Les voy a decir algo de lo que probablemente ya se han percatado: la política es compleja. Esto se compadece mal con el hecho de que la aproximación de muchos a ella se limite a una charla de café (necesaria, pero insuficiente), y no digamos ya con el hecho de que muchos, aun declarándose “desinformados” e incluso “ignorantes” en relación con la política, opinen como si, con ellos en el poder, todo fueran a ser soluciones.
Paradójicamente, que la política sea cosa de todos, que lo es, se compadece mal con que opinar sobre ella quede reservado a unos pocos, por mucho que estén mejor formados e informados. Sobre todo en la era de internet: su horizontalidad, muy positiva por un lado (da voz a quienes, de otra manera, difícilmente se harían escuchar), tiene también sus peligros cuando se trata de conocer la fuente, garantizar la exactitud de los datos, etc. Y porque no olvidemos: los interesados en instrumentalizar la red (partidos, medios…) también se encuentran, y muy activos, en ella.
De cualquier forma, somos todos animales políticos, en tanto que no hay quien no tenga una visión de lo que es bueno o no, de lo que es justo o no; y porque a todos nos afecta (independientemente de que seamos conscientes de ello) lo que ocurre en la sociedad de la que formamos parte. Quienes se declaran “apolíticos” lo hacen, sencillamente, porque no se han parado a pensar esto último.
Aquellos que tratan de manterse al corriente de lo que sucede a nuestro alrededor (eso es, al fin y al cabo, la política), y (más locos aún), quienes estudian Ciencias Políticas, no pueden pretender hallar en la política la verdad, si es que tal cosa existe. La verdad, si acaso, para los que estudian ciencias exactas. Lo máximo a lo que pueden aspirar los científicos sociales, especialmente los politólogos, además del resto de la ciudadanía preocupada por tales cuestiones, es a elaborar una verdad propia sustentada en argumentos defendibles. Esto, que hace que informarse sobre la política y estudiarla resulte tan frustrante a veces (siempre son más las preguntas que las respuestas), es también lo que la hace interesante.
Irónicamente, si hay verdad, no hay política. No hay necesidad de ella. Si requerimos de la política es porque existen alternativas en tensión (todos somos diferentes, todos tenemos distintos intereses) que luchan por la preponderancia, por la hegemonía. Sin la canalización política de tal lucha, la lucha dejaría de ser política para ser física. Gobernar: hacer gobernable.
… Y si nadie puede arrojarse la posesión de la verdad, en última instancia aprendemos debatiendo. “La verdad” la construimos entre todos. Habermas en estado puro.
Sin embargo, un problema, y no uno menor, de las democracias actuales es la progresiva pérdida de esta noción. Tan evidente se está haciendo, que empieza a doler. El Parlamento, depositario de la soberanía popular, ha cedido el protagonismo al Gobierno. Porque elegimos un Parlamento, no un Gobierno; la plasmación política de la sociedad es aquél, no éste. Ni siquiera elegimos al Presidente, por mucho que cuando votemos en unas elecciones generales lo hagamos pensando en el próximo líder del país (la denominada presidencialización del sistema parlamentario…).
El Ejecutivo de Rajoy, sin ir más lejos, ésta gobernando por decreto más en menos tiempo de lo que lo ha hecho cualquier otro Gobierno hasta la fecha. La realidad (la información, los mercados) nunca ha ido tan por delante de la política como hoy. La consecuencia, sin embargo, es clara, a la vez que negativa: se hurta el debate público (si acaso la única posibilidad de alcanzar la “verdad”, ¿recuerdan?), entendiendo por público el parlamentario (porque aunque muchos no se sientan representados, lo cierto es que los partidos actúan como nuestros representantes). Tensión representación – representatividad.
Esto se hace aún más evidente cuando el partido gobernante lo es con mayoría absoluta. Absoluta, no absolutista. El Gobierno envía un decreto al Congreso para su tramitación como ley sabiendo que va a ser efectivamente convalidado, pues cuenta con la mitad más uno, o mayoría absoluta, de los diputados de la Cámara. Pero es que, además, si algún diputado del grupo político del Gobierno sintiese la mínima tentación de discrepar, no podría hacerlo (no sin peligrosas consecuencias para él), pues la disciplina de voto es ley.
El Parlamento ha cedido el cetro de foro privilegiado de discusión pública no sólo al Gobierno, sino también a los medios de comunicación. Éstos, que están llamados a dar cuenta de lo que hacen el Gobierno y el poder político en general, han terminado por marcar muchas veces la agenda; se han convertido en un actor político más, y no en uno cualquiera. Conscientes de su poder, guían a la opinión pública, que demasiadas veces es confundida con la publicada. No sería un problema, o no uno de tanta entidad, si la neutralidad (descartada la posibilidad de objetividad) fuese rara vez una meta… O un compromiso.
Y por último: la criminalización de la movilización social, de la protesta y hasta de la discrepancia (“no hay alternativa”). Qué duda cabe, la reciente modificación del Código Penal se sitúa en este marco. Además de revelar miedo, revela incapacidad, quizá porque la propia política nacional está hurtada por la europea, la europea por la alemana, la alemana por poderosos lobbies comunitarios tales como el bancario; y las políticas nacionales están presas también, cómo no, de perniciosas dinámicas mundiales (lo difícil que es competir con las economías emergentes sin renunciar a conquistas sociales desconocidas para ellos y sagradas, o hasta ahora sagradas, para nosotros; lo complicado que resulta para una democracia, basada en la poliarquía o dispersión del poder, competir en eficacia, que no en ética, con una dictadura, cuya primera norma es la centralización en la toma de decisiones).
El escenario es negativo, pero más acertado sería decir que es incierto. Ésta no es una crisis cualquiera: es la crisis de una era y hasta de una civilización. Si nos hurtan la política, estaremos perdidos.
Jorge Herrera Santana
Felicidades por el artículo. ¿Realmente existe la política pura?¿Por vocación, sin intereses? ¿Debemos creer que se puede o creernos que existe?