
Este artículo se titula Michael Robinson pero no habla solamente de Michael Robinson. Tampoco de su alter ego del fútbol o la televisión. Habla de la vida, pues ¿habrá algo o alguien que no sea susceptible de analogía?
Michael personalizaba la vida.
Se nos fue el inglés más simpático de la tele, aquel disfrazado jugador del Liverpool y Osasuna con melena sencilla que se convirtió en un hombre brillante delante de las cámaras. Michael Robinson era espectacular principalmente por un motivo: era feliz con lo que hacía.
Michael comentó nuestra vida a través de una pantalla con su acento tan suyo, tan nuestro. Los partidos de cada época, esos que ahora recordamos respondiendo preguntas como ¿Quiénes éramos cuando Ronaldinho diseñó ese golazo al Milan? ¿Con quién salíamos cuando Iniesta marcó el gol en el 116? ¿A qué político odiábamos cuando Messi se fue de 15 tíos para meterle gol al Zaragoza? El fútbol también lo recordamos así. Pasa por nuestra vida y se cuela en nuestros recuerdos como un caño. Y Michael estaba ahí para contárnoslo.
Ese contraste tan deliciosamente planificado que formó con Carlos Martínez era un regalo. Darte de baja de canal plus y oír a Michael en un bar era un castigo desde tu conciencia. Robinson debía estar en tu salón, concretamente en tu televisión cada fin de semana.
Y el Informe Robinson era la mayor exquisitez deportiva televisiva que podías (y puedes) ver. La selección tan meticulosa de los planos, el respeto hacia los entrevistados, el afán de seguir un hilo narrativo coherente y contrastado, la emoción o el colarte en la mente del protagonista del informe durante días.
Aquello era lo que era. Una pasada.
Él miraba nuestro país con ojos de turista pese a llevar años aquí. Y es que cuando eres turista disfrutas todo por primera vez y sientes emociones especiales pues no sabes cuándo volverás. Eres un invitado que está de paso. Se deleitaba creyéndose así, sin querer ocupar una plaza que por amor le correspondía. Quizás, y solo quizás, tu casa no es el lugar donde naces. Es ese lugar que descubres y que hace que tu corazón lata a tempo presto. Por ello Michael Robinson es también producto nacional de España.
El problema fue nuestro por pensar que cada domingo y cada miércoles Michael estaría ahí, con su sarcasmo y su humor británico. Y un día dejó de estarlo. Él sabía que tarde o temprano le tocaría, pero en medio de la enfermedad dijo una frase que a mí personalmente me ha removido: “yo voy a decidir si dentro de 10 minutos o una hora voy a sonreír, llorar o cagarme en todo lo que se menea”.
En la vida hay que ser un poco Michael Robinson.
Reírnos hasta el final.
Ser felices.
Y nunca caminar solos.
Bryan Correa
@columnazero