
Decía Aristóteles, «el ser humano es político por naturaleza» en referencia a la obligatoriedad de la ciudadanía de participar activamente en las cuestiones de su «polis». Pero también dijo que la demagogia es la degradación de la democracia, de la misma manera que Maquiavelo justificó el fin por encima de los medios ¿Para qué? Para tener más Poder.
Parece que España, tristemente, está viviendo el mal augurio aristotélico. Nuestros políticos están más preocupados por sus sillones que por gobernar para todos los españoles. El llamado “20-D” el pueblo español votó a los diputados que componen la cámara legislativa, es decir el Congreso de los Diputados, y no a un Presidente del Gobierno, pues nuestra democracia parlamentaria establece que será la cámara una vez constituida la que dará su confianza a un candidato. Los padres de la Constitución preveían así un equilibrio de poderes: un poder legislativo escogido por el pueblo y un poder ejecutivo, que fiscalizado por un Congreso haría de poder ejecutivo. Sin embargo, poco tardaron nuestros políticos en matar a Montesquieu y por ende acabar con la posibilidad de que España tuviera una democracia de calidad.
Nuestros políticos se subrogaron en el poder divino decidiendo que serían ellos, electos para el poder legislativo, quienes también ostentarían el ejercicio del ejecutivo. Y todo ello a través de vender España como si fuera un mercado persa.
Ahora vivimos un deleznable espectáculo de intercambio de sillones en el Congreso de los Diputados como si de cromos se tratara. ¿Con que fin? Gobernar. En lugar de buscar un poder ejecutivo de consenso nadie quiere perder la oportunidad de acaparar el poder en pro de sus intereses particulares. Mientras tanto nosotros, la gente, seguimos igual.
¿Quién nos da soluciones para que los juicios no tarden cinco años en salir? ¿Quién nos soluciona para que los libros del colegio año tras año cuesten 400 euros de media por familia en los colegios públicos? ¿Y la sanidad? ¿Y la seguridad jurídica? Los problemas del día a día no se solucionan con repartos de escaños. Se solucionarían, primero, respetando la esencia de la democracia que es la división de poderes y no el absolutismo del poder del partido, con el consecuente reparto de escaños entre los políticos como si los ciudadanos fueran ineptos. Hasta que no llegue una verdadera revolución intelectual, seguiremos los ciudadanos viendo este espectáculo más propio de un reparto de patio de colegio que de un congreso de diputados.
“Cuidado con el hombre que habla de poner las cosas en orden. Poner las cosas en orden siempre significa poner las cosas bajo su control.” Denis Diderot
Juan Gonzalo Ospina Serrano
Abogado, politólogo y Presidente de la Agrupación de Jóvenes Abogados de Madrid