
En año electoral las batallas se intensifican y la palabra “cambio” suele aparecer, sobre todo, en los folletos de partidos de la oposición; pero este año que empezamos no va a recordarse sólo por unos cuantos carteles de líderes sacando la mejor de sus sonrisas –o morritos, según el caso-; ni los cambios son anunciados sólo por los partidos que rondan la gobernabilidad. En este artículo realizamos un breve glosario de lo que nos viene en el 2015 y nos preguntamos por la profundidad de los cambios que vivimos.
El hecho de cambiar algo para que nada cambie es lo que define al gatopardismo, original de la novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa. Si bien la evolución de la historia y la presunta eliminación de clases sociales en los 2000, donde todos éramos clase media, han matado el concepto y lo han reducido a una frase de uso corriente; este pasado 2014 donde hemos vivido un cambio en la jefatura del Estado, aparición de nuevas fuerzas políticas, cambios internos de los partidos y de generación de los líderes y, sobre todo, un profundo cambio en los estratos sociales y económicos, el viejo término se nos antoja vigente –como apunte recordamos que El Gatopardo narra la historia de una clase social que perpetúa sus valores y privilegios frente al auge de una nueva clase social revolucionaria que demanda una transformación del sistema-.
Uno enciende la tele y ahí tiene al cambio. Los tertulianos estrella lo pronuncian sin cesar. También está en boca de otras tantas personalidades con títulos académicos: politólogos, sociólogos, economistas y docentes lo acompañan de convincentes estudios demoscópicos. Y los políticos también, claro, aunque éstos lo usen de forma interesada. Pero todo esto vive allí fuera, en lo catódico. La sorpresa está dentro, como en los huevos Kinder, cuando de repente ese cambio se personifica en el salón de casa y forma parte de las conversaciones familiares. En la cena de Nochebuena, por ejemplo. Cuando el spam navideño de mal gusto y los memes de Francisco Nicolás inundan tu móvil de nueva generación y aparece Felipe VI diciendo eso que también dijo su padre sobre la corrupción pero que, como hay chico nuevo en palacio –además de interiorista, que ha quitado el nacimiento y ha puesto un sofá- suena diferente. Suena a cambio. Cuando llega el momento en el que salta el tío Juan, que siempre ha sido un obrero conservador de derechas –y en ocasiones franquista- y nos acusa a todos de ser casta y confiesa que votará a PODEMOS. Entonces mi tía, a ella que se le ha notado en la cara la decepción tras el entusiasmo, sospechosa de haber sido socialista y de haber flirteado con los populares en alguna legislatura, le da por callar y servir más ensalada mientras sus hijos alardean de apoliticismo convenciéndonos de la abstención. Es en estos momentos, escuchando a los míos con argumentos para todos los gustos, es cuando entiendo ciertas cosas. Cuando en familia ya no se habla de fútbol sino de las cuentas del Estado me doy cuenta de que la política es el nuevo reality y que todo el espectáculo político y mediático tiene sentido. Sobre todo si se contradice.
Ahora es en esta intimidad donde se debate de política, no en el Congreso. No en esta legislatura en la que no se negocia nada y hasta te insultas antes de sentarte en la mesa, según palabras de la diputada Ana Oramas en la entrevista que concedió recientemente a ColumnaZero. Todo queda aquí, donde no hay acceso al poder, donde queda poca cosa más que insultarnos –porque manifestarse en la calle empieza a tener un coste-; y es normal que todo el mundo quiera tener razón y gritar más para no perderla. Es esa impotencia y la conclusión de que es tantísima la información que se ofrece que los ciudadanos no tenemos ni tiempo ni formación para asimilarla de una forma válida para el ámbito político. Ni, a veces, para tener opinión. Nos empecinamos en pensar que todo cambia cuando en realidad la humanidad es la misma de siempre, los sentimientos son los mismos y las motivaciones apenas varían. Amor, odio, rencor… Es idéntico siglo tras siglo. Por eso en situaciones como en la que vivimos cuando se tira de emoción y no de razón lo fácil ha sido siempre alimentarse de marcos simples, repitiendo como loros ese hecho que jode las biografías, como diría Íñigo Errejón. El mensaje fácil, ese que cala en la percepción del espectador, esa joya de los debates que tan bien saben usar los partidos a beneficio propio y en perjuicio del otro. Y así suceden las reuniones, probando quién sabe más sobre quién, quién ofrece más exclusivas, cuál es la cifra más alta y el escándalo más sonado. Pero siempre mirando hacia adelante. El votante, cuando vota, siempre mira hacia el futuro. Tiene una capacidad de recuerdo limitada. No parece que la recién instaurada ilusión por la política haya cambiado mucho ese comportamiento. El pasado se sigue reduciendo a un concepto, una anécdota, aquello fácil de retener: prensa rosa y amarilla. Por ejemplo, ¿quién recuerda el ébola? Ana Mato y los consejeros de sanidad madrileños ahora son un perro llamado Excalibur. Y así sucede con otros protagonistas del 2014: Gallardón es la ley del aborto, y ésta, a su vez, una actuación de Femen y la historia de una traición. Esperanza Aguirre y José Ruiz-Gallardón son unas leves infracciones sin trascendencia convertidos en chistes; como lo de Francisco Nicolás, que además de ser un ídolo para determinados sectores de espectadores ha servido de cortina de humo que ni los mejores guionistas. Los Pujol, un Dinastía a la catalana, una ruptura de pareja y el tres per cent. Y ya que hemos entrado en la corrupción vamos a sumar los grandes hits: la Gürtel unos trajes; el caso Fabra una rotonda con una escultura; Bárcenas el f**king master of the universe y los ERE el “y tú también” de la derecha. Sea como fuere, las elecciones –salvo que se demuestre lo contrario- siguen siendo en gran medida impermeables a la corrupción. Eso no cambia. Y cuanta más lejanía temporal se tome respecto a los focos del escándalo, menos influirá en los resultados. La clave siempre ha sido la vida cotidiana de los ciudadanos y sus necesidades inmediatas. It’s the economy, stupid. Por eso el discurso del Gobierno se centra en la recuperación económica y no en otra cosa.
