
El verano es tiempo de escasez de estrenos, y la mejor manera de paliar la sequía televisiva, es revolver el baúl catódico y rescatar alguna serie que se nos haya pasado. Netflix es una apuesta segura, una factoría non stop de series de calidad para todos los gustos.
Netflix sorprendía la pasada temporada con una nueva superproducción que enganchó desde su estreno a medio mundo. En el lado opuesto de Juego de Tronos, y bajo el sencillo y acertado título de The Crown, el gigante norteamericano nos presenta una narración (astuta) de la vida de la Reina Isabel II que arranca en su adolescencia, para entrar de lleno con su temprana coronación, tras la muerte repentina de su padre, y sus primeros años de reinado, con tan solo 19 años. A partir de aquí, esta joya televisiva se mueve como ninguna entre el rigor y el folletín. A veces estamos asistiendo a un hecho histórico y acto seguido, le vemos el culo al Duque de Edimburgo (porque lo exige el guion), o escuchamos a una casi moribunda Reina Madre soltándole a su nieta, un speech demoledor y solemne sobre su destino y obligaciones, mientras se fuma un purito entre mascarillas de oxígeno. Viaje de estado e intrigas palaciegas. Alta política y menú del día.
Sus 10 episodios (se anuncian 60 si la cosa no se tuerce) muestran con inteligencia, las intrigas de palacio de una familia que, y esto llama la atención, se quieren. Y mucho. Y tienen sentimientos. Y sufren, lloran, aman… ¡Son humanos! Todos. Incluso se atreven a desmitificar a personajes históricos como el idealizado Primer Ministro Churchill, a quien le ponen a bajar de un burro, por sus artes casi mafiosas. Tampoco se cortan lo más mínimo a la hora de narrarnos, por ejemplo, lo mucho que le gustaba desmelenarse a la hermanísima de su majestad, aunque fuera por amor, envidia, aburrimiento o simplemente, placer. Dicen que fue la primera socialité, es decir, que vivió de fiesta en fiesta sin pegar un palo al agua. Hasta el Duque de Edimburgo, marido, pero no Rey, algo que le ha tocado y mucho sus reales galones, se nos presenta como alguien extremadamente humano, señalado como un buen padre y un buen marido (pelín bocachancla, eso si…) pero consumido por el aburrimiento más solemne. Quizá a los guionistas se les haya ido un pelín la manita con el personaje principal. La Reina roza la perfección incluso por sus imperfecciones. Nada chirria en ella. Ni un mal gesto, ni una mala palabra, sacrificio tras sacrificio siempre por el bien de su país y de sus ciudadanos. Puede que sea así, puede que no, pero me cuesta imaginar que jamás perdiera los papeles, aunque fuera en la intimidad, y lanzase a su, a veces, irritante esposo, algún pedrusco de su abultado joyero. Lo insinúan, pero muy sutilmente. Supongo que habrán pensado que a pesar de todo, no deja de ser la protagonista de la serie, y el espectador tiene que sentir simpatía por ella. Y lo consiguen.
The Crown, de la que se dice ha costado más de 100 millones de dólares, no es un biopic al uso, es como dirían los críticos, una radiografía muy inteligente y afilada de unos personajes de carne y hueso, con virtudes y defectos, hasta con miedos y sueños (muchos rotos), que se mueven con dificultad, en una época de la que se ha escrito tanto (y tan bien) pero que no nos cansamos de ver. Especialmente si como en esta serie, nos metemos de lleno en alcobas reales y en las cocinas de palacio, para ver si la plata de la familia estaba tan limpia y pulida como decían…Todo con suma elegancia, sin estridencias, muy british, pero, aunque la serie tiene ese sello inconfundible made in UK, es Netflix quien pone el dinerito, y no quiere dejar de lado a un público norteamericano (e internacional) que ama tanto a la realeza como a sus miserias…así que, el toque culebrón sobrevuela envuelto de muchísimo rigor histórico.
Por supuesto, The Crown no es Arriba y Abajo ni Downton Abbey pero algo se respira de estas grandísimas series. No olvidemos que no es una producción del Canal Historia, es Netflix. Y si has puesto 100 millones de dólares, quieres que sea un producto masivo, inteligente, pero masivo. Por eso es de agradecer que, en lugar de inclinar, con descaro, la balanza hacia el culebrón, The Crown se construya con unos guiones impecables que funcionan a la perfección, y, sobre todo, renueve nuestra incondicional devoción por los actores británicos, reuniendo un reparto que me atrevería a decir, solo puede salir de esa cantera infinita que existe en el Reino Unido. Todos están sublimes, perfectos. Y eso se demuestra porque te da igual si el parecido físico es más o menos acertado (que lo es). Para mí, Isabel es una espléndida Claire Foy. A ella, súmale John Lithgow, Matt Smith, Vanessa Kirby, Jared Harris…
Hasta la sintonía de su cabecera es perfecta, tan descriptiva, tan sublime (el maestro Hans Zimmer es su creador). Nada se ha dejado al azar en esta producción donde el dinero invertido se ve en cada plano, lo que debe crear el éxtasis en sus productores. Su visión es un plan perfecto para un día/noche de verano, siendo testigos de aquello tan manido de que no es oro todo lo que reluce.
Sin peros que ponerle, la única pega es que no podremos verla en abierto. Así que habrá que pasar por caja, aunque qué queréis que os diga, si pagas y te ofrecen cosas como esta, yo me doy por satisfecho. Y si encima, me entero de qué color eran las cortinas de palacio… ¿esto tiene precio? ¡Pues lo dicho, God Save The Queen… y a las buenas series!
PD: Dicen que el Príncipe Eduardo, hijo menor de la Reina, y su mujer, son fans incondicionales de la serie, hasta el punto de haber convencido a su majestad para que la viera. El rumor asegura que, para sorpresa de muchos, le gustó y mucho, aunque aseguró que algunos hechos se habían dramatizado demasiado.
Javier Ateca
@columnazero