IR AL FÚTBOL

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Una reflexión de Pablo Cañeque para ColumnaZero.
Una reflexión de Pablo Cañeque para ColumnaZero (Foto: Pablo Cañeque)

Reflexión a tenor de una final de Champions League desde el estadio.

Vengo de un fin de semana de turismo en el extranjero. De hacer cerca de 650 kilómetros… para ver un partido de fútbol, la final de la Champions en Lisboa. Para ver perder a mi equipo ante su máximo rival prácticamente en el último minuto de un partido que elevó la emoción del fútbol, en ambos bandos, hasta el máximo nivel. No se puede perder de forma más trágica. Tampoco se puede ganar de forma más explosiva. Se trata de una gran variedad de sensaciones que parecen comunes a todos los atléticos y madridistas, pero que, a priori y para alguien que estuvo allí, no parecen del todo así.

Esa es, al menos, la impresión que tuve mientras rodeaba el Estadio Da Luz, el magnífico campo del Benfica que acogió el partido. Di la vuelta al estadio varias veces antes del partido y esperé, al final, a que la gran mayoría de aficionados lo abandonase para salir yo. Siempre me gusta empaparme del ambiente, de la sensación de la masa, del colectivo, saber con qué cuerpo se han quedado los aficionados. Para mí, en su mayor parte, el fútbol es precisamente eso: los aficionados. Sus rituales antes, durante y tras los partidos, sus costumbres, el modo de apoyar a su equipo. No tanto lo que hacen los jugadores en el campo, sus hazañas o fracasos. Cada vez más pienso que esa es solo la motivación para el aficionado que acude al fútbol, pues lo que en realidad hace es acudir a vivir una experiencia, su experiencia en el fútbol.

A través de la televisión la sensación es fría y el sentimiento se encomienda de forma mucho más intensa al éxito o al fracaso. El ambiente no envuelve al espectador y el fútbol se reduce a lo que pasa en un cuadrado, el marco de la televisión. Sin embargo, mi impresión fue que el sentimiento de todos los que acudieron al estadio, a pesar del éxito de unos y la derrota de otros, fue similar. Las caras de unos y otros eran muy parecidas. En directo, tanto el éxito como el fracaso se relativizan y pasan a un segundo plano en pro de las sensaciones individuales, del ambiente, de la ilusión del colectivo, del sentimiento de pertenencia a un equipo, del amor por unos colores o un escudo, del estar a 650 kilómetros de casa con tu gente apoyando a tu equipo. Creo que cuando eso pasa, francamente, el resultado viene después de esta experiencia individual a la que me refiero.

Y ese es el punto al que quería llegar, el ir al fútbol. No hace falta que el desplazamiento sea internacional y que el escenario sea el partido de los partidos a nivel de clubes para disfrutar más allá de los éxitos y fracasos. Tu estadio, tu casa, tu rutina pre y post partido, tus acompañantes y amigos, la gente que se sienta a tu lado en el campo, el grito de la multitud, las opiniones dispares, las bromas, los cabreos, el himno y la alineación de tu equipo a todo volumen… Se trata, sin duda, de un conjunto de elementos que definen lo que es este juego al que, por otro lado, cada vez me cuesta más llamar deporte. Y es que pienso, cada día con mayor intensidad, que el factor diferencial del fútbol respecto a otros deportes no es la pasión por los resultados o títulos, como puede parecer por el exacerbado forofismo que intentan despertar los medios de comunicación para vender sus productos mediáticos, el fútbol son experiencias y sensaciones. Y creo que esto solo se descubre y experimenta realmente de una manera: yendo al fútbol.

El problema es que la mercadotecnia hace que las empresas propietarias de los derechos de televisión sean quienes financian en gran parte a las entidades deportivas y, a su vez, el camino hacia unos ingresos económicos superiores –aunque este reparto sea injusto en nuestro país, sin él el potencial económico del fútbol en general sería muy inferior–. Es, por tanto y cada vez más, la principal preocupación de los clubes de fútbol, el vender bien su producto por televisión para maximizar ingresos. En el estadio sólo caben X personas, en la televisión el potencial de espectadores es infinito. Por eso se puede exagerar la pasión, porque, por desgracia, el gran volumen de aficionados, el que da dinero, es el que se concentra frente a la tele, el que elimina del fútbol su factor diferencial, la experiencia que supone, para reducirlo al cabreo del perdedor o a la alegría del vencedor.

Es una contradicción, pues a los equipos los define la afición que va al campo y crea la imagen de lo que es ese escudo o ese estadio y no la que lo ve por televisión, pero es así. Por tanto, es común que los clubes se olviden de eso que es lo que realmente los define, su afición y no sus espectadores. Desde casa puede ser habitual alucinar con el ambiente que transmite la televisión. Ver imágenes de estadios míticos del fútbol pone la piel de gallina. Campos históricos como el Bernabéu, el Camp Nou, el Calderón, Anfield, Old Trafford, San Siro, San Paolo, el Signal Iduna Park, el Estadio Azteca, Wembley, la Bombonera, el Nuevo Gasómetro, el Monumental de River, los llamados infiernos turco y griego… Pues imaginen lo que eso es en directo. La sensación es única. Te invade ese ambiente, esa luz, esa multitud, esos cánticos, ese césped de un verde tan intenso que ensimisma, unas rayas del campo mucho más blancas que en televisión… Y todo cobra sentido. El fútbol deja de ser esa frase tan histórica como controvertida de “son 22 hombres corriendo detrás de una pelota” y se convierte en algo mucho más difícil de explicar y transmitir por escrito, como es lógico, pues eso no se describe con palabras y mucho menos de una única persona cuando es algo provocado por el conjunto que forman miles de ellas.

