el CIS salvo en esta última encuesta de noviembre que, curiosa y alarmantemente, dibuja una especie de punto de inflexión que no era perceptible en la declaración directa de voto.
La lectura de los medios de comunicación y los mensajes de los partidos.
El relato mediático de los datos cocinados del CIS han sido los siguientes:
Podemos queda fuera de cualquier quiniela hacia la presidencia del Gobierno. Podemos usa el eslogan #Remontada recordando que en el último trimestre de 2014 y primeros meses de 2015 eran los primeros en intención de voto y que, desde que nacieron, se han dado a conocer como alternativa al PP y al PSOE.
Todos los mensajes afirman que el PP va a ganar las elecciones. El PP dice #EspañaEnSerio, en la buena dirección, etc. Con una actitud de partido que le da poca importancia a la campaña. Están en el Gobierno y están tratando de solucionar los problemas reales de la gente. No se mezcla con los aspirantes a su puesto –con lo que tiene de posesión el pronombre-. Quedan por encima del bien y del mal, corrupción mediante, y si tienen que enfrentarse a alguien al menos que sea con alguien de su talla, con representación parlamentaria.
Según las estimaciones, Ciudadanos puede dar también la sorpresa. Albert Rivera pide votar #ConIlusión con cierto exceso de triunfalismo cuando lo grita en los mítines, jugando al recién llegado que aspira a codearse con los grandes.
Del PSOE dicen que va a obtener los peores resultados de su historia. El PSOE empezó con palabras de “futuro” muy parecidas a “lo próximo” de Almunia antes de que le defenestrara el PP, después de que su partido ya le hubiese matado en las primarias. La situación ahora es diferente, entre otras cosas porque Pedro Sánchez sí ha ganado unas primarias, pero la percepción que emana del CIS en la que el PSOE parece avanzar hacia el tercer puesto en las generales sí alimenta preguntas y artículos que especulan con la dimisión del Secretario General de los socialistas y hacen cábalas con un presunto relevo de Susana Díaz mucho antes de saber el resultado electoral. El PSOE, tras el debate a cuatro del pasado lunes, cambió su eslogan de #UnFuturoParaLaMayoría por #UnPresidenteParaLaMayoría cuando las encuestas de DYM y la percepción generada era que Pedro Sánchez había perdido el debate, que debería significar algo así como que no tiene absolutamente nada que hacer en las elecciones.
La estrategia: publicar encuestas influye en el comportamiento de los electores.
Ha sido siempre difícil medir el impacto de la campaña electoral sobre el voto. En España está prohibido publicar encuestas electorales durante los cinco días previos a la jornada de reflexión, con lo que la mayoría de datos que manejamos ahora son datos obtenidos de hace semanas. Con esos datos, en una coyuntura política marcada por la incertidumbre y ante unos comicios donde concurre un número tan elevado de indecisos –en CIS dice que el 41,6% de encuestados afirma no tener decidido el voto-, la campaña electoral se presenta clave para configurar el llamado voto estratégico, aquél no motivado por la afinidad partidista e ideológica sino por estímulos de opinión. La dificultad de predecir quién va a ganar las elecciones no viene dada sólo por cuánto miente el encuestado o qué porcentaje de los mismos no se posiciona, sino también porque las encuestas que se están publicando actualmente van a influir mucho en decidir quién va a ganar las próximas elecciones generales. Por eso se publican y por eso mienten.
Podemos afirmar que las estimaciones del CIS no hacen más que alimentar un relato político ficticio, el que nos sirven los medios de comunicación bien machacadito y simplificado para su regular digestión. Este relato ayuda a generar una percepción que recogen los partidos políticos y lo convierten en mensajes de campaña, como hemos visto. A quién vayan a beneficiar, todavía no lo sabemos.
Se conocen dos efectos sobre el comportamiento de los electores. El efecto underdog argumenta que los electores se pueden movilizar por el candidato que las encuestas estiman perdedor. Si se produce este efecto puede suceder que Podemos supere su techo electoral, consiguiendo más apoyo del que se refleja en la intención directa de voto. Este efecto también puede ayudar a Alberto Garzón por el desplante que los medios de comunicación le están haciendo en los debates y viendo el apoyo que está obteniendo en las redes sociales.
El otro efecto, el wandagon, hace que los electores apoyen al candidato que las encuestas dan como ganador. Este efecto supuestamente beneficia al PP ; pero en unas elecciones que se presentan tan reñidas, siendo Mariano Rajoy el líder peor valorado según el CIS –además del líder ausente-, no sabemos hasta qué punto pudiese aumentar su distancia respecto al resto de partidos o si le va a beneficiar de alguna forma.
Viendo los titulares y artículos que están generando las encuestas, lo que está claro es que si hay un perjudicado tanto de un efecto como de otro es el PSOE. En este sentido no es del todo desacertado el chiste que cuenta Pedro Sánchez en sus discursos sobre las “Amistades peligrosas”, o imaginarlo “Solo ante el peligro” cual Gary Cooper.
Sólo podemos llegar a entender algo si a las encuestas se les suman los datos reales
Por suerte tenemos datos electorales que, con ciertas salvedades, sí nos pueden servir de muleta para entender en cuánto desvirtúan las encuestas la realidad y qué está pasando en la política española desde la irrupción de Podemos.
En estas gráficas hemos dibujado tanto la intención directa de voto como la estimación calculada por el CIS en los diferentes barómetros además de indicar el resultado electoral obtenido por los cuatro partidos en las elecciones europeas de 2014, las municipales de 2015 –salvo Podemos que no concurría a los comicios- y las autonómicas convocadas durante este año –sin Galicia ni País Vasco.-
Los datos del PP indican que la estimación que calcula el CIS ha sido entre uno y dos puntos superior a los resultados obtenidos por el partido. Ciudadanos ha obtenido un aumento significativo de votos derivado, sobre todo, a sus resultados en las pasadas elecciones catalanas. La declaración directa de voto publicada en julio ha coincidido con esos resultados, aunque el CIS le ha otorgado mayor apoyo del que ha recibido en votos reales. Lo mismo para Podemos, formación que en votos reales ha aumentado menos de un punto porcentual entre las autonómicas y las europeas pero que el CIS ha leído en niveles mayores, de ahí que se viese como fracaso su éxito en las andaluzas, por ejemplo. Puede pasar para ambos partidos que el resultado de las generales, de mantenerse la tendencia, sea muy inferior al esperado. El PSOE, por su parte, ha obtenido un apoyo electoral muy parecido y levemente superior al vaticinado por el CIS.
Con estos datos no podemos mas que recordar lo descrito en las pasadas elecciones andaluzas, en las municipales y el resto de comicios autonómicos convocados: aunque las encuestas y los titulares parezcan declarar una confrontación a tres o a cuatro partidos, lo cierto, y tal y como indica la intención directa de voto, es que la lucha electoral, amén de los indecisos, se está realizando en dos grandes bloques. El bipartidismo todavía vivo, por arriba de la tabla disputándose el primer puesto; y Podemos y Ciudadanos empatados por abajo, con una leve superioridad de Pablo Iglesias sobre el partido de Albert Rivera.
Cenzo A.de Haro
[…] arranque de campaña electoral protagonizado por las encuestas no nos viene de nuevas. En éste artículo pretendíamos curarnos de la sondeomanía típica de estos periodos, afirmando que los resultados […]