Qué sencillo es ponerse de acuerdo para asentir que el país se desmorona. Cuán fácil es recitar la lista de decepciones que van asolando el espíritu ciudadano. Qué cuesta abajo resulta poner a funcionar el verbo antes de la cabeza y por contra qué difícil se nos hace ver la paja en el ojo propio “¡Pero es que el país está de aquella manera!” “¡Lo más importante es esto otro!”
Y es que es comidilla entre las gentes arrejuntarse para repetir una y otra vez que si vivimos en un país de pícaros –manera tibia de culpar a una nación entera de entender la sinvergonzonería como un modo de vida, por cierto- que si estamos untados hasta la bandera por aquí, que si los banqueros son el diablo por allá, que si el gobierno es insolvente pero es que claro, la oposición lo único que hace es estorbar; que si Toni Cantó qué hace ahí subido si es actor…
Y así pasan los días mientras que algunos ciudadanos refunfuñan, otros montan numeritos con los indicadores económicos –indicadores que en otro tiempo no habrían suscitado siquiera un leve parpadeo, salvo para los entendidos- y algunos incluso alzan sus brazos al cielo, clamando justicia y torturas para los culpables. Y lo peor es que llegan a entender su ejercicio como digno de alguien concienciado y despierto, alegando estar “cabreadísimos” con la situación.
No se entienda por ello que se pretende ilícito enojarse en estas circunstancias, pero es que hemos de vivir de algo más que de la crítica. Hay que ocuparse más y preocuparse menos.
Este leve escrito es -sin perjuicio de que la palabra pueda quedarle grande- un homenaje a los currantes. A los padres y madres coraje, a los que se han apretado el cinturón a los que sin pararse demasiado a mirar el periódico, han cogido el toro por los cuernos y han entendido que si hemos llegado hasta aquí, también es por culpa de algunos de nuestros hábitos, y que ello no simplemente queda en el aire, sino que además hay que apechugar; a todos los que siguen madrugando independientemente de lo que pase con el rescate, o trabajando hasta tarde sin ocuparles la mente en demasía si Dívar ha dimitido; a los que trabajan más, para ganar menos, pero lo hacen con orgullo y con mayor ímpetu que nunca; y a los que han sido capaces de comprender que es el egoísmo quien nos brindó esta tesitura, y el esfuerzo, la solidaridad y la conciencia quienes nos devolverán la tranquilidad. Por vosotros, currantes.
Enrique Arnaldos Orts
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