
Nada es veneno, todo es veneno; todo depende de la dosis.Paracelso.
Últimamente se ha estado hablando mucho del WhatsApp por la compra que ha hecho Mark Zuckemberg, de su visión estratégica, de los inconvenientes que plantea dicha operación, y especialmente de los riesgos contra la privacidad que tiene la aplicación y los que podrá tener en un futuro. Pero todo ello se ha hecho ignorando por completo la parte personal de cada uno, la que afecta a nuestra salud y nuestro equilibrio individual. De ese punto es de donde parte este artículo.
Como psicólogo, no me propongo alarmar indiscriminadamente, no pretendo hacer un llamamiento social donde intente “endemoniar” la aplicación e intentar persuadir para no utilizarla a costa de promocionar otras tal y como ya se ha hecho, sino más bien señalar aquellos aspectos comprometidos que debemos tener en cuenta cuando usamos las aplicaciones de mensajería multiplataforma u otras redes sociales, puesto que tal y como dijo el médico y alquimista suizo Paracelso, <<Nada es veneno, todo es veneno; todo depende de la dosis>>.
Todas, redes y aplicaciones, han surgido al amparo de la idea de mantener a la gente conectada entre sí, y dependiendo del propósito (estar en contacto con tus amigos, laboral, conocer gente, ligar…) han derivado en unas u otras. Es tomar la idea aristotélica de <<el hombre es un animal social>> pero introduciéndole un matiz: el hombre es un animal social (pero muy cómodo). Es la búsqueda del placer y evitación del dolor de todo ser vivo, nos gusta saber de la gente, nos gusta sentirnos queridos y que tenemos muchos amigos, pero no nos place tanto el tener que desplazarnos durante más de media hora en pleno invierno y granizando para ver a nuestro amigo y tomarnos un café con él, o con ella. Según gustos y situaciones. De esa forma, su virtud de la comodidad se convierte en su defecto. Pero evitando la tentación de caer en una amalgama de argumentaciones de lo más heterogéneas, volveré a ceñirme a la temática que detonaba este artículo, el WhatsApp.
A día de hoy existen dos clases de personas: la gente que lo usa como se usaban antes los SMS, para expresar un par de ideas cortas, enviar algún archivo, o incluso alguna nota de voz, pero para completar alguna conversación previa o con un objetivo muy determinado; y por otro lado están las personas que se han rendido a un nuevo mundo lleno de comodidades donde pueden estar “hablando” con varias personas a la vez, un grupo donde prevalece aquella gente con una menor iniciativa y un mayor sedentarismo, apáticos se les podría decir, que prefieren estar físicamente ausentes mientras pueden hacer otras cosas como por ejemplo ver la televisión sentados en el sofá, o quedando siempre con la misma persona pero en contacto con el resto de su sistema social a través del móvil.
¿Problema principal de esto último? Que a medida que no me relaciono con la gente, voy perdiendo la capacidad de relacionarme con la gente, de lo cual me acabo dando cuenta y me apetece aún menos quedar con otros, por lo que sigo perdiendo habilidades… y de esta forma, se acaban “en-sí-mismando” y rehuyendo del contacto social. Es en estos casos donde el programa deja de cumplir su función y se convierte en el medio preeminente de contacto social. Según los estudios, se estima que en la comunicación, un 10% es lo que decimos, ¡y el 90% es la manera de cómo lo decimos y qué postura corporal empleamos! Así pues, podemos asegurar que mediante el WhatsApp, nos estamos perdiendo un 90% de la comunicación, ¿Será por eso por lo que se polemiza tanto por este medio y van introduciendo cada vez más emoticonos?
Pero ese aislamiento no es el único riesgo, sino que puede acarrear problemas compulsivos a nivel personal, donde en ocasiones la gente siente una inquietud interna que le lleva a una comprobación frecuente del móvil por si se hubiese recibido algún mensaje nuevo (incluso en mitad de la noche me contaba en una ocasión un paciente, el cual se despertaba para comprobar y responder a los mensajes del móvil); los psicólogos, a esa naturaleza repetitiva y placentera de estas pautas de comportamiento la llegamos a considerar una forma más de adicción, aunque no haya ninguna sustancia que altere nuestro sistema nervioso, puesto que es algo a lo que uno se puede sentir “enganchado”, de lo que se puede llegar a sentir una dependencia y una ansiedad en caso de estar incomunicados (lo que en el mundo periodístico se le conoce con el nombre de Nomofobia).
Aunque por otra parte, no tenemos por qué estar hablando de una adicción en sí misma, sino que dicha conducta repetitiva nos puede estar indicando una serie de conflictos subyacentes que se expresen mediante estos comportamientos, como el miedo a estar solo, la necesidad de satisfacer un ansia de dependencia inconsciente, o una necesidad de aprobación social, de sentir cerca a la gente y sentirse apoyado por ella.
Afortunadamente, a nivel psicosocial, no todo son riesgos derivados de la utilización del WhatsApp, destacándolo especialmente como uno de los medios predominantes de comunicarse en muchos de los movimientos sociales, como ha sido en la organización de huelgas, o como medio de denuncia de determinadas prácticas de algunos gobiernos o cuerpos de seguridad ciudadana. Su punto fuerte es la inmediatez en la comunicación, la facilidad con la que se puede transmitir una idea dentro del propio país y con otros.
Así pues, y para concluir con una reflexión concreta, si vemos que esta era de las telecomunicaciones llega un punto en el que el WhatsApp en vez de facilitarnos el contacto social nos lo está entorpeciendo, debemos preguntarnos el motivo de ello; puesto que, por todo lo anteriormente mencionado, puede ser la punta del iceberg de otro problema, más escondido y del que no éramos conscientes. En tal caso necesitaríamos una pequeña ayuda especializada para poder atajarlo.
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Alberto Bonilla Miralles
Psicólogo especialista en clínica
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