El Partido Popular puede estar tranquilo en este sentido. 2014 ha provocado que un caso de corrupción sea automática y públicamente repudiado –con alguna excepción- en el seno de los partidos. Se ha trabajado en esta limpieza y así se percibe. No es casualidad que estos días en los que hemos estado tan centrados en decir “Je suis Charlie”, sumado al descanso navideño, haya hecho que 2015 empiece como un borrón y cuenta nueva. Una especie de kit-kat para emprender, con nuevos mensajes y desde otra perspectiva, la batalla electoral. Rajoy, junto con su flamante recién nombrado director de campaña Carlos Floriano, cambia el plasma por entrevistas personales y declara, sin pudor, que da por finalizados los casos de corrupción. Que ya no hay más de lo que ya se sabe y que 2014 se ha superado. Existe la sensación de que va a dar sentido a una serie de acciones políticas de escaparate cual político gatopardista, sabiendo qué piezas ha de entregar para no perder la partida y conservar ciertos valores en la revolución. Ahora que Bárcenas tiene la condicional, veremos qué sorpresas nos aguarda el ex tesorero. Hasta entonces, está dispuesto a hacer lo que sea con tal de encontrar el favor de su electorado potencial con propuestas como la del copago farmacéutico y las rebajas fiscales de Montoro. Ese famoso “no vamos a hacer aquello que no tenga consenso entre los ciudadanos”. Aunque si bien parece dispuesto a conceder al ciudadano cierto bienestar, también se siente orgulloso de no conceder nada en clave catalana.
Tras el 9N y con el adelanto de las elecciones catalanas a septiembre, el Gobierno no para de repetir el fracaso que supone avanzar rápidamente hacia la independencia, mostrando los comicios como la elección de unos diputados y un nuevo Govern frente a la clave plebiscitaria en la que se presenta Mas. Lo que el PP pierda previsiblemente en Catalunya ante la falta de diálogo no lo pierde en el resto de España; y eso dice mucho de las prioridades y los objetivos de Rajoy. Entregar una pieza… controlar el tablero. Lo que está claro es que, si bien la politización de la diada era intensa en estos últimos años, por primera vez se va a vivir en campaña electoral; y cuando una fiesta nacional se convierte en un acto de campaña, todo puede pasar excepto la paz.
Por otra parte se ha hablado mucho de que las elecciones europeas del 2014 han supuesto un cambio de los pilares básicos de la transición y del sistema de partidos en referencia a que el bipartidismo está herido. Partiendo del hecho de que las primeras elecciones generales de nuestra actual democracia presentaron un récord de candidaturas electorales y que el PP no fue alternativa clara de gobierno hasta 1993 –con lo que el bipartidismo es una situación no original de la transición-; cabe resaltar que los cambios electorales relevantes han sido provocados siempre por una participación masiva mientras que una abstención elevada ha acabado en mayoría absoluta del partido de gobierno. Puede que eso esté cambiando, que ahora una baja participación promueva un cambio de gobierno; pero de momento no se apunta a que una mayor participación vaya a perjudicar al bipartidismo; ni tampoco que una mayor abstención vaya a favorecer a PODEMOS. Nuevamente, la clave de los resultados de las europeas no está en los casos de corrupción ni el hastío de la ciudadanía por la política; sino en lo que afecta en la vida privada de los ciudadanos. Y en su mayoría siguen desmotivados y desengañados para la participación electoral.
Desde la izquierda se ha ofrecido un cambio generacional de líderes mucho más acorde al votante potencial actual. Aquéllos jóvenes que no estaban en primera línea política, como Alberto Garzón, pero sí en movimientos estudiantiles y en el 15M. Proponen cambios integrales en la economía, en las estructuras del Estado y en la Unión Europea y son los que van a llenar las calles de carteles. La precarización laboral y la capacidad y facilidad con la que la crisis y el poder han erosionado las expectativas de lo que antes era clase media hasta su aniquilación, ha dejado al descubierto a la clase asalariada, que se creía extinta, y la ha vuelto a contraponer a las clases privilegiadas. En la sociedad todos siguen siendo los mismos, pero las desigualdades son más evidentes y los bandos son diferentes. Las instituciones políticas han presentado la crueldad con la que pueden actuar contra sus ciudadanos y la sensación de desprotección resulta desoladora. No es casualidad que PODEMOS esté jugando a la confusión en cuestiones ideológicas, queriendo abarcar el máximo espectro posible de electores, y prefiera hablar de los privilegiados, los de arriba, y la clase popular, los de abajo, para construir sus mensajes y abordar las elecciones en vez de tirar de mensajes tradicionales que no funcionan para una amplia mayoría –como he apuntado, muchos de ellos totalmente desmovilizados-.
Estamos deseosos de saber qué pasará cuando la maquinaria de guerra electoral se ponga en marcha. Quizá sea esa la fecha en la que empecemos a intuir si realmente se está transformando el sistema.
Cenzo A. de Haro
@columnazero