JAMES GANDOLFINI: VEINTE MESES Y UN DÍA SIN AQUELLOS OJOS TRISTES

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Un artículo de Juan Antonio Navarro Cádiz para ColumnaZero.
Un artículo de Juan Antonio Navarro Cádiz para ColumnaZero.

La camiseta, casi siempre con cuello y casi nunca de buen gusto, por encima del pantalón. El estrés dibujado en una calvicie prematura, asomando también en los alrededores de la boca. Más de cien quilos de contrariedad explosiva, de furia súbita. Y esos ojos. Dotados para emigrar de lo vulnerable a lo sobrecogedor en milésimas de segundos. «Cuando alguien tiene unos ojos así, sabes que hay algo especial dentro».

Habla, escondido entre comillas, John Ventimiglia, actor que interpretara a Artie Bucco, amigo de la infancia de Tony Soprano, durante las seis temporadas que Los Soprano estuvo en antena. Lo hace apagado, buscando esa penosa -acertada o no- frase que amague con sintetizar la identidad de un hombre. Las palabras quedan atrapadas entre cuatro comillas para ser mercantilizadas en serie en las páginas de los medios de comunicación. Pero aquel hombre es demasiado vasto y desborda cualquier signo de puntuación para esparcir su presencia por el organismo de quienes entran en contacto con su recuerdo. Lo ocupa todo como Tony ocupaba cada plano: dominándolo.

JAMES GANDOLFINI: VEINTE MESES Y UN DÍA SIN AQUELLOS OJOS TRISTES

James Gandolfini: Tribute To A Friend fue el sentido adiós que la HBO quiso regalarle al actor de Nueva Jersey. Un documental de poco más de treinta minutos por el cual desfilan las caras tristes de buena parte del equipo que dio forma a lo que supuso un punto de inflexión en la historia de la cadena. Si Los Soprano son la punta de lanza de la conquista televisiva del espacio cultural y Tony Soprano la bufotoxina de su extremo, James Gandolfini es el noventa y nueve por ciento de la composición química de esta. La cabeza visible de una revolución, la de la teleficción seriada, cuyos primeros síntomas de agotamiento coincidieron, irónicamente, con el ataque cardíaco que convirtió a Gandolfini en aciago objeto de portada hace veinte meses.

El dibujo verbal que sus compañeros hacen del actor como hombre extremadamente dulce y cariñoso contrasta con esa unidad personaje-actor que algunos de los espectadores de Los Soprano hemos cargado durante años. Gandolfini confesaría, una vez terminada la serie, que no volvería a esconderse tras la piel de un mafioso porque tanta violencia le estaba perjudicando psicológicamente. Le costaba liberar al monstruo y enfrentarlo a unos compañeros de reparto que amaba. «Creo que resultaba duro para Jim a veces llegar a los momentos oscuros», explica Tim Van Patten, uno de los directores asiduos de Los Soprano –y uno de los que más episodios ha dirigido de la historia de la HBO-.

James fue rehén de su propia fachada. Su metro ochenta y cinco, sus casi ciento veinte quilos y su fisonomía de bulldog colérico le atraparon en el perfil de matón sin escrúpulos. Amor a quemarropa (Tony Scott, 1993), Asesinato en 8mm (Joel Schumacher, 1999) o Mátalos suavemente (Andrew Dominik, 2012). Empezó a aburrirse: «Me estoy haciendo viejo y ya no quiero golpear a mujeres y ese tipo de cosas». Según retrata Emilio de Gorgot en Jot Down, la elección de Gandolfini para el papel de un criminal capaz de remover profundas emociones e inspirar empatía sentimental en el espectador por parte de la directora de casting de The Sopranos, Susan Fitzgerald, y del creador, David Chase, fue una decisión que la HBO consintió con poderosas dudas. Resulta fácil -y oportunista- observar lo injusto de aquella desconfianza a tiempo pasado, pero en aquel momento era más que razonable.

JAMES GANDOLFINI: VEINTE MESES Y UN DÍA SIN AQUELLOS OJOS TRISTES

Lo que demostró más tarde Gandolfini fue que no solo estaba a la altura de lo que necesitaban de él sino que era capaz de ir mucho más allá de lo que nadie pudo anticipar. Porque a pesar del abismo que las entrevistas del documental abren entre James y Tony, ambos tenían una manera -emocionalmente hablando- similar de reaccionar ante el estrés y la frustración. Años después del fundido a negro más conflictivo de la televisión, el actor admitiría en público que el origen de su acercamiento a la actuación no había sido otro que la búsqueda de un método que liberara su mente de una furia cuyo origen desconocía. Golpeaba y rompía objetos cuando se sentía sobrepasado. «Tony Soprano tenía un lado muy oscuro, y de alguna manera u otra, el buen chico James Gandolfini era capaz de ponerse en su lugar. Él a veces tampoco era fácil», confiesa Chase.

Había entre ambos -actor y personaje- un flujo comunicativo bidireccional que transportaba la irascibilidad. Afortunadamente, existía esa otra arteria que conectaba al verdadero James Gandolfini, dulce y cariñoso, con el despidiado grandullón de la pantalla, dotándolo de una humanidad que las palabras no alcanzan a ilustrar. «No creo que nadie pudiera haber interpretado a Tony Soprano y haber logrado ese personaje. Mucho de lo que era Tony se lo debía a Jim», explica Jamie-Lynn Sigler, reforzando las palabras de un Steve Bucemi cuyo Nucky Thompson es una consecuencia directa de Los Soprano: «Tony Soprano tiene todas las mejores cualidades de Jim».

Es la faceta documentalista del neojerseíta, repasada con ternura en James Gandolfini: Tribute To A Friend, lo que acaba por desdoblar esa figura única que aunaba en nuestras provincianas cabezas a personaje y actor, dejándonos un oppelganger amable que pide a gritos un abrazo y una lágrima de despedida. Porque para muchos de nosotros esta separación supuso un nuevo luto. Seguimos creyendo, durante los largos años que la vida nos deparó sin el universo chasiano, que James era, al fin y al cabo, Tony Soprano, y que seguía ahí, en los DVD’s. Pero al acercarnos al hombre tras el mito la muerte nos sorprende. La ausencia de aquellos ojos tristes en los cuales David Chase creía que se escondía la genialidad de Gandolfini. Se lo decía: «Eres como Mozart». Y recibía un humilde silencio.

Juan Antonio Navarro Cádiz

@columnazero

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