IR AL FÚTBOL

El fútbol es la pasión, la amistad, el ritual, el peregrinaje al estadio, la excusa para pasarlo bien y sentirse identificado con un todo de mayor o menor amplitud social, el compartir esa experiencia que te resulta única con otros a los que les sucede lo mismo y que, en algunos casos, terminan convirtiéndose en amigos si no lo son previamente. Pero para sentir esto es obvio que hay que ir al fútbol. Y esta idea no debe estar muy lejos de la realidad cuando este juego provoca un sentimiento de pertenencia y disfrute similar a alguien que gana Champions con alguien que asciende de 2ª División B a 2ª División. Cuando éxitos así se dan, el recuerdo es común: «Yo estuve allí y qué bien lo pasé». Y todos lo celebran igual, con su gente y con banderas, bufandas y camisetas de su equipo. Además, todo el que va alguna vez al fútbol siempre se acuerda de qué partido era y del resultado, pero recuerda el día en general. Eso debe ser por algo, es evidente. Da igual que se visiten estadios mucho o poco, que para alguien de Zamora sea el viaje de su vida al Bernabéu o al Calderón o que para alguien de Madrid sea visitar el Carlos Belmonte en Albacete. El recuerdo que queda cuando se cierran los ojos y se piensa en aquello, en el día vivido, no es, generalmente, el gol de la victoria, es una imagen de la grada ambientada con el sonido característico de cada estadio, es una multitud esperando a entrar en la puerta mientras mira la fachada del campo, es el sentir que aquel día compré una bufanda que aún guardo con especial cariño, es las cervezas que tomas en un bar cercano al campo mientras cantábamos canciones para apoyar a nuestros jugadores, es la desesperación del señor que se sentó a tu lado, el abrazo con tu amigo o tu padre, la impresión que provoca las diferencias entre contemplarlo por televisión y hacerlo de forma presencial. No es el sentir de la victoria o la derrota. No son once jugadores, es tu equipo, tu escudo. Y es ahí donde la sensación, independientemente de la victoria o la derrota, es satisfactoria y nos provoca positividad, alegría y me atrevo a decir que en muchos casos, felicidad. Es ahí donde el fútbol se convierte en algo maravilloso, donde sentimos que somos nosotros quienes utilizamos al fútbol y no es el fútbol quien nos utiliza a nosotros. Y de eso se trata, de buscar y encontrar la felicidad y la alegría, la pasión. La victoria y la derrota se relativizan mucho más y queda lo verdaderamente importante, la experiencia personal.

Resulta evidente, por su parte, pensar que el fútbol es caro, que es un capricho que implica rascarse bien el bolsillo. Que es un esfuerzo económico importante en la mayoría de los casos y que está sobreexplotado económicamente. Es normal, comprensible y certero calificar el precio de las entradas en España como un «robo». Pero dejando eso de lado, el poso que deja ir al fútbol es una sensación única para todos, para el mayor aficionado que va rigurosamente a cada partido o para quien va una o dos veces en su vida. Todos recuerdan el día en el estadio, la compañía y las buenas sensaciones que eso provocó, olvidándose con el tiempo las malas si es que tu equipo sufrió una derrota o tuviste que soportar dos horas de atasco para volver a casa al acabar el partido o un agolpamiento en el metro que te hace sentir que estás en Tokio. Por eso siempre animaré a la gente a vivir el fútbol fuera de las perspectiva del ganador o perdedor, porque aporta mucho más de lo que puede parecer si no te paras a pensarlo. Por eso siempre animaré a la gente a que no reduzca el fútbol a la victoria o la derrota, sino a que le dé mayor valor a la experiencia que supone el partido, el evento, al enriquecimiento personal por las situaciones experimentadas. Por eso siempre animaré a que cada uno, en la medida de lo posible por recursos económicos o distancias o cualquiera que sea la causa que lo impida, visite un estadio y no vea el partido, sino que lo viva. Ver el partido no es lo mismo que estar en el partido, que formar parte del fútbol; es disfrutar el éxito, no el fútbol. Todo el que lo prueba lo sabe. Las caras de ganadores y perdedores en Lisboa me lo transmitieron. No hubo roces entre máximos rivales, hubo conversaciones. Hubo vencedores y vencidos, pero hubo algo más: miles de personas desplazadas con el deseo de vivir una experiencia única más allá de ver un partido, la alegría de apoyar a tu equipo, la ilusión y la felicidad de ir al fútbol.

Pablo Cañeque

@paul_wine

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