Hay que ver cómo hemos avanzado los seres humanos. Ahora ya no curamos nuestras enfermedades con rezos -con todo el respeto para quien confíe en la efectividad médica de la plegaria- y a quien se hace un esguince no se le amputa una pierna (o las dos por si acaso); cualquier jornalero que se precie tiene un tractor, y la industria es capaz de fabricar lo imposible. Internet nos regala el mundo en la pantalla.
Además, hemos cambiado al súbdito por el ciudadano, al campesino por el trabajador y el patriarcado y el machismo sistemático han desaparecido –o están a punto de hacerlo- y hemos dotado a las personas de derechos civiles y políticos. ¡Qué barbaridad lo que hemos mejorado!
En la Edad Media sin embargo había estamentos. El poder del Rey era otorgado por naturaleza divina a su favor, y su voluntad era orden allí donde reinara; el noble, siempre fiel al monarca, administraba sus vastos territorios y ordenaba a sus particulares vasallos por haber nacido en buena familia; la Iglesia hacía lo propio, invocando valores supremos para disponer sobre la vida de la sociedad. El siervo trabajaba para todos ellos y para algunos otros, como los comerciantes, que utilizaban su dinero como fuente de poder. ¿Anticuado? Pues claro, diría cualquiera.
Ahora bien, pensándolo ¿en qué se diferencia realmente el mercado de ahora del rey de entonces? Porque a día de hoy nadie sabe de dónde viene su poder, y todo el mundo amanece expectante a ver qué diablura se le antoja. ¿Y la nobleza y el clero a los gobernantes? ¿Acaso no satisfacen los intereses del mercado – el rey- y mientras este esté contento, ellos administran según les conviene? ¿Y el siervo? ¿Por qué nos recuerda al contribuyente? ¿No se le parece al trabajador que madruga para mantener un sistema que no cuenta con él salvo para exigirle conductas obedientes, esfuerzo y dinero?
La diferencia es que el hombre de hoy vive plácido porque en su oficina hay aire acondicionado, porque su smartphone hace fotos en 4D, o porque la prima de riesgo ha decidido no ahorcarle hoy.
Quizás, sólo quizás, hayamos confundido vanguardia técnica con mejora humana, y hayamos ido poniendo parches a un mundo tan cuestionablemente desarrollado. Y lo peor de todo, es que estos “grandes avances” son sólo para unos pocos.
Enrique Arnaldos Orts
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